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Martes, 25 de noviembre de 2008

CELINA MURGA FUE PREMIADA COMO MEJOR DIRECTORA EN TESALóNICA

El country como una alegoría social

El jurado del festival griego premió a la cineasta por Una semana solos (aún no estrenada en la Argentina), un film que retrata la fractura social entre los habitantes del country y el afuera, sin adoptar nunca un tono aleccionador o prejuicioso.

 Por Luciano Monteagudo

Desde Tesalónica

La primera vez fue allá por 2003, cuando Celina Murga, con su ópera prima, Ana y los otros, se llevó de aquí el premio a la mejor dirección. Y ahora, cinco años después, con su segundo largo (lo que habla a las claras de la dificultad con que algunos cineastas argentinos se enfrentan a la hora de poder darle una continuidad a su obra), Murga volvió a repetir el reconocimiento: Una semana solos –todavía no estrenada comercialmente en Buenos Aires– ganó el domingo por la noche el premio al mejor director que otorga el festival griego. La película de Murga tuvo su lanzamiento original en el Bafici de abril pasado y luego en agosto estuvo en las Giornate degli Autori de la Mostra de Venecia, donde Martin Scorsese –padrino artístico durante un año, a través del programa Iniciativa Rolex para Mentores y Discípulos– decidió poner su nombre en los créditos del film, como una manera de manifestar su apoyo y su confianza en la cineasta argentina.

Filmada íntegramente en un country, con un grupo de chicos que van de los 7 a los 14 años, Una semana solos tiene la enorme virtud de poder dar cuenta de la fragmentación del tejido social argentino sin necesidad de enunciar en voz alta su condición de cine político. A partir de las rutinas y costumbres de estos hijos del privilegio, recluidos en un enclave aislado de la realidad exterior –de la que los separan no sólo el conformismo y el desconocimiento sino también la sombra de un ejército de guardias armados–, Murga hace evidente hasta qué punto es casi impensable hoy la movilidad social que permitía el espacio público y a la que se niegan los barrios privados surgidos como hongos durante el apogeo menemista. En una prueba de su sutileza e inteligencia, el film sin embargo se cuida muy bien de demonizar a estos chicos, en los que no deja de encontrar sensibilidad e inocencia. Se trata más bien de registrar sus hábitos de consumo, sus modos de habla, sus maneras de relacionarse, para revelar hasta qué punto está surgiendo detrás de esas murallas toda una generación ajena al mundo exterior y que puede llegar a ver en “el otro” que viene de afuera no sólo a un extraño sino incluso, eventualmente, también a un enemigo.

El premio mayor de Tesalónica, a la mejor película, fue a su vez para Aan Ja (Over There/Por allí, según su título internacional), del iraní Abdolreza Kahani, un film que a través de la crisis de una pareja también parece expresar las tensiones de su sociedad, al punto de que está prohibida en su propio país. Rodada en planos cerrados, en un estilizado blanco y negro que le da al film un raro intimismo, el segundo largo de Kahani narra el proceso de desintegración de un matrimonio de clase media alta, cuando a partir de una situación de celos deja que interfieran entre ellos los mecanismos de una estructura social represiva y paternalista. La novedad de Aan Ja con respecto a otras películas iraníes como El círculo, de Jafar Panahi, reside en que aquí no sólo la mujer es la víctima (de hecho, es ella la que inicia la separación) sino también el hombre, que se ve obligado a tomar decisiones en contra de sus propios sentimientos.

A su vez, el jurado presidido por el escritor canadiense Michael Ondaatje e integrado, entre otros, por la guionista estadounidense Diablo Cody (la autora de La joven vida de Juno), el crítico británico David Robinson y la productora argentina Lita Stantic, otorgó su Premio Especial a Pescuit Sportiv (Pesca deportiva), el excelente film rumano de Adrian Sitaru, del cual ya Página/12 había señalado sus méritos en la cobertura del festival del sábado pasado. Se trata de una película que también pone en escena el derrumbe de una pareja, pero con un dispositivo muy particular: cada uno de los personajes –y son tres, porque entre ambos contendientes se interpone un tercero, una mujer que aparenta ser una prostituta– es el portador de una cámara subjetiva. Lo que ve el espectador es lo que ven los ojos de unos y otros, evitando así los clásicos planos y contraplanos de una puesta en escena clásica. Lo que en principio parece un mero mecanismo, luego prueba ser una forma de dotar de ambigüedad y extrañamiento a esa relación triangular, en la que nunca se llega a saber realmente hasta qué punto la subjetividad de cada personaje impregna la visión de la totalidad.

Por afuera de la competencia oficial, el cine argentino tuvo otros reconocimientos en Tesalónica. Invitado especial, Gustavo Santaolalla no sólo dictó una Masterclass y presentó Café de los Maestros, donde como productor musical rescata a varias glorias del tango. Además recibió el premio Alejandro de Oro a su trayectoria, en una ceremonia en la que también fue distinguida Lita Stantic, con una placa honorífica. “Stantic es una productora que ha apoyado al joven cine argentino desde sus comienzos –señaló la directora del festival, Despina Mouzaki– y nos gustaría que pudiera trabajar con nosotros de manera regular para ayudarnos a promover a las nuevas generaciones del cine griego.”

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Murga hace evidente hasta qué punto es casi impensable hoy la movilidad social que permitía el espacio público.
Imagen: Ana D’Angelo
 
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