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Lunes, 25 de enero de 2010

ESPECTáCULOS CALLEJEROS EN EL FESTIVAL

El lado diurno de la luna

Como una suerte de satélite de la Próspero Molina y de las peñas, hay un circuito que funciona preferentemente en los balnearios coscoínos. Allí se verifica un clima relajado, con artistas que cantan a la gorra, entre rondas de mate y fernet.

 Por Cristian Vitale

Desde Cosquín

Cosquín en sol. Cuatro de la tarde y el calor arde. Arden las piedras gigantes que asoman su punta cuando el río está bajo. Arden los rieles que le hacen el aguante, desvencijados, al trencito de las sierras. Arde la piel cuando Febo baja derecho, sin filtro, sobre los cuerpos. Arde el folklore. El balneario La Toma –dos cuadras hacia arriba, mirando el pueblo desde las sierras– presenta un paisaje irregular, difuso, entremezclado y colorido. Familias enteras, familias de familias se apiñan bajo los árboles procurando una guarida ante los rayos. Reposeras, mate a morir, colchones inflables, nenes soplando burbujitas, ojotas perdidas, fernet en cantidad, tipos durmiendo después del asado, pastelitos, y poca agua para mucha gente.

“No está bueno el río de Cosquín, ahora. Si te gusta el agua y no tanto el folklore, andate a Nono”, comenta un cordobés conocedor del terreno. “Yo estoy acá por la patrona, viste”, se queja, sin demasiado lugar para correrse evitando el rozamiento. Y la patrona, una señora entrada en años, devora un churro con dulce de leche mientras se abstrae de la queja. Ve, cómodamente arrojada sobre una manta, a la juntada improvisada que, sobre una lomita de césped de espaldas al camping, se manda con standards del género. Dos guitarras, un violín –y su caja abierta para las monedas–, el bombo infaltable, y el cantante que tiene que alzar la voz ante el murmullo permanente del ambiente.”Esta noche no voy a dormir ni bosta”, dice ella, pensando en que, esa noche en la Próspero Molina, estará su ídolo Alfredo Abalos. El tipo ni mu.

Secuencias, al fin, de otra de las aristas satélite del Festival de Cosquín. A la noche será la cuarta luna en el Atahualpa (la de Teresa Parodi y Los Nocheros) y las peñas mostrarán su sino como es habitual. Pero bien cabe incluir, para entender el todo de su espíritu, la pata diurna y relajada. La que la Comisión denomina “Espectáculos callejeros” con una grilla de artistas que, en general, brillan por su ausencia en la plaza principal. Esta tarde, en el improvisado escenario levantado en La Toma, frente a la Peña Sentir lo Nuestro, se anuncia a los misioneros Ecos de la tradición. Al Ballet Sol y Luna, Alberto Canavecio, Los Ceibales, Juan Rueda, La Nuestra, MP4, Crespines, Rumicami y Kumana. Folklore amateur. De gorra y voluntad. Una comparsa norteña, además, que le pone más color a una película que hace tiempo no se ve en blanco y negro. Es el ballet América, de Jujuy, que llegó al epicentro de la República ataviado con los –asfixiantes para el contexto– disfraces típicos del Carnaval norteño. Otro ballet, el Rumicami, mostrando otra arista de la argentinidad: danzas típicas del gauchaje pampeano, y también con los trajes de rigor –sombrero y botas incluidos– que seguramente están haciendo desastres en la temperatura interna de cada cual. Pero aguantan. Bailan “La Telesita” y aguantan. La gente aplaude el gesto.

En lo musical estricto, y con un sonido atado con alambre, los Crespines –de Resistencia– les cantan a tobas, matacos y avipones. Es un rubio total el que les canta y no hay nadie de Chaco cuando el locutor pregunta. “No importa, estamos nosotros”, dice él, seguro de sí y con su banda de chamamé eléctrico. Desafinan pero lo sienten. El contexto, con cuerpos que van, vienen y en el camino le pegan al platillo de la batería, no es el mejor para que los chaqueños expongan lo suyo sin dificultades. Zafan. Acá, claro, nadie está esperando descubrir al nuevo Tránsito Cocomarola.

Otro escenario: el Santiago Ayala el Chúcaro, del Azud Nivelador. El balneario que queda a mitad de camino entre la calle Pan de Azúcar –que lo conecta con La Toma– y el Pan de Azúcar mismo, el punto más alto de la región, el que todos quieren trepar. Sobre el llano, de este lado del río, una inmensa explanada de cemento sirve de tablado para que tres decenas de parejas curtan chacarera con sus pañuelos al viento. En escena hay un icono (el Toño Rearte) y unos pibes, no más de 20 años, le dedican un gritado “Olé, Olé, Toñó, Toñó”, revoleando remeras. Se pone el sol, alguien lo acompaña con un bombo, y los gritos desaforados del ídolo no alcanzan a perturbar los caballos, que cruzan el río en busca de campo abierto. Es la puesta del sol. Sopla un viento fresco. Ya habían estado, allí, Patricia Duré, Belén Herrera, Roberto Sandoval, Almakanto y Ñanadereta. La gente se evapora y deja las orillas desiertas. Alguna pareja que se besa mirando los rayos dorados que se apagan tras las sierras y en el boliche de la esquina se respira otro aire. Rock y reggae. Peter Tosh y Divididos. Y los altoparlantes de la terraza que anuncian para la noche a la mejor banda de rock de Córdoba, mientras León Gieco, una diez cuadras distante del refugio rocker, acaba de probar sonido para lo que vendrá: el Cosquín de luna.

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Una pareja baila a metros del río. Es la previa del Cosquín más mainstream.
Imagen: Dafne Gentinetta
 
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