Domingo, 17 de febrero de 2008 | Hoy
BERLINALE FINAL SORPRESIVO EN EL FESTIVAL ALEMAN
Contra todo pronóstico, Tropa de élite, de José Padilha, ganó el premio mayor. Un film que adopta el punto de vista de un policía, pero parece glorificar torturas y asesinatos.
Fue una sorpresa absoluta. Contra todos los pronósticos, que no la incluían en la lista de premios, la brasileña Tropa de élite, dirigida por José Padilha, sobre la violencia y el tráfico de drogas en las favelas de Río de Janeiro, se llevó ayer el Oso de Oro a la mejor película del Festival Internacional de Berlín. Es la segunda vez que Brasil gana el premio mayor de la Berlinale, después del recordado triunfo de Walter Salles diez años atrás con Central do Brasil (1998). Pero a diferencia de aquella victoria, que tuvo un amplio consenso, Tropa de élite despertó en cambio en Berlín tantas dudas y resquemores como en su país, donde desde su estreno en septiembre se convirtió no sólo en un impresionante éxito de público sino también en piedra de escándalo y centro de un interminable debate mediático sobre su postura ideológica, en la medida en que todo el film está construido a partir del punto de vista de un policía implacable.
El Oso de Oro viene a legitimar la película por partida doble, no sólo por el premio en sí mismo sino también por el perfil del presidente del jurado, nada menos que el director franco-griego Constantin Costa-Gavras, un paladín del cine de compromiso político con un fuerte lazo con América latina, como lo recuerdan sus films Estado de sitio y Desaparecido. “Le agradezco al jurado y especialmente a Costa-Gavras, que es un ejemplo para todos los cineastas de nuestro continente”, se apuró a reconocer el director José Padilha (40 años, carioca) en el escenario del Berlinale Palast. Tropa de élite –que tiene entre sus coproductores al argentino Eduardo Constantini (h.)– es el segundo largo de Padilha y el primero de ficción, después del documental Onibus 174 (2002), crónica de un resonante secuestro colectivo que tuvo en vilo a toda la sociedad brasileña y fue protagonizado por un chico de la calle.
Originalmente, Padilha también quiso hacer con Tropa de élite un documental, pero según reconoció aquí se dio cuenta de que le iba a ser imposible acompañar con su cámara a un verdadero escuadrón policial como el que retrata en su película, por lo que decidió pasarse a un film de ficción, sobre la base del testimonio de un ex agente del BOPE, la fuerza de choque tipo SWAT que tiene Río para combatir el tráfico de drogas en las favelas. “Los policías también tenemos miedo y queremos a nuestras familias”, empieza diciendo el capitán Nascimento (Wagner Moura), en un inquietante monólogo interior que irá pautando el film hasta su catarsis final, dos horas después, cuando considera que ha logrado formar un sucesor lo suficientemente aguerrido como para que él se pueda tomar una licencia por paternidad. En el ínterin, el capitán Nascimento no duda en torturar y eventualmente ajusticiar a todos aquellos que él considera están trabajando para los narcos, sean meninos da rua, estudiantes universitarios de clase media o policías corruptos. “Todo el que ayuda a los traficantes es mi enemigo”, dice sin vueltas.
Con un guión de Bruno Mantovani –el mismo libretista de Ciudad de dios (2002), de Fernando Meirelles, que narraba un tema similar pero desde el punto de vista de un hijo de la favela–, Tropa... recurre para su puesta en escena a una cámara en mano en movimiento continuo y a un montaje eléctrico, que no da respiro ni margen para la reflexión. La intención de Padilha es claramente colocar al espectador en el vértigo y la ansiedad que consumen al protagonista, un policía que se ve a sí mismo como un cruzado. Pero por su mismo sistema narrativo al film le cuesta tomar distancia de esa alineación, al punto que se puede entender que la asume como propia.
En Brasil, el impresionante éxito de la película –que llevó tres millones de espectadores a los cines a pesar de que circularon antes y después de su estreno unos doce millones de dvd piratas– fue interpretado de todas las maneras posibles. Están desde quienes dicen que es una denuncia del grado de vicio y corrupción al que han llegado las fuerzas del Estado en su lucha contra el narcotráfico (lo que justificaría el supuesto boicot que la policía brasileña habría intentado contra la película) hasta aquellos que sostienen que se trata de una glorificación del aparato represivo paraestatal, en tanto son fuerzas que ya no responden al orden legal establecido. Aquí en Berlín, la crítica en general –aun aquella que no suele coincidir en su visión del cine– cuestionó muy duramente la película. “Un alegato a favor de los policías que matan criminales”, entendió el diario francés Le Monde, en rara coincidencia con el periódico especializado estadounidense Variety, para el cual Tropa ... es “una celebración de la violencia que funciona como una película de reclutamiento para matones fascistas”.
Ya habrá oportunidad de volver sobre Tropa de élite cuando en un par de meses llegue a su estreno comercial en Buenos Aires, a través del consorcio internacional UIP. Mientras tanto, en la Berlinale la película brasileña logró desplazar del primer lugar a la favorita del festival, Petróleo sangriento, que sin embargo se llevó dos de los premios, al mejor director, Paul Thomas Anderson (ver reportaje a Daniel Day-Lewis en las páginas 32/33) y a la mejor banda de sonido, compuesta por Jonny Greenwood, de Radiohead.
El Gran Premio del Jurado fue para el único documental de la competencia, Standard Operation Procedure, de Errol Morris, donde el autor de The Fog of War analiza –con mejores intenciones que resultados– las tristemente célebres fotografías de torturas en la prisión de Abu Ghraib, que identificarán para siempre la intervención estadounidense en Irak.
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