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Martes, 18 de enero de 2011

EL ARTISTA ITALIANO GIANNI MOTTI DEJó ASENTADO EN UNA PLACA DE CEMENTO SU PRIMER PASO EN EL PAíS

Huella de un hombre que ha caminado

Es uno de los ocho artistas visuales convocados por la Fundación Proa para la edición local de la muestra Of Bridges and Borders, que se exhibirá a partir del sábado. Se trata
de un proyecto cultural multidisciplinario que se propone operar a través de las fronteras.

 Por Facundo García

De repente, una mañana cualquiera, la principal preocupación de cuatro o cinco seres humanos es el estado de un molde con Portland. ¿Secará demasiado rápido? ¿Podrán cargar el peso? Cuando la combi que los transporta llegue al aeropuerto se sumará otro hombre a la obsesión, un policía al que le encargaron custodiar el objeto. Mientras tanto, un avión que viene de Europa comienza su descenso sobre Buenos Aires. Y no es una enumeración surrealista: en minutos, todos esos factores confluirán para que el artista italiano Gianni Motti deje asentado en una placa de cemento su primer paso en el país, inaugurando así la edición local de la muestra Of Bridges and Borders, que se exhibirá a partir del sábado en el espacio de la Fundación Proa (Av. Pedro de Mendoza 1929).

Aquella pisada –que el lunes pertenecía al presente– hoy es un recuerdo, un rastro. Pero vaya si se hizo desear. Para desesperación de los asistentes, la mezcla se secaba con rapidez y el autor no conseguía desprenderse de los tramiteríos de la aduana para poder dedicarse de lleno a dejar la impronta. Se liberó tarde y el bloque estaba casi solidificado. De todos modos depositó en la superficie gris un zapatón talle 45 y completó su irónica referencia a la primera pisada de Armstrong en la Luna. Los argentinos comparados con los selenitas, ésa no la tenía nadie.

El español Josep-Maria Martín –otro de los invitados– observaba sin soltar su valija, en la que traía cajitas con escorpiones disecados. Pero esa historia quedará para otra vez, porque ésta tiene ribetes igual o más delirantes. La cosa es que un poco boleado por el jet lag, Motti fue y volvió alrededor del trozo de concreto, que no terminaba de convencerlo. El público, atónito, debatía sin sutilezas sobre los límites del arte contemporáneo. “¿A cuánto vendería esta pieza?”, quiso saber una colega. “Aproximadamente cincuenta mil euros –respondió el hombre–. Pero no quiero hablar de dinero. No quiero. Hago esto por otros motivos.”

Quizá decía la verdad. Además de haber participado en las bienales de Busan (2002), Venecia (2005) y Moscú (2007); el lombardo ha realizado intervenciones de guerrilla cultural con gran impacto. En los ’80 –y utilizando los medios de comunicación como catapulta– se adjudicó la explosión del transbordador Challenger y diversas catástrofes naturales. Es lo que se dice un provocador consumado.

–¿Sabía usted que a algunos desaparecidos de acá se les ponían bloques de cemento en los pies, para que se hundieran en el mar con mayor facilidad?

–No sabía. Lo mío vendría a ser lo opuesto. El cemento utilizado para aparecer y dejar una impronta personal, que es lo que desea hacer todo artista.

Polémico, Motti. Le gusta inyectar dosis de caos que pongan en crisis las estructuras que automatizan al pensamiento. En 1997, durante la 53ª sesión de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, se infiltró como representante de Indonesia tomando el lugar del delegado ausente. Llegada la instancia de las resoluciones, el simulador sentó posición interviniendo y defendiendo a las minorías étnicas. Más tarde, en 1997, viajó a Colombia y declaró públicamente que iba a forzar la renuncia del presidente Ernesto Samper mediante la telepatía. Y en 2005, al momento de las famosas torturas de los presos de Abu Ghraib (Irak), se sentó en la gradas VIP durante la semifinal del Roland Garros con una bolsa de papel sobre la cabeza, como signo de protesta pacífica en contra de las torturas. Se lo vio en canales de televisión de todo el mundo hasta que la seguridad del estadio notó su presencia y le exigió que desistiera.

Hizo más travesuras, por supuesto. Sin embargo, su emprendimiento más famoso acaso haya sido Manipulite, el jabón que fabricó luego de secuestrar la grasa que se había quitado Silvio Berlusconi en una lipoaspiración. “Debo haber sido el único que consiguió sacarle algo a ése. Generalmente es al revés, él es quien les saca a los demás”, contó Motti al cronista de este diario, ya fuera del aeropuerto. Lo suyo, en definitiva, es introducir interferencias en el plan de los chicos malos. “Vivimos condicionados por las técnicas de la publicidad, que investigan cómo hacer que cada uno de nuestros movimientos sea predecible, calculable y lucrativo. El arte nos puede ayudar a deshacernos de esas cadenas”, explicó.

La pisada de Gianni Motti quedará en Argentina. En la gacetilla de prensa que se difundió esta semana, el hecho se describe con cierta generosidad conceptual: “Muchos artistas han encarado obras sobre el ‘hombre que camina’, desde Auguste Rodin a Alberto Giacometti. Aquí no se trata más del hombre que camina, sino del hombre que ‘ha caminado’ –una especie de escultura de la performance–. El trazo está aquí, el espíritu también, pero el cuerpo en otro lugar”, puntualiza el texto. Llegado este punto, debería emerger la cabeza platinada de Minujin gritando “arte, arte, arte”.

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Motti, conocido por sus intervenciones de guerrilla cultural.
 
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