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Lunes, 16 de enero de 2006

OPINION

Desmesuras

 Por PEPE ELIASCHEV

José Pablo Feinmann está molesto conmigo. Lo irritan mis excesos, mis exageraciones y mis desmesuras. Asegura que los torturadores están agradecidos conmigo. Salvavidas de acero: me echaron, me censuraron malamente y de manera artera, de modo tal que no pudiera despedirme de mis oyentes de Radio Nacional, transgredieron un contrato que aseguraba siete días hábiles de antelación para informar su no renovación y, sin embargo, me aconseja no exagerar, no ser desmesurado, no cometer excesos.

¿Será que por algo habrá sido? Bien entendido, Feinmann manifiesta con una frontalidad que agradezco y me reconforta, que la decisión del Gobierno fue pésima y que no había por qué echarme. Le pide, además, a Mona Moncalvillo que renuncie, pero sostiene que ella no es una torturadora.

¿Lo dije acaso? Por cierto que no. Pero la frase de ella es de una memorable lobreguez: “Son órdenes de arriba”. Alberto Fernández, claro, no va a renunciar ni se va a rectificar, pero, entonces, ¿qué es “arriba”?

Lenguaje sórdido: se habla de una “superioridad”, como si los aires cuartelarios hubieran regresado. Pero, ¿es que un gobierno progresista, transformador, comprometido con los derechos humanos y que asegura que hasta 2004 la democracia hizo “silencio” sobre las violaciones a los derechos humanos, no tenía otra forma de actuar? Claro que podía haber actuado de modo diferente, pero prefirió esto, el gesto brusco, la decisión “manu militari”, la orden implacable.

¿Cuál sería mi “exceso”? ¿No era ésa una palabra terrible e inaceptable en la mirada del pensamiento democrático y en la perspectiva de la defensa de los derechos civiles? La obediencia debida, aquello que el gobierno de Kirchner vino a repudiar, significa cumplir órdenes que no tienen fundamento moral. Esta no la tuvo. ¿Quién se excedió aquí? ¿Quién exagera? Si a un periodista democrático y honesto, con el que se podrá no estar enteramente de acuerdo, se lo destrata con esta maldad, con esta saña dogmática, ¿qué queda para los enemigos del pueblo? ¿Por qué será que esbirros de Radio 10 y Hadad se quejaron de que yo me defendiera (“Eliaschev siempre califica de ‘fachos’ a los que están en contra de sus intereses”, se lamentó por radio Antonio Laje, que en Radio 10 supo vanagloriarse de ser no “facho”, sino “re-facho”) y a su vez salieran a dar la cara por mí desde la Utpba hasta Adepa, desde Fopea hasta el CELS, desde Binner hasta Alfonsín, desde Carrió hasta López Murphy, desde Lavagna hasta Macri, desde Chiche Duhalde hasta todo el radicalismo?

La intervención de Feinmann aumenta mi desolación. Ahora es la hora de denunciar las lacras, con coraje y sin anteojeras. Los que se fueron del peronismo en 1984, como él, admitieron que lo hacían para romper con un pasado de autoritarismo. El propio Feinmann conoce el perjuicio que le ha provocado a las causas nobles desandar el camino de las justificaciones de los terribles crímenes del stalinismo y otras experiencias instaladas en el imaginario del “progreso de los pueblos”, tras décadas de silencio sórdido y obsecuencias abominables por parte del progresismo de almas bellas. En lugar de comprometerse con el silenciado, Feinmann eligió reprenderlo: niño, deja de joder con esa pelota. Extraño abrazo de oso: tenés razón, pero no lastimes a mis amigos. Clima de república en trámite de autosilenciamiento, “para no jugar a favor del enemigo”.

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