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Domingo, 2 de agosto de 2009

GUSTAVO PATIÑO, HOY EN EL AUDITORIO DEL PILAR

“El eje siempre debe ser la música, no el exitismo”

El intérprete propone un ajustado recorrido por los ritmos que vienen de la tierra, volcados en su disco Heredero del viento, grabado artesanalmente en Tilcara.

 Por Cristian Vitale

Se ve en una foto al Choque Vilca tomando mate y otro al lado, tocando una criolla. El fondo es de árboles y montañas; la fecha: 1979. El intenso poeta de la puna tiene la mirada hundida en la tierra, y el de la guitarra, Gustavo Patiño, luce un semblante sereno. treinta años atrás eran un dúo del que Buenos Aires no tenía noticias. Uno, muerto en 1987, le ha dejado al destino un puñado de poesías profundas. El otro, un multiinstrumentista de devenir errante, sorteó la mala con otra suerte. “Se extraña Germán. El me inspiró el sentido de lo artístico: era un tipo simple, de pueblo, pero con una capacidad de proyección universal que nunca pudo plasmar”, sostiene Patiño. Cierto: no procede que el autor de “Ruta del Coya” –que León Gieco transformó en una de las más hermosas piezas de Bandidos Rurales– haya resultado tan poco siendo tanto. Nunca pudo dar con lo universal, apenas con Buenos Aires cuando en 1984, con unos pesos prestados por otro prohombre del NOA musical –el Coya Mercado– recaló en los estudios TNT para grabar un cassette, el único de su vida. “Me hizo elegir sus poesías, porque seguro que él iba a leer las más tristes y en cinco horas le puse todos los instrumentos. La plata no alcanzaba para más”, se ríe Patiño.

El dato, tal vez un grano de arena en la historia grande del folklore, determinó en Patiño un disparo inicial. Con la bandera del Choque entre los puños consumó su trayecto: fue bombisto de Sixto Palavecino y (re) constructor de instrumentos antiguos; fue músico ¡de Shakira! y elegido de Mercedes Sosa (La Negra le grabó “Escondido de mi país”); hizo diez discos y circuló durante nueve años dando clínicas por universidades de toda España; tocó todos los instrumentos posibles (del mandolín al siku; del erkencho al pinkullo) y hoy, de regreso al país, quiere mostrar los efectos de tal trayecto en una ciudad que le fue esquiva. “La verdad es que no supe aprovechar momentos importantes de mi vida, como cuando Mercedes grabó mi canción: me dieron un premio nacional, y al día siguiente estaban todos los que habían ganado en la televisión, menos yo. No tenía claro cómo promocionarme. Me sentí muy desprotegido”, analiza.

Lo que Patiño tiene para mostrar hoy en el Auditorio del Pilar (Vicente López 1999) es un ajustado y múltiple recorrido estético por los ritmos del NOA que le vienen de la tierra –nació en Lima, Buenos Aires, pero vivió casi toda la vida en Tilcara– en parte volcado en su último disco (Heredero del viento) y en parte concebido entre las yungas de sus pagos. Hay, entre las perlas, canciones de su haber (“Danza de las estrellas”, “Por los caminos”) y otras que mantienen al margen del olvido la cosecha de Vilca (“Canto por vos”). “Voy por una vía tranquila, aunque eso no quiere decir que no le haga mover las patas a la gente: Julio Paz (Dúo Coplanacu) me dijo ‘es un power trío, loco’ –se ríe–. Lo mío pasa por poner poco y bien.”

En Heredero del viento, pero mucho más en Música para imaginar, su última producción –grabada en forma casera en Tilcara–, Patiño expone en su música un latido universal. Fruto de una simbiosis: el pasado que lo ata al folklore andino y otro pasado, pero mediato, que lo liga con su experiencia de vida en Andalucía. “Vivir allá me sirvió para nutrirme de lo multicultural de España, ¿no...? Es un lugar en que se mezcla lo arábigo con lo africano y, a su vez, todo esto con lo europeo: uno no puede quedar ajeno a eso. Y otras cosas; hice más amigos bolivianos en España que en Jujuy y, además, experimenté lo enriquecedor que resulta combinar instrumentos de hueso, arcilla o piedra con los más evolucionados. Tocar, qué sé yo, un erke y un sintetizador juntos. Estamos en esa era”, sostiene.

Patiño tiene un brillo calmo en sus ojos. Habla pausado. El pelo canoso y levemente ondulado le llega casi a la cintura: look de ermitaño atemporal. A veces parece soñar despierto; otras, se posiciona como si estuviera dando una clínica. “Yo siempre comparo los instrumentos con herramientas. Si el objetivo es sacar un clavo de una pared utilizo una tenaza, y si el objetivo es describir una mañana radiante en Tilcara uso la quena, porque su timbre hace que la mañana sea más radiante. Lo más importante, en principio, es saber qué se va a decir. Ese sentimiento de lo vivido te lleva a poder manifestarlo, y a encontrar los medios. A veces ni siquiera son letras, con la melodía basta”, dice. En rigor, Música para imaginar, es enteramente instrumental. Tiene piezas (acústicas y electrónicas) destinadas a graficar escenas de películas o de obras de teatro y un aura que Patiño desacraliza con una carcajada breve: “Bueno, algunos temas son más épicos y otros más hípicos, como para andar a caballo”.

–¿Fue solamente su larga estadía en España lo que impidió un mayor reconocimiento de su obra en la Argentina?

–Bueno, perdí la regularidad del contacto cara a cara, además de la imposibilidad de presentarme en vivo. Pero no fue mi intención, para nada, por eso mi trabajo actual pasa por rescatar mis cosas propias en mi propio lugar. La cosa sigue vigente, pero no se mueve si uno no da el puntapié inicial. Uno tiene que demostrar que está vivo para que las cosas también vivan. Mi plan es reactivar lo que, por accidente, se frenó. En realidad, estaba allá pero con la cabeza acá. Trabajé mucho en Europa, pero hubiese hecho más si mi cabeza y mi proyecto hubieran estado allá. No fue así y ahora el plan es proyectar desde aquí al mundo, nunca más al revés.

–¿Hubo algo de autoboicot en términos comerciales, también?

–Tuve un despegue de proyección artístico–comercial en algún momento, pero al no vivir en la gran ciudad, no le pude dar continuidad. Igual sí, es cierto: no me he sabido mover con determinada gente, y otra gente no supo leerme. Generalmente se pone a todos los artistas en una misma bolsa cuando, en realidad, cada artista es totalmente diferente. El eje siempre debe ser la música por sobre el exitismo económico: yo especulo con mi música y no con lo que pasa en el mercado.

–Como cuando grabó aquel cassette con el Choque Vilca...

–¡Ja! El cassette tiene algunas cosas fieras, pero lo de Germán es sublime. Un monstruo, cada vez que ando por Tilcara tengo la sensación de verlo aparecer en cada esquina.

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Imagen: Arnaldo Pampillón
 
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