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Viernes, 1 de junio de 2007

ADELAIDA MANGANI ENCABEZA LA CELEBRACION POR LOS 30 AÑOS DEL GRUPO DE TITIRITEROS DEL SAN MARTIN

“La marginalidad nos permitió tener mayor libertad”

Vinculada con la agrupación desde que Ariel Bufano la fundó en 1977, la actriz, titiritera y directora cuenta cómo es el espectáculo preparado para los festejos: El maravilloso viaje de Maese Trujamán y su extraordinaria compañía. La obra, que reúne fragmentos de 18 piezas estrenadas por el grupo a lo largo de estos años, arranca mañana en la sala Martín Coronado.

 Por Hilda Cabrera

Todo comenzó con David y Goliat. Por eso el carrusel titiritero que conduce Adelaida Mangani para recordar los 30 años de “los títeres del San Martín” retoma un fragmento de aquella obra hacia el final del espectáculo preparado para el festejo. Cierra así de manera simbólica El maravilloso viaje de Maese Trujamán y su extraordinaria compañía, que interpreta el Grupo de Titiriteros del TSM, al cual Mangani está unida desde que fue creado por el maestro Ariel Bufano, en mayo de 1977. Memorando aquel inicio, la actriz y directora cuenta que Kive Staiff –también entonces como hoy a cargo del TSM– convocó a Bufano para la puesta de David y Goliat. Ella trabajaba ya junto al artista mendocino que falleció en 1992: “Habíamos formado un elenco de seis, estrenando varias obras como independientes en 1974 y 1975”. De aquellas piezas menciona Una lágrima de María, de Bufano, “que presentamos en los Teatros de San Telmo, que arrendaba la productora Julieta Ballvé. Esa obra se ofreció después en el San Martín, dirigida por Luis Rivera López”.

–¿Cómo se trabajaba entonces?

–Nuestro trabajo era marginal dentro de la estructura del teatro. Hacíamos funciones en la sala Leopoldo Lugones, a partir de las 15, antes del cine. David y Goliat se estrenó en el marco de un homenaje a un artista fallecido, el escultor Sim Schwarz, quien había realizado una adaptación de esta historia en Francia, con escenografía de Marc Chagall. Su mujer, Ruth, habló con Kive de esa puesta, y Ariel que, como Sim, fabricaba sus títeres, aceptó. En la Argentina, el arte del titiritero estaba germinando y seguía siendo itinerante hasta que surgió esta posibilidad de formar un elenco estable y, desde ese lugar, comenzar a investigar y abordar nuevas técnicas.

–¿Cuál fue el punto de inflexión en ese desarrollo?

–Si bien David y Goliat, Carrusel Titiritero y El amor de Don Perlimplín con Belisa en el jardín mostraban ya esbozos de combinación de técnicas, la que marcó un primer gran cambio fue La Bella y la Bestia. Ahí desaparece el retablo, los titiriteros actúan a la vista del público, se utilizan títeres monumentales y el juego escénico se desarrolla en el pistón de la sala. El Gran Circo es otro salto, por su carácter de gran espectáculo. En nuestro primer David y Goliat, utilizábamos un retablo y los seis del elenco manejábamos, cada uno, dos personajes para que hubiera más pueblo. En El Pierrot negro se produce otro cambio. Experimentamos con teatro negro y títeres sobre una mesa, movidos desde atrás. Estas no eran técnicas nuevas en otros países, pero sí en Argentina.

–¿Cómo ingresó al mundo de los títeres?

–Me interesaban la actuación, la filosofía y la música. Había egresado del Conservatorio de Música Manuel de Falla y me dedicaba a la docencia cuando conocí a Ariel, que había aprendido la interpretación de títeres con el maestro Javier Villafañe. Lo acompañé en sus espectáculos de solista. Tengo cuarenta y siete años de docencia: a Ariel lo conocí en el Instituto Vocacional de Arte (ex Manuel de Labardén), donde éramos profesores. Nos enamoramos, y fue un escándalo, porque los dos teníamos pareja. Cuando nos fuimos a vivir juntos fundamos una escuela en el barrio de Flores. La llamábamos Centro de Estudios Dramáticos. Tuvimos que cerrar en el ’76, porque con la dictadura la cosa se puso fea. Se produjo la diáspora; nos retrajimos y cada uno siguió trabajando como podía.

–¿Qué ocurría en 1977 en el San Martín?

–El teatro era una isla. Allí trabajó gente que estaba prohibida. Adentro del teatro no se produjeron episodios que dieran miedo, afuera, en cambio, sucedieron hechos terribles. Yo tenía militancia; Ariel no, pero su postura fue siempre clara. El arte del títere es marginal respecto de otras artes, y eso nos protegía. Ser titiritera es una desventaja si se piensa en el lugar que a una le gustaría ocupar y no ocupa, pero también una ventaja, porque esa marginalidad permite mayor libertad. Finalmente, una dice lo que le da la gana.

–El teatro de títeres fue teatro político en países con censura...

–Porque maneja el humor, la sátira y la caricatura, y tiene una comunicación directa con el público. La crítica social es una tradición en el arte de los títeres.

–¿Qué obras reúne El maravilloso viaje de Maese Trujamán...?

–El espectáculo es una especie de antología de dieciocho obras que agrupamos según los temas que dominan en cada una de ellas. Entre las que tienen como protagonistas a niños, tomamos Guillermo Tell y su hijo Gualterio –porque en la versión de Ariel, el papel principal es el de Gualterio–; Teodoro y la luna; El niño de papel y Pulgarcito. Otro tema es el amor, entonces rescatamos fragmentos de Romeo y Julieta, El Pierrot negro y La Bella y la Bestia.

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Imagen: Martín acosta
 
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