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Miércoles, 3 de agosto de 2005

SILVIO SOLDAN Y LOS PROGRAMAS DE CONCURSOS ESTUDIANTILES, SEGUN PASAN LOS AÑOS

“Los conductores tienen casi la edad de la tribuna”

Después de los escándalos amorosos, después del episodio policial con la clínica de Giselle Rímolo, Soldán parece inflamable. Para el regreso de Feliz Domingo pareció natural convocarlo, aunque en contraste con los jóvenes David Kavlin y Carla Conte. Pero admite que los tiempos
han cambiado.

 Por Julián Gorodischer

Vuelven las tribunas repletas de gritos y vivas, pero ahora sin banderas ni graffiti, sino uniformadas en un monocromo que recuerda a las porristas o a los líderes de una colonia de verano. La de los domingos, en Feliz Domingo (Canal 9) y El último pasajero (Telefé), es la juventud modelo ’05: modelitos y divinas en la primera fila, burradas al por mayor en el Repechaje y el Ping pong, cantitos inofensivos y mucha presencia de mamá y papá para reemplazar el recuerdo de la hinchada y el pogo en los ’80. Esta vez, Silvio Soldán es invitado a mirar, en función privada, las tribunas manchadas de un solo color, la conversión del conductor senior en un pibe más (Guido Kaczka, David Kavlin, Carla Conte), y ¿le dan ganas de llorar? En el extraño mundo de Soldán (que es también la casa de su madre, Doña Tita), la cortesía será lo último que se pierda, y por eso no iniciaría una guerra de vedettes aunque acaben de correrlo por la fuerza del cierre del programa, con cofre y llavecitas. “Kavlin y Carlita –confiesa– podrían sentir que les quitaba protagonismo... y tendrían razón”, dice, amistoso hasta para pasar factura. “Después de 24 años –sigue–, no me rasgo las vestiduras...”
El adolescente modelo ’05 es un pequeño lookeado no ilustrado, alejado de cuerpos más reales como los del noticiero (la toma de colegios, en mayo y junio), preocupado únicamente por pegar el viaje a Bariloche, incorporando a las mamis al juego (en El último pasajero, donde ellas también concursan), obligándolas a besar a un padre de otro chico, pifiando respuestas bobas. Y es cholulo para mandar el saludito interrumpido antes de tiempo, algo asexuado (ni mira la mini de la Conte), vestido igual al de al lado como en la venta de comida rápida, reemplazando el nombre propio por un Facha, Pichi o Bomboncito impresos en la remera y con más estatuto de mascota que de humanos... Se los recuerda, en los ’80, menos plásticos, revolcándose en el piso de Feliz Domingo, arengando sobre “problemas reales” en la prenda del Yo sé o en el Tomo la palabra. Ahora: mudos y desentendidos después de Cromañón, concentrados en los juegos físicos de El último..., entregados a pruebas como dejarse cortar el pelo igualito a Mister T en la mejor tradición de Jugate conmigo. En el medio está Silvio Soldán, conductor invitado que se asombra de que ya ni sepan el nombre de la madre de Maradona, espectador atento de los avances de la farandulización.
¿Y qué opina de la tiranía de los conductores jóvenes? Es esa manía de reemplazar al trajeado, de extinguir la galantería medio zarpada que ejerce Silvio en el trato con las menores de 30 (la fotógrafa, en este caso), el dandysmo calculado, el elogio de lo artificial (maquillaje y accesorios) para cambiarlo por el natural de la camperita de jean (David Kavlin). El nuevo de Feliz Domingo da nombre al joven como “capo, bestia, torito, capo (otra vez)”, y la infartante los provoca con su mini encima de los muslos, o el canchero los arenga de igual a igual pero sin impostaciones (el más solvente Kaczka, en El último pasajero). “Hoy en día –dice Soldán– los conductores tienen pocos años más: se confunden con los chicos. En mi época no se admitía un conductor de 18 a 20 años, pero hoy prima una cuestión de imagen más fresca que la de una persona mayor. Pero uno de los mejores programas de la TV es el de Sofovich....”
–Es el único que quedó...
–Bueno, también están Mirtha Legrand, Susana Giménez... Ah, perdón, vos hablabas de ciclos de preguntas y respuestas... Y sí, debe ser el último... Porque en El imbatible no me gusta la forma en que Susana dice “Correcto”. Hay que ponerle entusiasmo y locutar: “¡Correeecto!”, y no siempre igual; dependiendo de la calidad del acierto.
Su vida fue lo más parecido a un reality con celebridades al sur del continente, enfrentado a esa símil Anna Nicole Smith que fue su ex, Silvia Suller, pleiteando en cámara, deschavando secretos de peluquín y medidas genitales, luego vuelto a caer en la trampa de la viuda negra Giselle Rímolo, implicado en la financiación de su “clínica de la muerte”, pegado a la falsificación de sus títulos y repentinamente asumido como cornudo, justo él que había sido la imagen viva de la compostura, con inamovibles traje, corbata, voz engolada y maquillaje facial. Lo formaron como animador en las huestes de los Fontana y los Larrea, y nunca quebraba el tono. Pero no se hizo melancólico de la tele que lo parió, se adaptó a estos tiempos, blanqueó en lo de Rial la pelea conyugal y montó una opereta sobre sus escándalos (La tercera es la vencida) en la calle Corrientes. Salió estafado por el productor pero con ganas de más y se fue a Carlos Paz, con Vengo por el aviso (verano de 2005), a seguir haciendo bromas sobre su propio calvario.
–¿Vio la obra? Ah, qué lástima... le hubiese divertido mucho. Sería muy hipócrita de mi parte ocultar lo que la gente conoce: la puerta de mi casa está más vista que la Casa de Gobierno. En la obra yo le iba a alquilar la casa a Mimí Pons, ¡qué muchacha exuberante!, y ella esperaba a un tipo joven y musculoso. Me dice: ¿le gusto? Le contesto: “y cómo no me va a gustar... si es rubia y pechugona, pero así me va después”.
–¡Eso es autoconciencia del daño!
–Yo no sé si me va mal... pero es lo que me pasa. Cuando hice la revista La tercera es la vencida, hacía un sketch de la cárcel (bah, el country) que es lo más gracioso de la obra. A mí me divierte reírme de mí mismo. Tenía un metro y medio de rejas transportable, y el resto de los presos me iba preguntando: “Y vos por qué estás acá...” “Por pelotudo”.
–Es blanquear para salvarse...
–Yo no miro demasiado hacia atrás... y amigos míos me decían que si les pasaba lo mismo que a mí se mataban... pero mire ahora, que por las vueltas que tiene la vida me llaman para trabajar. ¡Estoy en carrera! Me ofrecen fiestas de empresas todas las semanas, y aquello quedó como una historia desagradable, algo así como un recuerdo.
Osvaldo Gago, un productor histórico de Feliz Domingo, le dijo que el primer día, en vez de ir a las tres, fuera a las siete para cederles la conducción a los nuevos. Y Soldán se asustó porque imaginó a las camadas hartas de todo un día en las gradas, pero los encontró calmaditos, a tono con el pasteurizado de 2005. Lo trataron “de maravilla” y después Jorge Rial y Jorge Guinzburg editorializaron en sus programas que sin Soldán Feliz Domingo se venía abajo, y ayudaron a la vuelta... Volvió y pegó el salto junto al cofre y las llavecitas. El mismo Gago lo llamó, otro día, para decirle que era mejor que el cierre se lo dejara a los nuevos...
–Y yo pienso que me contrataron por eso, pero que es probable que Kavlin o Carla, al hacer todo el día el programa, reclamaran la culminación de todo un domingo.
–¿Más plásticos, menos naturales, menos quilomberos?
–¿Si eran más revoltosos (corrigiendo el exabrupto...)? No los veo ni más ni menos que antes. Se comportan porque están en un lugar medianamente cómodo, es una aventura para ellos ir al programa, están participando, la pasan bien y sufren cuando pierden.
Existió una vida diferente antes de que llegaran sus dos mujeres a tomarlo por entero, antes del escarnio, la cárcel, el encierro, el exilio de la tele, cuando los muertos de hoy (Taliche, Candial, Prato Murphy) no eran cadáveres o condenados por la justicia (Prato, por malversación de fondos), sino gente que parecía respetable y juzgaba como en el examen escolar. “El día en que Don Roberto Taliche cumplió 90 años, fue de un alto voltaje emotivo”, recuerda. “Se abrieron los dos portones laterales del estudio y entraron los noventa chicos con una torta y una velita. Le juro que ponía la piel de gallina. Fue la emoción de Don Roberto, la de todos... él era el abuelito bueno que querríamos tener...” Dice que Taliche no castigaba pero Candial era un demonio, “pero impostado, en verdad era un santito. ¡Y pobre Prato Murphy, terminó internado! Tuvo una causa por préstamos hipotecarios, y el dinero no se encontró. Estuvo en un geriátrico, pero hace bastantes años ya”.
¿Hay una maldición de Feliz Domingo? Todos los jurados están muertos; sus conductores, encarcelados (Soldán), o suicidados (Leonardo Simmons), o salidos del mercado para conducir publinotas en el cable o retornar de su exilio catódico recién en la remake de Feliz Domingo (Jorge Rossi, Jorge Formento). “Todos se murieron de grandes”, justifica Soldán. “Y a Formento y a Rossi se los encasilló por el traje y la corbata. Justo en el momento en que se impuso el conductor en remera.” Lo suyo es el elogio de la etiqueta, del mundo no informalizado.... “Mire cómo están vestidos Pergolini y sus muchachos –contrapone–, de traje y corbata. Y, así vestido, fue el primer tipo que rompió los esquemas en televisión, fue el primero que se metió con la formalidad.” Lo que le queda, junto a la melancolía, es esa sensación particular que llega con la frase “aquí no ha pasado nada”, esa ilusión de despertar para que desaparezcan dos mujeres de su vida, para que se reinstale la rutina de la repetición seriada: estudiantes y tango, o a la inversa. “¿Que por qué me repito?”, contesta. “Es que si la cosa va bien, ¿por qué cambiarla? El gerente de Odol ponía una columna, una pana y el dentífrico. Y yo le pedía: cámbielo por favor. El abrió el cajón del escritorio y sacó unos gráficos: cada vez iba mejor. Mire los cuarenta años de Sofovich y la peluquería: lo mismo, siempre.”
Como si no hubiera pasado nada... La frase se repite como un mantra, se recontradice en esta tarde en que la barra de pibes parecería ser la misma desde los ’50 para acá, en ese mundo tranquilizador con fondito de música tecno (en El último pasajero) o con muletilla pegadiza (“La cinta, Gonzalito”, en el Nueve) que recrea un Día de la marmota siempre igual a sí mismo, con caras angeladas entregadas a la prenda sin las angustias de la vida post-Cromañón, sin daño ni secuelas. “Y en el boliche de Carlos Paz, en el VIP, escucho que dice el locutor: Está presente el hombre que nos hizo disfrutar...”, dice Silvio Soldán. “Se me caen las medias, transpiro, me dan ganas de llorar. Minutos enteros escuchando: ‘Olé, olé, olé, Silvio, Silvio...’ Y venía de tantos problemas, tanta cosa... Y eso que cuando hay tantos chicos juntos se pueden convertir en patota... con que uno dijera... pero nadie nada... absolutamente nada...”

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“Después de 24 años, no me rasgo las vestiduras... a mí me divierte reírme de mí mismo.”
 
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