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Viernes, 25 de julio de 2008

EL TRIO BRITANICO MUSE Y UN CONCIERTO ARROLLADOR EN BUENOS AIRES

Tormenta eléctrica en el Gran Rex

El grupo demostró por qué está en la cresta de la ola en su país, con un set potente que logró eludir los peores vicios sinfónicos.

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MUSE

Músicos: Matthew Bellamy (voz, guitarra y piano), Christopher Wolstenholme (bajo y coros) y Dominic Howard (batería). Invitado: Morgan Nicholls (teclados y xilofón).
Público: 3300 personas.
Duración: 85 minutos.
Teatro Gran Rex, 23 de julio (repitió anoche).

Mientras varias columnas de humo se alzan desde el piso del escenario, entre los músicos y el público, Muse cierra con una coda interminable su debut en Buenos Aires y la platea del Gran Rex arde. Toda una paradoja, porque la canción que el trío británico eligió dejar para el final fue lo más flojo de su demoledor concierto: en “Knights of Cydonia”, el ímpetu de Muse tambaleó sobre la línea que separa la épica –una de las características más notorias del grupo– de la farsa, como si estuvieran a punto de derrapar y convertirse en una versión no deseada y grandilocuente de Spinal Tap. Claro, es el riesgo que Muse elige correr a cada paso, porque está al límite de caer en los más obvios vicios del rock sinfónico. Por lo general sale de esa trampa autoimpuesta gracias a la intensidad de sus performances, al costado más hard de su rock y a la capacidad musical de sus tres integrantes. Entonces logra un hitazo como “Starlight”, que en el Rex terminó de encender al público tras el clásico “Hysteria”, hacia el final del show, o disparar con la contundencia de “Supermassive Blackhole”, el segundo tema de la noche. En momentos como esos incluso los veteranos de mil conciertos se quedan con la boca abierta ante el poderío de este trío inglés.

No se exagera demasiado si se dice que Muse es la banda más grande del momento en su país, porque viene de editar un disco y DVD en vivo con las presentaciones que hizo el año pasado en dos noches seguidas, nada menos que en el nuevo estadio de Wembley (tienen el record de público hasta ahora). H.A.A.R.P., que así se llama, reúne buena parte de las canciones que llevaron al trío hasta ese lugar. Ojo: al cantante Matt Bellamy y a los suyos no les resultó nada fácil arrancar; son de un pueblito llamado Teignmouth, en Devon, y al principio ningún sello les prestaba atención porque no sabía en qué categoría meterlos. Lo cual no es raro, porque Muse no tiene nada que ver con lo que sucedió en las islas en la última década, más allá de que en su debut estuvieran peligrosamente cerca de Radiohead. Es más: una posible definición sobre la música del trío sería decir que son el camino entre el hard rock y la música progresiva por el que podrían haber optado los de Oxford después de Ok Computer. En la Argentina apenas se editaron dos discos de los seis que tiene el grupo en sus doce años de trayectoria, el ya mencionado H.A.A.R.P. –cuyo título remite a una de esas conspiraciones tipo Mulder y Scully que tanto le gustan a Bellamy– y el anterior, Black Holes & Revelations. Sin embargo, debió agregarse una función para anoche debido a que la primera se agotó varias semanas antes del show.

Sobre el escenario, quedó dicho, Muse es cosa seria. Apenas se paran con “Map of the Problematique”, la pantalla que ocupa todo el fondo empieza a multiplicar rectángulos en la gama del azul (luego habrá animaciones, imágenes de marchas, de paisajes, de policías cargando), mientras el volumen, altísimo pero cristalino, despeina a los de las primeras filas. Desde el primer acorde, todo es explosión, intensidad, épica. Bellamy posee un registro similar al de Thom Yorke, cantante de Radiohead, lo que se potencia por su forma de arrastrar las vocales. Con las seis cuerdas es una especie de brujo, capaz de extraerle desde los más poderosos riffs (por momentos daba la sensación de estar en un show de Metallica, sin exagerar) hasta gritos y gemidos a la Hendrix. Su asistente trabaja a destajo todo el concierto, porque cada guitarra requiere de una afinación especial, que Bellamy aprovecha para sorprender con su estilo pirotécnico, con influencias de Tom Morello (Rage Against The Machine) y Brian May (Queen). Y cuando se sienta frente al piano no es menos arrollador, porque su formación clásica lo habilita a ir allí donde la mayoría de los rockeros de su generación ni siquiera osarían animarse. Sus compañeros forman una base indestructible: el grandote Wolstenstholme, todo de negro, hasta se da el lujo de hacer una jam con su bajo distorsionadísimo, mientras Howard sostiene todo el andamiaje a los golpes sobre su batería con cascos transparentes. El invitado Nicholls intenta pasar inadvertido en escena, aunque no con su aporte en los teclados y el disparo de samples.

En “New Born”, cuarto tema de la lista, sólo están los tres miembros de Muse sobre el escenario, con Bellamy sentado al piano por un rato. Pero enseguida empieza a asesinar con su guitarra roja que parece cubierta por brillantina. Y al final, después de unos riffs hipermetaleros, queda de espaldas al público, con la mano derecha alzada mientras la izquierda se hace un festín con el diapasón. En “Butterflies and Hurricanes” usa otra guitarra que parece un espejo y al final aparece por primera vez el humo; en “Feeling Good” usa un megáfono para cantar frente al piano; en “Invincible” el ritmo marcial es cortado en jirones por la guitarra aullante. En los bises, el batero pide que enciendan los celulares y los encendedores: un oasis de paz para los oídos con “Soldiers Poem”, hecha con guitarra acústica, batería con escobillas y xilofón. Pero es muy breve el respiro, porque en “Plug in Baby” Bellamy inventa una sirena de ambulancia con sus seis cuerdas, mientras globos enormes caen desde el pullman. Y después el final, al borde de la megalomanía, pero que no puede opacar las sensaciones de un concierto arrollador.

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Matthew Bellamy dio clases de versatilidad en la guitarra, con una amplia paleta de estilos.
Imagen: Sandra Cartasso
 
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