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Domingo, 15 de junio de 2008

BUENOS AIRES BIZARRO, UNA GUIA PARA CONOCER LA OTRA CIUDAD

La celebración de la diferencia

El periodista y escritor Daniel Riera emprendió un viaje a los confines estéticos y humanos de Buenos Aires. El resultado es una notable galería de personajes y situaciones que se salen de la norma. Ahora bien: ¿cuál es la norma?

 Por Facundo García

Daniel Riera fue explorador durante un año. En las reuniones con amigos le preguntaban qué había hecho esa tarde, porque no sabían si una dominatriz lo había tenido confinado en una jaula, o si había optado por ir a visitar a una escultora de nabos u otra actividad por el estilo. La realización de Buenos Aires Bizarro (Aguilar) fue un viaje a los confines estéticos y humanos de la ciudad, que dejó junto a “la más extraviada de todas las guías” la certeza de que, si se afila la mirada, todos podemos percibir nuestra propia extravagancia.

Aprovechando la última luz de la tarde, la fotógrafa y el entrevistado hacen fotos a la vera de un hotel alojamiento, a pasos del lugar donde El Petiso Orejudo mató a Arturo Laurora allá por 1912. No falta el auto que pega bocinazos, mientras Riera ya conversa: “Esta es una invitación a esquivar la lectura sedentaria. Todo bien si leés en tu casa, pero es mucho mejor si metés el libro en un bolsito y salís a caminar. Mi sueño es que con el tiempo la gente le vaya agregando cosas y sume su aporte”.

Se hace de noche. “Bizarro –asegura Riera ya en el bar– puede usarse para describir un elemento lejano, y también para referirse a una forma distinta de recorrer lo que nos rodea.” Desde ese criterio, el catálogo hace que Montserrat –donde vivía la envenenadora Yiya Murano– adquiera otros matices, más cerca de un tour por escenas criminales que de la rutina de un barrio capitalino. Análogamente, el centro de estudios trotskistas de Riobamba 144 se presta para que conversaciones militantes convivan con historias de fantasmas. Hay capítulos dedicados a asuntos cercanos, como la arquitectura, la comida y la bebida; pero otros –como el del Círculo de Ventrílocuos de Argentina– son un ejemplo de que allí donde el azar aportó el beneficio de lo inesperado, no hubo temores que impidieran meterse en los universos que se abrían.

¿Qué liga a estos fenómenos para que se los pueda integrar en un volumen? ¿Qué une al metalúrgico que inventa “máquinas sexuales” capaces de 120 ppm (penetraciones por minuto) con los practicantes de sumo, más allá de la improbable posibilidad de que alguna vez se junten para concretar fantasías? “Quizá compartan el desviarse de la media”, sugiere el hombre que armó la lista. Allí donde las pudorosas definiciones académicas hubieran buscado sistematizar y clasificar, el investigador optó por dejarse llevar, y relatar “tratando de ser un puente para que otro saliera a la superficie”. “Lo bizarro acá no tiene que ver con lo peyorativo –aclara–, sino con aproximarse a un mundo diferente al que hay que ingresar con curiosidad y con el corazón abierto.”

“Mirá el chalet frente al Obelisco, en Sarmiento 1113. El siberiano que vende máscaras antigás de la Guerra Fría en el centro. Es cierto, muchas personas los ven diariamente. Sin embargo lo que yo tenía que hacer era llamar la atención. La mayoría pasa mil veces delante de algo insólito y no lo percibe”, puntualiza el escritor, que reconoce haberse sentido movilizado más de una vez por los seres con los que se cruzaba. “Encontré, por ejemplo, a Fire Walkyrja, que es una sacerdotisa de cultos escandinavos y celtas. Y me resultó demasiado familiar, todavía no sé por qué”, asume. En otros casos aparecieron conflictos muy personales. La calle Lavalle, sin ir más lejos, es testigo del problema que tiene un tipo con más de mil tatuajes y tanga de leopardo: está enfurecido porque un gringo se hizo pintar todo el cuerpo de negro y le arrebató el premio Guinness. “O la tristeza íntima de uno de los ventrílocuos, que me confesó que a pesar de que era gerente de una multinacional su vida estaba en divertir a los demás de la mano de su muñeco Pascualito”, añade Riera.

Y cómo no dedicar unas líneas a Raúl Córdoba, el peluquero líder local del Movimiento Raeliano, que piensa –al igual que una decena de seguidores– que la eternidad de los hombres llegará de la mano de la clonación y lo explica intercalando anécdotas de Chivilcoy con hipótesis astronómicas. De qué manera ignorar el orgullo que emana Rafael Colaso, presidente de la Asociación Nacional de

Fútbol de Mesa y ex campeón mundial de metegol. El inventario que recorren las más de doscientas cincuenta páginas es casi interminable. “Pasa

que no todos nos sentimos cómodos con los moldes que fueron pensados para nosotros. Lo bizarro es un punto de vista que se va desplazando y, en el fondo, estas experiencias tienen que ver un poco con el misterio que es cada ser humano. Si hicieras otro rastreo similar dentro de cinco años, encontrarías un panorama completamente nuevo e igual de rico. No se puede dar una definición concluyente.”

Lo que sí es seguro para el creador de la guía es que hizo lo posible para colocarse en la vereda opuesta a la que eligen ciertos medios cuando quieren abordar “lo distinto”. “Habrás visto algún programa de tele en el que un movilero piola viaja a otro continente a gastar a los que van por la calle, a reírse y a hacerles decir boludeces –dice–. Bueno, yo pienso que el espíritu de este libro es justamente el opuesto. Con el fotógrafo Diego Sandstede lo que tratamos de construir es una celebración de la diferencia.”

Buenos Aires Bizarro es una demostración de que el verdadero viajero no depende de pasajes ni billeteras abultadas. De hecho, en octubre de 2006 Riera salió en colectivo desde

Retiro para llegar, cincuenta días y ocho crónicas después, a Tijuana (México). Había recorrido el largo de América latina.

“¿Y sabés una cosa? –confiesa al final–. Lo que vine a descubrir haciendo este libro es

que sin atravesar tantos kilómetros, terminé haciendo un

itinerario igual de estimulante sin salir de acá.”

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“No todos nos sentimos cómodos con los moldes que fueron pensados para nosotros”, dice Daniel Riera.
Imagen: Sandra Cartasso
 
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