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Viernes, 26 de octubre de 2007

VICTOR BASTERRA Y SU RESCATE DE LAS IMAGENES QUE COMPONEN LA MUESTRA “ROSTROS, FOTOS SACADAS DE LA ESMA”

“Hubo algo de suerte y también un poco de temeridad”

Estuvo en la ESMA desde agosto de 1979 hasta diciembre de 1983, una semana antes de la asunción de Raúl Alfonsín. Obligado a falsificar documentación, Basterra se arriesgó a conservar las fotografías que sirvieron en el Juicio a las Juntas y que hoy componen un recorrido necesario.

 Por Oscar Ranzani

El 10 de agosto de 1979 un grupo de tareas de la ESMA entró por los techos de casas vecinas a la de Víctor Basterra, en Valentín Alsina. Cuando lo ubicaron lo secuestraron junto a su compañera de entonces, Dora Laura Seoane, y a la hija de la pareja, María Eva, que tenía tan sólo dos meses y diez días de vida. Su pareja y su hija fueron liberadas una semana después. El no tuvo la misma suerte: siguió detenido en la ESMA hasta el 3 de diciembre de 1983, una semana antes de que asumiera Raúl Alfonsín. Con la precisión que dan las memorias marcadas a fuego, Basterra recuerda que apenas llegó a la ESMA, lo trasladaron por una escalera y dijeron: “Este va a la huevera” (la más grande de las salas de torturas). “Me dieron para que tenga y tuve dos paros cardíacos”, cuenta. Luego fue trasladado a Capucha, “un depósito de prisioneros”, donde estuvo siete meses. “Un día me bajaron de ese altillo al sótano, donde había un gabinete de documentación falsa.” Entonces, explica que fue obligado a trabajar como mano de obra esclava para confeccionar documentos falsos que utilizaban los militares. Su condición de obrero gráfico le permitió sobrevivir en ese recinto tenebroso realizando credenciales, DNI, cédulas de identidad y pasaportes falsos. Pero Basterra, en la época en que la vida de los detenidos era clandestina y la muerte también, cuando sacaba las fotos de los militares guardaba siempre una copia en un lugar que no era sometido a las requisas diarias. En salidas esporádicas, fue sacando de la ESMA esas fotos de los represores que, durante la democracia, sirvieron como pruebas en distintas instancias judiciales. Alrededor de ochenta de esas fotografías integran la muestra Rostros. Fotos sacadas de la ESMA que, junto a Spazi (des) aparecidos Argentina se están exhibiendo en el Centro Cultural Recoleta.

Basterra comenzó a trabajar a los trece años en Publicidad Gráfica Argentina, “que tenía un nombre rimbombante pero era un taller chiquito”. Era la época de la autoproclamada Revolución Libertadora. “Me adscribí al peronismo críticamente. Digo críticamente porque nunca pertenecí a las estructuras partidarias del Partido Justicialista, sino siempre desde la base”, explica. “En el año ’67 trabajaba en Ciccone y comienzo a integrarme a la CGT de los Argentinos, a través de la organización a la cual pertenecía: la Federación Gráfica Bonaerense. Eso sí era una cantera de militancia. Era una efervescencia y además había una formación que también se daba en la práctica: las tomas de fábricas y talleres.” Más tarde integró las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP). Después, con el golpe fue secuestrado, torturado y, posteriormente, obligado a confeccionar esos documentos.

La documentación falsa que utilizaban los militares, comenta Basterra, les servía “para muchos fines: para hacer los operativos en los lugares que iban porque tenían credenciales policiales, cédulas de identidad, DNI y registros de conductor todos falsos, con otros nombres”. Esos nombres eran tomados de personas reales. Basterra detalla que el método de funcionamiento clandestino funcionaba de la siguiente manera: si un militar tenía que viajar al Uruguay, los registros del viaje a Uruguay que hacía cualquier pasajero común y corriente quedaban en manos de la Prefectura. Como la Prefectura estaba bajo la orden de la Armada, le otorgaba a la Armada ese listado. Luego se revisaban los nombres en función de las edades, y si la edad de un pasajero común coincidía con la del militar que necesitaba los documentos falsos, se le pedía, a través de un enlace, al Departamento de Policía, los antecedentes de ese pasajero. “Le bajaban el prontuario y les decían: ‘Está limpio. Podés utilizar el de fulano de tal’”, explica Basterra.

Como Basterra, entre otras tareas, tenía que sacar las fotos de los represores, se dio cuenta de que era posible “tener las fotos de los tipos. Pero yo no sabía qué hacer con ellas. ¿Dónde las guardaba? No sabía. Y se me ocurrió que cuando venían los tipos a hacer requisas en ese lugar donde yo estaba haciendo el trabajo como mano esclava, lo único que los tipos no abrían era el lugar donde estaba el papel fotosensible, porque si no se velaba. Entonces, como los tipos me pedían cuatro documentos, yo hacía cinco fotos. Yo no sacaba el negativo. El negativo, incluso, se lo daba a los tipos. La quinta foto la guardaba en el papel fotosensible, entre los recortes de tiras de muestra. Entonces, eso preservaba una especie de identidad que los tipos trataban de ocultar con documentos falsos”. En salidas esporádicas que le permitieron (“después de pasar toda una serie de padecimientos te permitían hablar con tu familia. Pero no porque fueran buenos o porque tenían un grado de humanidad. No. Era porque así la familia se quedaba más tranquila y no hacía denuncias hacia afuera”), Basterra escondía las copias de las fotos en sus genitales y las guardaba en casas de familiares.

Además de las fotos de los represores, pudo recuperar negativos de fotos que les tomaban los represores a los desaparecidos. Recuperar esas fotos “fue un poco de suerte y también un poco de temeridad, porque era una bolsa de negativos y la iban a quemar. Yo vi que había rostros. Entonces, levanto un negativo, miro y en el fotograma aparecía yo fotografiado. Me habían fotografiado en agosto del ’79 y detrás de ésa había todo un montón de fotogramas donde están los compañeros”. Esas fotos también se están exhibiendo en el C. C. Recoleta.

Cuando el 3 de diciembre de 1983 lo liberaron, previamente le dijeron: “Te vas a tu casa, ni se te ocurra moverte ni hacer ninguna declaración porque te matamos a vos y a tu familia. Quedate en el molde”. En 1984, junto con el CELS, Basterra armó una carpeta y a fines de julio “hicimos la presentación ante el Juzgado Número 30”. Un año más tarde, esas fotos de los represores se utilizaron como pruebas en el Juicio a las Juntas. “En ese momento también estaba funcionando la Justicia Militar. Entonces, muchos de los elementos fueron a parar a la Justicia Militar y muchos negativos que yo había aportado, con listados, se perdió allí.” Las fotos también fueron publicadas por el diario La Voz. Basterra cuenta también que una de ellas facilitó identificar a Ricardo Miguel Cavallo en México. “¿Se acuerda de ese viejo reclamo ‘Aparición con vida y castigo a los culpables’? Bueno, yo aparecí con vida y tenía los elementos para castigar a los culpables. Por lo menos, a una parte de ellos”, afirma.

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“El único lugar que los tipos no requisaban era donde estaba el papel fotosensible: ahí guardé las fotos”, explica Basterra.
Imagen: Sandra Cartasso
 
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