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Domingo, 20 de noviembre de 2005

DANZA MAIA PLISETSKAIA CUMPLE 80 AÑOS, Y LO FESTEJA BAILANDO

Un cisne en el cuerpo de una mujer

La legendaria bailarina rusa volverá a las tablas para interpretar Ave María, una coreografía que Maurice Bejart creó especialmente para ella. Retrato de la mujer que fue declarada “hija de enemigos del pueblo”, pero triunfó con su arte.

Maia Plisetskaia, una de las más grandes del siglo XX, cumple hoy 80 años y, para celebrarlo, volverá a las tablas para interpretar Ave María, una coreografía de Maurice Béjart creada especialmente para ella, en una gala a ser realizada en el Kremlin.
La primera bailarina de todos los tiempos, famosa por su interpretación de Odette y Odile en El lago de los cisnes y la tradicional La muerte del cisne, nació el 20 de noviembre de 1925 en Moscú, Rusia. Sobrina de dos destacados bailarines de la compañía del Teatro Bolshoi en el período de entreguerra, Maia ya llevaba la danza en las venas. A los siete años, la Plisetskaia ingresó en la escuela de danza del Bolshoi y muy pronto su talento fue reconocido. En 1959 ya era considerada una estrella, sucediendo a la reconocida Galina Ulanova, a quien su tío había formado.
Sin embargo, la infancia de Plisetskaia no fue nada fácil. Su padre, distinguido por el Estado por sus méritos en la industria del carbón unos años antes de la llegada de Stalin al poder, desapareció en 1937 y sólo cincuenta años más tarde su hija se enteró de que había sido ejecutado por orden de Stalin. Por su parte, su madre –una reconocida actriz del cine mudo ruso– fue deportada cuando Maya tenía once años, por lo que, desde entonces, la Plisetskaia fue declarada “hija de enemigos del pueblo”.
Aun así, su pasión por la danza, su perfeccionismo en la técnica clásica y su gran fuerza expresiva le permitieron a esta rusa, nacionalizada española en 1993, salir a la luz y ser reconocida en su país como en todo el mundo. En 1943, cuando ya había finalizado su formación –que realizó en tiempos de guerra– fue contratada por el Teatro Bolshoi y rápidamente, de integrante del cuerpo estable pasó a encarnar roles de primera bailarina, interpretando papeles como el de Masha en El Cascanueces y el de Myrtha en Giselle.
Reconocida en toda Rusia, a Plisetskaia se le prohibió abandonar el país por su carácter de hija de enemigos del pueblo, aun cuando ya había alcanzado fama mundial y era considerada la Primera Bailarina de la Unión Soviética. Ni bailar para Stalin, como lo hizo cuando éste festejó sus 70 años en 1949, le sirvió para obtener la licencia. Recién en 1959, luego de haber contraído matrimonio con el compositor Rodion Shchedrin, pudo salir y llevar su arte al mundo, con la condición de que volvería ya que, mientras tanto, su marido era considerado rehén del Estado.
Si el régimen stalinista y la guerra marcaron la juventud de este prodigio de la danza, los años que siguieron hicieron del mundo su nueva casa: Plisetskaya celebró sus grandes éxitos en Estados Unidos e Inglaterra, se convirtió en directora del Ballet de la Opera de Roma y luego del Ballet Lírico Nacional de Madrid y, este año, recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Artes junto a la joven española Tamara Rojo, actual primera bailarina del Royal Ballet de Londres.
Con más de 60 años de carrera, Maia Plisetskaia ya es un símbolo de la danza clásica. Fue no sólo bailarina sino también coreógrafa; fue la más grande intérprete femenina de las creaciones de Béjart; tuvo como partenaires a los más grandes de la danza, entre ellos, a los argentinos Jorge Donn y, más tarde, Maximiliano Guerra; se convirtió en el referente más importante para las bailarinas de todo el mundo que la sucedieron; y, por último, pero no por eso menos importante, la prensa mundial la bautizó “la reina del aire” y la consideró la mejor bailarina del siglo XX desde Anna Pavlova.
Si en 1989 Plisetskaya, con 69 años, se alejaba de los escenarios, renunciando a su papel de solista del Bolshoi para dedicarse solamente a dar clases magistrales, ahora, a los 80, regresará a ellos para volver a bailar y reencontrarse así con el arte que encendió no sólo su pasión sino también la de tantos espectadores que desde la platea del teatro o frente a una pantalla de televisión alguna vez se estremecieron al ver a ese intenso y a la vez frágil cisne en el cuerpo de la mítica e inigualable Maia Plisetskaia.

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En 1959, Plisetskaia ya era considerada una estrella.
 
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