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Domingo, 3 de julio de 2016

CULTURA › EL LANZAMIENTO DEL AÑO SAER, EN SANTA FE

El hombre que sólo quería formar parte de la literatura

En el Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez, “los amigos de Juani” echaron luz sobre el escritor, en el comienzo de una serie de acciones y producciones audiovisuales orientadas a estudiar, difundir y celebrar su figura y su obra.

Algo se aproxima; es la noche. Algo se aproxima; es el “Año Saer”, una serie de acciones y producciones audiovisuales orientadas a estudiar, difundir y celebrar la figura y la obra de Juan José Saer (1937–2005), uno de los máximos escritores argentinos que nació y se formó artísticamente en Santa Fe. Algo se aproxima; es la forma de una felicidad que se dibuja en las caras de los amigos de “Juani” de Serodino, de Rincón, de Colastiné, que pintan arrugas y traviesas carcajadas. Al verlos emerge ese refrán popular que sentencia: “el que sólo se ríe de sus picardías se acuerda”. El Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez recibe a Beatriz Sarlo, a Fabián Casas, a Cecilia Vallina, a Iván Fund, a Martín Prieto, a Francisco Garamona, a Hinde Pomeraniec y al editor Alberto Díaz para celebrar lo que vendrá y presentar dos libros: Zona Saer y Una forma más real que la del mundo. En una de las paredes se suceden las fotografías en blanco y negro y en color que cedieron Mabel Saer –hermana del escritor– y José Tuma: Juani con las manos en un asado –algunos minimizan su habilidad como asador–; el escritor con sus hijos Jerónimo (1970-2015) y Clara en Serodino y en París; Saer con sus maestros y amigos, los poetas Juan L.Ortiz y Hugo Gola, entre muchas otras fotos más.

Comprensión y extrañeza

María de los Ángeles “Chiqui” González, la ministra de Cultura e Innovación de Santa Fe, es como la maestra de ceremonias que derrocha simpatía. “Hacer un año Saer es difícil porque es empezar a celebrar su nacimiento. Cumplió 79 años –el martes 28 de junio– y lo vamos a acompañar hasta que cumpla 80, como si cumplir 80 fuera nacer otra vez. Santa Fe necesita que la obra Saer vuelva a nacer para todo el territorio”, subraya González y recuerda que gracias al actor y dramaturgo santafesino Jorge Ricci leyó por primera vez Cicatrices de Saer. “Ese hombre llevaba el territorio en el cuerpo y después de llevarlo en el cuerpo lo hizo literatura. Ese territorio es una forma más real que la del mundo; es posible que no te encuentres en cada calle, es posible que el territorio topográfico no sea el territorio de la ficción y de la imaginación, pero lo que sí es posible es que Saer haya pasado a ser uno de los más grandes escritores argentinos y que sea de Santa Fe”, pondera la ministra de Cultura.

En julio del año pasado, Fabián le propuso a Beatriz Sarlo escribir un libro sobre el escritor, Zona Saer, publicado por el sello chileno Ediciones Universidad Diego Portales. “Me acuerdo de la letra de una canción de Babasónicos que dice: ‘Sos tan espectacular que no podés ser mía nada más’. Eso me pasó con la obra de Saer cuando leí por primera vez Cicatrices. Me pareció increíble y lo que te sale naturalmente es tratar de que lo lean otras personas porque para mí la literatura es siempre algo colectivo y no individual”, plantea Casas, que después continuó leyendo los cuentos de Saer de En la zona. “El último relato, ‘Algo se aproxima’, era muy inquietante. ¿Qué es lo que se aproxima? Como Saer es un gran escritor, tiene la particularidad de que sus textos son polisémicos; entonces permiten que pueda entrar la experiencia de los lectores. No es un escritor de gatillo fácil que en vez de poner el texto en estado de incertidumbre lo pone en estado de respuesta. Saer produce que podamos discutir mucho sobre él. Hoy pienso que lo se aproximaba era la obra de él, una obra extraordinaria”. Los elogios de Casas hacia el excepcional trabajo de la crítica literaria son más que merecidos. “Sarlo no agota la materia sobre la que trabaja, sino que la pone en estado de certidumbre. No escribió el diario de Yrigoyen de Saer”, compara.

Sarlo cuenta que tomó la decisión de no leer una sola página de lo que había escrito sobre Saer. “No iba a haber ningún ‘copia y pega’ si yo quería hacer realmente el homenaje al amigo”, aclara. “La segunda resolución que tomé fue escribir el libro como si estuviera sucediendo frente a mí. Yo quería liberarlo de un tratamiento académico que suponía que a Juani lo iba a aburrir”. En un mano a mano con Casas, Sarlo explica el motivo por el cual hay tres mapas en el libro con el recorrido de “Algo se aproxima”, Cicatrices, Glosa, La grande y otras narraciones. “Por favor, no se rían, lo que me pasó con Cicatrices es que la leí a mediados de los 60, ese ejemplar se lo presté a un amigo mío y lo perdió en un tren. Yo no conocía Santa Fe y además era muy joven, tendría 23 o 24 años, y cuando se nombraban las calles de la ciudad de Santa Fe yo las traducía a las calles de la ciudad de Buenos Aires, que era la única ciudad que conocía. Después vine muchas veces a Santa Fe y los amigos de Saer me hicieron hacer los recorridos, que fueron importantes. La idea de los mapas era un piso necesario para esa literatura”.

La dimensión política

“Saer decía ‘yo de política hablo como ciudadano, no como escritor’, como alguien que se despoja de todo privilegio”, comenta Sarlo. “La literatura de sentido documental está lejos de él; por eso había una serie de autores latinoamericanos que no le gustaban absolutamente nada. No le gustaba (Mario) Vargas Llosa, no le gustaban esos autores que tienen la vocación de documentalizar algo. Pero era un ciudadano y había algo en los aconteceres políticos que lo atravesaba; por eso la política aparece claramente desde Responso hasta el final. Entra la política como uno de los elementos más constitutivos del mundo, no como entra la política en los escritores que hacen de la política un elemento temático. A Saer creo que lo hubiera desmayado si alguien le hubiera propuesto que escribiera una ficción que tuviera la política como elemento temático: Composición Tema ‘la política’, eso no le entraba en la cabeza. Como era un hombre muy preocupado por la política, he tenido horrendas discusiones políticas con Saer. Discutir con Saer era terrible; había momentos en que se ponía izquierdista y tiraba todo abajo y momentos en que se ponía pesimista. Él mismo estaba atravesado por esa dimensión política; por lo tanto esa dimensión no era expulsable de su literatura, era como si hubieras expulsado una parte de los árboles que están sobre la costa en Rincón. La política son valencias que el lector tiene que activar y que un lector podría no activar. Uno puede imaginar un lector de Nadie nada nunca que decide no activar la valencia política. Uno no puede imaginar a un lector de Artemio Cruz que decida no activar la valencia política; la novela se deshace”, compara Sarlo con claridad meridiana.

La extrema soledad

Casas pide a Sarlo que cuente cómo fue que Saer la buscó para conocerla, un encuentro que no fue por las circunstancias políticas. “En el momento en que sale El limonero real escribo una mala reseña, pero muy elogiosa, en el borde de la dictadura. Él hizo un viaje a Buenos Aires y no había muchos lugares donde me pudieran ubicar porque ya estábamos pasando a otra etapa. Pero él me buscó en la librería donde sabía que yo paraba, donde me prestaban el teléfono y me dejaban estar de vez en cuando. Y no me encontró y dejó dicho que me estaba buscando por una reseña que no era una buena reseña. ¡Eso es la soledad absoluta! En el año de El limonero real –1974– yo era un menos cero, no era yo. Que él fuera a buscar a la reseñadora menos cero, que había hecho una reseña más o menos –muy elogiosa, pero más o menos–, prueba la absoluta soledad”, argumenta Sarlo. “Miguel Dalmaroni hizo un trabajo espectacular de recopilación de todas las críticas que salieron en esos años y son crítica de gente que no se da cuenta de lo que tiene entre las manos, excepto la crítica de María Teresa Gramuglio de Cicatrices, de la cual yo aprendí. No solamente la prensa no le daba bolilla; era el momento del boom y el momento (Manuel) Puig. Saer no figuraba ni a placet. No había lugar para Saer”.

Por si alguien duda o cree que exagera, Sarlo ahonda en esa extrema soledad de un escritor que entonces parecía no encontrar un espacio en el campo de la literatura argentina. “Responso lo saca en Jorge Álvarez, donde publicaban todos los jóvenes escritores; con todos los jóvenes escritores, gente cuyo nombre ninguno de nosotros podría recordar hoy, pasaron cosas, había conferencias de prensa, happenings, etcétera. Hay que tener mala suerte para sacar un libro como Responso y que no le dé bolilla nadie porque cualquier libro de Jorge Álvarez en ese momento tenía happening. Saer estaba completamente al margen y no tenía la capacidad de crear una camarilla literaria como (Osvaldo) Lamborghini. Saer no se iba a hacer amigo de siete escritores para tener siete defensores. Después saca Cicatrices en Sudamericana, que estaba ocupada con sus grandes éxitos del boom. Saer empieza a tener un lugar cuando Susana Zanetti en el Centro Editor, en los años 80, reedita Cicatrices y luego Alberto Díaz lo edita primero en Alianza y luego en Seix Barral”.

En una parte del libro de Sarlo, cita una descripción de la cara de Tomatis de La vuelta completa, que parece un minucioso detalle del rostro de Saer. ¿Tomatis es Saer? “Yo no lo puedo contestar, pero voy a contar una anécdota. Estábamos en una reunión como esta, en un panel con Nicolás Rosa. En la primera y en la segunda fila estaban sentados muchos de los que están acá presentes, todos los amigos de Juani. En un momento, Nicolás Rosa me codea y me dice: ‘ahí los tenés a todos’. Y Nicolás empezó a dar su hipótesis de quién era quién”. No es falsa modestia de Sarlo, que sabe que no necesita atribuirse hallazgos que no le pertenecen para aumentar su prestigio como crítica literaria. “Lo que yo descubrí ya estaba descubierto. Una de las dos hipótesis fuertes del libro es que Juani es el narrador argentino que escribe desde la poesía. Cuando estoy en medio de la escritura de ese capítulo, veo la revista que sacaba Hugo Gola en México y encuentro un artículo de William Rowe en el que dice que Saer escribe desde la poesía. O sea que lo que yo descubrí ya estaba descubierto. Coincido con William Rowe, un excelente crítico inglés, que lo pongo como epígrafe de mi capítulo sobre Saer y la poesía. Ese capítulo está muy iluminado por algunas anécdotas personales, Juani en un pueblito en Inglaterra, recitando haikus durante toda una mañana. El traduce poesía como para aflojar la mano antes de ponerse a escribir. No se puede escribir esa prosa si no se escribe desde la poesía”. La otra cuestión que aporta Sarlo –y que no sabe si alguien la esgrimió antes– es que “Saer se constituye en la ruptura con Borges, como Borges constituye su literatura en la ruptura con Lugones. Se rompe con lo que se tiene más próximo”.

En la órbita

¿Cómo difundir la obra de Saer?, pregunta Casas. “La lectura siempre es un interrogante, Saer exige de su lector un gran trabajo, como exigen los poetas. No se puede leer poesía distraídamente. No se puede resumir: leí una novela fantástica y resulta que le llevan un caballo y el caballo se queda atrás de la casa y después resulta que matan a un comisario que se llama Caballo. Nadie puede engancharse de ese modo; es imposible. Son textos a los que uno tiene que pegarse, como dice (Roland) Barthes, son textos de placer. Con el debido respeto, uno puede leer alguna de las buenas novelas de (Mario) Vargas Llosa y tranquilamente puede saltear cincuenta páginas y seguir leyendo, si le cuentan lo que se salteó. Si uno se saltea dos párrafos de Saer es porque ya se salió de la lectura; es como si algo que está en órbita despista y no vuelve a la órbita. ¿Quién no se salteó leyendo una novela de Balzac? Hay que hacer todo lo posible para que Saer se lea con una especie de optimismo del corazón y una especie de escepticismo de la razón”, concluye Sarlo.

Hasta pronto, bella forma

“El universo saeriano ya forma parte de nuestro imaginario”, afirma Cecilia Vallina, subsecretaria de Producciones Audiovisuales, que anticipa que en septiembre se estrenará la película El limonero real, de Gustavo Fontán. “¿Será posible captar, desde el mundo de la imagen, la inaprensible música de las palabras de Saer? Sabemos que esa musicalidad sólo le pertenece a sus obras y que no podemos aspirar a recuperar el espíritu o el aura que las anima, pero sí quizá algo del ambiente, de la caminata del mismo Horacio Barco desde la ruta entre Rosario y Santa Fe a un pueblo de llanura, que suponemos que es Serodino, en el cuento ‘La tardecita’”, reflexiona Vallina. “No se trata de corporizar sus personajes y seguir sus recorridos o de representar sus rituales, ni mucho menos nos interesa retratar la referencialidad manifiesta de sus paisajes. La intención de este proyecto audiovisual es enfrentarnos a la manera en que todo eso a su vez habla de una forma y presentarnos ante la obra de Saer con esa intención, convocados por la resonancia de cada uno los términos de su propia frase: ‘yo percibo una forma más real que la del mundo’”. El cineasta Iván Fund agradece por meterlo en “este problema” que consiste en cómo hacer una película con el mundo Saer. “Cuando pienso en Saer y en cómo me interpela su obra, me acuerdo del documentalista holandés Johan van der Keuken, que retrata la vida de un jovencito ciego muy inquieto que hace música. Y cuando termina el documental, Van der Keuken, hablando detrás de cámara mientras lo filma a Herman, dice algo muy lindo: ‘en una película todo es forma, incluso Herman; hasta pronto, bella forma’. Y termina la película. Si hay algo que uno puede desear profundamente con este proyecto es poder manifestar ‘hasta pronto, bella forma’”.

El escritor y crítico Martín Prieto, curador del “Año Saer”, revela que todo surgió de “una frase semánticamente ambigua” del gobernador de la provincia de Santa Fe, Miguel Lifschitz: “Hagan algo con Saer”. El proyecto arrancó con el libro Una forma más real que la del mundo, coeditado por Mansalva y Espacio Santafesino Ediciones, que incluye 27 entrevistas a Saer de Alan Pauls, Carlos Dámaso Martínez, Matilde Sánchez, Mempo Giardinelli, Sergio Chejfec, Graciela Speranza, Guillermo Saavedra, Hinde Pomeraniec y Elvio Gandolfo, entre otras. “En la entrevista con Hinde ella le pregunta qué espera. Él dice que espera formar parte de la literatura argentina. Esa ambición tan modesta en un autor tan enorme me devolvió a las primeras percepciones que tuve como lector de los libros de Saer de los años 60. Hay una combinación de grandeza, porque ese proyecto no se puede llevar adelante sin una ambición de grandeza, pero tampoco se puede llevar adelante sin una enorme humildad”, advierte Prieto.

El chiquito pícaro

El actor Omar Tiberti está hablando con Mabel Saer, la hermana del escritor, y con el músico Guillermo Saer, sobrino de Juani y primo de Jerónimo, con quien tocó en Buenos Aires en Niceto Vega. “En Serodino éramos compañeros, fuimos a tercer grado juntos. Juani era tímido”, evoca el actor a Página/12. “La maestra, que se llamaba Teresita Rissú de Isasa, nos hacía escribir composiciones. Ella dice en un momento: ‘Pase Saer’. Él me dio su composición y pasé yo a leer la composición de Juani. Y después leí la mía. Cuando nos volvimos a ver, cuando él vino por la asunción de (Raúl) Alfonsín, me pregunta: ‘decime, Omar, ¿cuándo te picó el bichito del teatro? Y yo le pregunté: ‘¿y a vos cuándo te picó esto de escribir?’ A los diez años no sabíamos todavía lo que la vida nos iba a deparar”. Mabel sonríe y pone en cuestión esa timidez narrada por Tiberti. “Él le hacía cartitas a una noviecita que tenía. Mamá estaba en la cocina y un día Juani le dijo: ‘Mamá yo me quiero casar con la Cuca’. ‘¿Y la Cuca qué dice?’, preguntó mamá. ‘Que sí, que se quiere casar con el Juani’. ‘¿Y cuándo se van a casar?’, quiso saber mamá. ‘Cuando la Cuca quiera...’ Ya de chiquito era pícaro”.

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Juan José Saer haciendo un asado, en una de las imágenes que se mostraron en el Museo.
 
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