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Domingo, 22 de octubre de 2006

OPINION

Tecnología y vida cotidiana

 Por Daniela Monje *

Pensar en tecnologías de info-comunicación desde una ciudad cosmopolita nos enfrenta a un objeto cotidiano. Los espacios públicos, el mundo del trabajo, la vida privada participan de una polución tecnológica, que abruma y naturaliza prácticas hasta hace pocos años inéditas. ¿Quién tenía un e-mail, un celular o un i-Pod en 1990?

La relación entre la penetración de estas tecnologías en la vida cotidiana y su apropiación masiva en ciertos contextos –básicamente urbanos– es breve en relación con otras tecnologías de comunicación como la telefonía fija, que aun en la actualidad no logra cubrir todo el territorio nacional. Pese a ello, se viven desde la proximidad y se leen desde la experiencia cotidiana.

Sin embargo, esta percepción se transforma, necesariamente, cuando pensamos en la articulación entre tecnología y vida cotidiana que se produce en contextos rurales o en zonas urbanas marginales. No es posible estudiar basándose en las mismas categorías y variables el modo en que la tecnología participa de la vida cotidiana, porque, aunque parezca de Perogrullo, no existe una sola y homogénea vida cotidiana. Sino mundos diversos que coexisten y se contraponen –aun en las mismas ciudades– y en los que la percepción acerca del modo en que la tecnología participa de la vida es ciertamente diverso.

Buscar un cibercafé en una ciudad cosmopolita es ciertamente innecesario si uno vive en Argentina, donde hay más telecentros y cibercafés que farmacias o librerías. En cambio, en el monte chaqueño, en las comunidades aborígenes de Salta o en un pueblo del norte cordobés, encontrar una conexión a Internet es bastante más improbable cuando no imposible. En muchos lugares del país hay zonas sin servicio de telefonía fija, sin luz, y obviamente sin servidores que ofrezcan una conexión de banda ancha. En estos lugares, conectarse tres horas a Internet puede costar tanto como una promoción mensual de banda ancha tarifa plana de cualquier proveedor local en una ciudad como Córdoba, Santa Fe o Buenos Aires.

La telefonía móvil no participa exactamente de esta lógica: hay polución de aparatos (más de uno cada dos habitantes). Analizar su uso en la vida cotidiana es un trabajo bastante diferente si el recorte se hace entre sectores altos, medios o bajos, entre jóvenes o adultos, entre sectores urbanos o rurales, etc. En efecto, la vida cotidiana y la tecnología no pueden leerse en un único registro. La pregunta por este cruce no puede hacerse sin considerar género, edad, condición socioeconómica, distribución geográfica, capital cultural, percepciones individuales... En cada caso la respuesta es muy diferente.

Aun frente a estos alertas, los modos de apropiación que las personas hacen de las tecnologías se leen con frecuencia en términos de “tecno-utopías”. Es decir: se vincula el desarrollo de la informática y las telecomunicaciones a un progreso indefinido y acrítico que no reconoce barreras de clase, género, edad o localización y que, de manera contigua, puede homologar prácticas y saberes.

Contra esta idea, la introducción de la tecnología en la vida cotidiana remite a una complejidad en el análisis y en la comprensión de los sujetos desde su diversidad y las profundas diferencias desde las cuales se construyen las identidades, a partir de interacciones con la tecnología bastante más incierta y ecléctica que la que puede señalar un índice o un estudio de mercado.

Reparar en esta imposibilidad totalizadora permite pensar en términos de sociedades complejas y atravesadas por la tecnología desde un mayor desconcierto, sin respuestas cerradas y unificadas, y da lugar a la pregunta por el otro, el que se queda afuera de la relación entre tecnología y vida cotidiana, sencillamente porque la tecnología de la comunicación no es parte constitutiva de universo de referencia.

* Especialista en Políticas de Comunicación y Cultura, Escuela de Ciencias de la Información (Universidad Nacional de Córdoba).

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