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Sábado, 14 de agosto de 2010

EN LOCARNO, LA SECCIóN OPEN DOORS ESTá DEDICADA AL CINE DE ASIA CENTRAL

Donde se cocina el cine del futuro

Tayikistán, Uzbekistán, Turkmenistán, Kazakstán y Kirguizstan tienen su producción cinematográfica bien representada en el festival suizo, que además mostró notables cortos de los directores franceses Luc Moullet y Jean-Marie Straub.

 Por Luciano Monteagudo

Desde Locarno

La lluvia arruinó la fiesta de los últimos días. Una pioggia constante, que comenzó como una tenue llovizna y terminó convertida en un feroz aguacero, con ráfagas de viento, pareció a punto de hacer naufragar la Piazza Grande, con su enorme pantalla al aire libre como el velamen de una nave a punto de zarpar, seducida por el canto de sirena del Lago Maggiore. Hubo que buscar refugio entonces donde fuera: bajo los arcos de las antiguas galerías que rodean la plaza, en la intimidante oscuridad de alguna iglesia del siglo XVII o en esos otros templos, bastante más modernos y prosaicos, pero que siguen resistiendo milagrosamente el paso del tiempo: las salas de cine. Y al Festival de Locarno, que culmina mañana, no le faltan, por cierto. Desde el gigantesco Fevi –un campo de deportes cerrado reconvertido en un auditorio con 3200 butacas– hasta la pequeña pero elegante sala del Casino, donde tienen lugar las proyecciones de prensa, pasando por el Rialto, que da toda la impresión de haber sido un cine como los de antes, al que dividieron en partes para acomodar varias pantallas simultáneas.

Las propuestas también son muchas. En entregas anteriores ya se habló del Concorso Internazionale, de la competencia Cineasti del Presente y de la extraordinaria retrospectiva integral Ernst Lubitsch, que atrajo multitudes. Pero otra de las secciones fijas de Locarno es históricamente Open Doors, que se ocupa precisamente de abrir las puertas a cinematografías valiosas pero poco difundidas. Alguna vez, hace ya unos cuantos años, le tocó al Nuevo Cine Argentino, y en esta edición la vedette es Asia Central, “la región de donde saldrá el cine del futuro”, según confía Olivier Père, el director artístico del festival. Tayikistán, Uzbekistán, Turkmenistán, Kazakstán y Kirguizstan son pequeños países que cuesta incluso ubicar en el mapa, pero que tienen un cine vital y meritorio, como lo viene a probar ahora esta muestra monográfica organizada por Locarno, que abarca desde el ya clásico Hijo adoptivo (1998), la película del kirguisio Aktan Kubat que llegó a estrenarse en Argentina, hasta las producciones más recientes.

Entre ellas, sobresale Svet-Ake (El ladrón de luz), la nueva película de Kubat que pasó casi inadvertida en mayo pasado en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes y que ahora Locarno puso en valor al proyectarla en una de sus primeras jornadas en la Piazza Grande. Protagonizada por el propio Kubat, que parece una suerte de Kitano caucásico, la película plantea un problema común a varias de estas nuevas sociedades: cómo desarrollarse por sus propios medios después de haber conquistado la independencia y haber escapado de la órbita rusa. Una órbita que sigue ejerciendo su influencia y es vista en términos definitivamente perniciosos. De eso habla Svet-Ake, de la corrupción y la nueva fiebre capitalista que llega de las ciudades centrales y que amenaza con alterar la identidad regional. Que el director y protagonista Kubat pueda hablar de estos temas con ligereza, sensibilidad y humor es prueba de su talento, que no es el único en la región, según confirma Open Doors.

Además de escaparse hacia los rincones más apartados del mapa, Locarno también trae noticias de grandes cineastas que no tienen ningún problema en seguir haciendo pequeñas películas, cortometrajes capaces de ser interpretados como ejercicios o divertimentos pero también como film-ensayos de bolsillo. Es el caso de los franceses Luc Moullet y Jean-Marie Straub, bien conocidos por los seguidores del Bafici y el DocBsAs. De Moullet llegaron al festival suizo dos deliciosas miniaturas. La primera se llama Chef-d’oeuvre?, fue comisionada por el Centre Pompidou-Metz y en sus 13 minutos confirma por qué el autor de La tierra de la locura es el único comediante que salió de la generación de la nouvelle vague. “Es peligroso para el público querer experimentar solamente las obras maestras”, dice Moullet en su corto, que examina desde la Mona Lisa hasta el Hitler de Hans-Jürgen Syberberg, paradójicamente un film de una duración exorbitante. En Toujours moins, producida para Le Fresnoy, el estudio nacional de arte contemporáneo francés, Moullet se ríe –a la manera de Jacques Tati– de la creciente inhumanidad que acecha a la vida cotidiana actual, mientras pasa revista a las máquinas que ya están en condiciones de abastecer al humano de todo, desde una pizza hasta una baguette, sin que tengan que mediar las manos de un trabajador.

Como saben bien quienes siguieron la retrospectiva Straub-Huillet el año pasado en el Bafici o que ahora están asistiendo a la exhibición de algunos de sus films en el ciclo que le dedica la Universidad del Cine, la obra del autor de Othon no se caracteriza precisamente por su humor. Su cuerda es muy distinta: grave, clásica en su inspiración y moderna en su formulación. Así también son sus nuevos cortos (ya realizados sin su compañera Danièlle Huillet, fallecida cuatro años atrás): Joachim Gatti, dedicado a un manifestante baleado por la policía francesa, y O somma luce, inspirado en uno de los últimos cantos de La Divina Comedia del Dante. Una paradoja: O somma luce se inicia con una obertura a oscuras, donde únicamente se escucha el registro en vivo, en 1954, de una obra del compositor Edgar Varése, que en su estreno parisino fue abucheada por el público. Más de medio siglo después, un abucheo similar se produjo aquí en Locarno cuando se proyectó otro de los cortos de Straub, Europa 2005 - 27 octobre, éste a su vez dedicado a los dos jóvenes inmigrantes que en esa fecha murieron electrocutados cuando los perseguía la policía en un suburbio de París. Así como en su momento nadie quiso escuchar a Varése, todavía existe un público dispuesto a ofenderse frente a aquello que no quiere siquiera hacer el esfuerzo de comprender.

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Moullet se ríe de la inhumanidad creciente que acecha a la vida cotidiana en Toujours moins.
 
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