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Sábado, 7 de junio de 2008

OPINIóN

Las deudas pendientes y las vereditas de Fitz Roy

 Por Eduardo Fabregat

“Que el Teatro Colón no esté funcionando es un indicio de que las cosas no funcionan. Pido a las personas, responsables e irresponsables de esta triste realidad, que se den cuenta de lo que este teatro representa. Los laureles que supimos conseguir no son eternos. Hay que reconquistarlos todos los días”, dijo esta semana Daniel Barenboim, celebrando el centenario del Colón en un estadio de boxeo. El martes, en Caiga Quien Caiga, Gonzalo Rodríguez se metió en el Colón utilizando un estuche de contrabajo como caballo de Troya. Lo que se vio fue espeluznante: grietas en las paredes, valiosísimos libros tirados en un pasillo húmedo. “Un desastre”, dijo después Mauricio Macri como si no le tocara, como si el estado de las cosas hoy fuera también responsabilidad de la gestión anterior: firme en esa actitud tan argenta de descargarlo todo en los predecesores y prometer éxitos resonantes en el futuro inmediato. O no tan inmediato, a juzgar por el panorama en varias escuelas porteñas para el invierno.

El jueves volvió a postergarse el anuncio sobre la licitación para definir qué consultora convocará a cuáles empresas para realizar las nuevas refacciones. Si suena enrevesado y burocrático, es porque así es. Con el Master Plan archivado por irrealizable –no porque no pudiera hacerse, sino porque todos los funcionarios simularon que la suma de dinero necesaria para un trabajo tan preciso iba a aparecer mágicamente–, la perspectiva actual del Colón recuerda a aquellos años en los que la Biblioteca Nacional era un proyecto eterno: la culpa es de la gestión anterior, algún día se retomarán las obras, algún día abrirá. Mientras tanto, a nadie se le ocurre que hay que tomar ciertas precauciones. Por lo menos, no tirar los libros en cualquier lado.

También el jueves, los músicos y empleados del Colón expresaron su preocupación en un comunicado. La experiencia más a mano indica que deberán armarse de una paciencia similar a la que ponen en juego los teatristas independientes, sitiados por vacíos legales y problemas de interpretación de la restrictiva legislación puesta en marcha tras Cromañón. Su constante trajinar por despachos oficiales, sus quejas públicas, su periódico reclamo de que se contemple la importancia de una actividad históricamente fértil, necesitada de una visión diferente a la instalada tras el incendio del boliche de Once, no encuentran el eco que merecen.

A los funcionarios les encanta lustrar la chapa de ciudad culta que tiene Buenos Aires, esa bullente y multifacética actividad que la hace tan atractiva al turismo. Pero poco hacen a la hora de favorecerles las cosas a los verdaderos impulsores de esa identidad, como los teatristas o la Asociación de Coreógrafos Contemporáneos Independientes Cocoa-Datei, que lleva adelante un impactante festival de danza contemporánea con la fuerza de sus propios pulmones: “Los ministros de turno no están al tanto de la problemática de la danza, y siempre hay que repetir lo que necesitamos. Si hubiera una dirección a cargo del área se facilitaría todo”, dijo a este diario Gabriela Romero, presidenta de Cocoa. Ni hablar de la música en vivo, prohibida de hecho tras Cromañón y luego regulada con “permisos especiales” que se pudieron frenar sólo gracias a la tenacidad de la Unión de Músicos Independientes, que finalmente consiguió una declaración de inconstitucionalidad.

Mientras los músicos no tienen dónde tocar, los teatristas no se concentran en sus puestas sino en discutir una y otra vez con inspectores que no saben qué norma aplicar a una sala para setenta espectadores, y el Colón se cae literalmente a pedazos, la ciudad sigue mostrando afiches tan sentenciosos como los de la era Telerman. Ahora en otro color, ahora con la leyenda “Estamos haciendo Buenos Aires”. La frase tiene asidero, aunque cabe preguntarse qué Buenos Aires está haciendo la gestión Macri: en la calle Fitz Roy, a la altura de Palermo Hollywood, el gobierno de la ciudad al fin puso manos a la obra en el tema que de verdad requería resolución urgente, ampliando las veredas para que los boliches tengan más espacio para poner sus mesas. Un verdadero master plan.

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