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Miércoles, 12 de noviembre de 2008

DOCUMENTALES ARGENTINOS EN LA MUESTRA MARPLATENSE

La vida y todo lo demás

En dos de las competencias oficiales del festival se pudo ver por estos días Regreso a Fortín Olmos, Imagen final y Diletante, que, más allá de sus méritos, constituyen tres modos diferentes de abordar el género documental.

 Por Horacio Bernades

Desde Mar del Plata

Parte de una programación que esparce representantes de ese campo en varias secciones, documentales argentinos del más variado pelaje pueden verse en estos días, en dos de las competencias oficiales de la 23ª edición del Festival de Mar del Plata. Opera prima de la realizadora Kris Niklison, Diletante (Competencia Argentina, cinco de cuyas nueve integrantes son películas del género) es lo que suele denominarse “retrato documental”, retratando en este caso a la propia mamá de la realizadora, uno de esos personajes capaces de acaparar todas las miradas. A su turno, Regreso a Fortín Olmos (Competencia Latinoamericana) responde a lo que podría llamarse “documental de reconstrucción”, reviviendo frente a cámara una experiencia comunitaria que, en los años ’60, tuvo lugar en el Chaco santafesino. Construida alrededor de un hecho político irresuelto (el célebre asesinato de un camarógrafo argentino en Chile, poco antes del golpe de Pinochet), Imagen final (Competencia Argentina) representa, finalmente, otro modelo clásico, el del documental político.

“Más vale me compro una motosierra, pago 20 pesos por la tala, y listo”, dice Bela, y en la escena siguiente ya está ajustando una a una las piezas de la nueva máquina, antes de subirse a su cuatriciclo a motor y salir a la ruta. Bela tiene 80 años, es de origen holandés y vive en una casa junto al río Paraná, que con frecuencia contempla desde una reposera, mientras lee. “Cuando yo era muy chica, mi mamá me apoyaba sobre la cola el libro que estaba leyendo, para que sintiera que ella estaba ahí”, dice desde el off la realizadora Kris Niklison, que usa esa banda de modo sumamente discreto, apenas para introducir la película y a sí misma en ella, entregando de allí en más el film a su verdadera protagonista. O a sus verdaderas protagonistas, en plural, ya que todo gira alrededor de las conversaciones (casuales, nimias, chismosientas; en otras palabras: puiguianas) que Bela sostiene con su cocinera, Cata. De quien lo único que se ve es su voz, si se permite el oxímoron.

Puede resultar sorprendente que sea ésta una primera película, y que su directora provenga de ambientes tan alejados del cine como el teatro y la danza (llegó a formar parte del Cirque du Soleil), ya que hay en Diletante un sentido del encuadre, del ritmo cinematográfico, del montaje y la sucesión de escenas, propios de una cineasta nata. Convirtiendo al espectador en partícipe silencioso de las charlas entre Bela y Cata, cada plano de Diletante parecería funcionar como las piezas de los gigantescos rompecabezas con que la protagonista disfruta del paso del tiempo, justificando el título. En 1966, el cineasta santafesino Patricio Coll y el bonaerense Jorge Goldenberg (que más tarde se convertiría en el más reputado consultor de guiones del cine argentino) rodaron, junto a otros dos correalizadores, el documental Hachero nomás, donde mostraban la situación de explotación que los trabajadores del Chaco santafesino sufrían a manos de ex contratistas de la desaparecida empresa La Forestal. En el momento del rodaje, en la zona había comenzado a funcionar una cooperativa rural, impulsada por una orden católica con inquietudes sociales. En Regreso a Fortín Olmos, Coll y Goldenberg volvieron a viajar a la espesura para reconstruir esa experiencia, que terminó en el fracaso.

“Si, antes de filmar, alguien me hubiera dicho que íbamos a terminar haciendo uno de esos documentales de ‘bustos parlantes’, lo hubiera corrido a chicotazos”, confiesa Coll en un aparte con PáginaI12, refiriéndose a los testimonios a cámara que se suceden a lo largo de la película, brindados por los propios protagonistas. El pequeño detalle es que una persona que se expresa plena e intensamente frente a cámara (filmada además no como “cabeza parlante” sino de cuerpo entero) no es un busto sino un personaje. Y son personajes, y no títeres animados, los que protagonizan Regreso a Fortín Olmos. Movidos todos por una generosidad y sensibilidad social muy propias de la época, estos médicos, maestras e ingenieros agrónomos, ya veteranos, van reconstruyendo la historia y la intimidad de ese proyecto, sin duda quimérico. A lo largo de su desarrollo, el intento de implantar una democracia social en medio del matto chaqueño fue virando de cierta ingenuidad política y social (la de pretender asociar, en pie de igualdad, a hacheros y patrones) a una toma de conciencia que los llevó a bajar la cortina, emigrar o unirse a proyectos políticos más totalizadores. Narrada con ejemplar precisión, concisión y progresión, Regreso a Fortín Olmos logra además transparentar –sin explicitarlo jamás– hasta qué punto esa experiencia singular refleja todo un espíritu de época, por el que utopías y realidades terminaron chocando, a puro deseo.

A lo largo de cinco años, el realizador Andrés Habegger y su equipo investigaron el caso de Leonardo Henrichsen, camarógrafo argentino que, dos meses antes del golpe de Pinochet, filmó su propia muerte, a manos de un destacamento militar alzado. La escena es famosísima, pudo verse antes en varios documentales y se reitera varias veces durante el metraje de Imagen final, que sigue básicamente la investigación que un periodista chileno emprendió sobre el asunto. Investigación que reemplaza la inacción judicial, debida a una cláusula no escrita que tiende a prescribir (de modo extraoficial, claro) todos los crímenes de guerra cometidos, como es el caso, antes del golpe del 11 de septiembre de 1973. La novedad que el periodista aporta es el posible nombre del asesino de Henrichsen, que sería el cabo a cargo del operativo. Dato que la Justicia chilena no muestra el menor interés en corroborar. Todo esto se podría haber narrado en primera persona, como documental de investigación, como cine directo, o incluso a la manera de un thriller. Como sin tener del todo claro qué hacer con sus materiales, cómo desarrollarlos y exponerlos, Imagen final parecería no terminar de elegir una forma para sí, cayendo en reiteraciones, lagunas e indecisiones. Una lástima.

Imagen final se verá por última vez el próximo viernes a las 16.30, en el cine Del Paseo 4.

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Imagen final, un clásico documental político.
 
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