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Jueves, 12 de enero de 2006

MUSICA › ENTREVISTA CON LA LEGENDARIA URUGUAYA LAGRIMA RIOS

“Siempre me pensé a mí misma como una obrera de la música”

Tiene 81 años y recién ahora su fama está saliendo del Uruguay y mezclándose con la de los grandes maestros del tango, gracias a una iniciativa de Gustavo Santaolalla. Lágrima Ríos es también una intérprete y una testigo de la historia del candombe.

 Por Karina Micheletto

“Estaba descansando un poquito”, se disculpa Lágrima Ríos cuando abre la puerta del cuarto de su hotel. Recién levantada y envuelta en un deshabillé de raso, luce espléndida. Parece una de esas mujeres de las novelas, que duermen con una línea de rimmel que jamás se les corre. A los 81 años, es una figura del candombe y el tango, redescubierta en el último tiempo de este lado de la orilla tras el proyecto de Gustavo Santaolalla Café de los Maestros, que reunió a las glorias vivas del tango. Su imagen y la forma en la que habla, acentuando las palabras con ese tono tan pasional, parece ajustarse más a la de una cancionista de bolero, ese género que, dirá durante la charla, también le gusta mucho. Si se hubiera tomado el trabajo de llegar hasta el Barrio Sur de Montevideo, Almodóvar hubiera encontrado en ella a una de sus mujeres. Se entiende por qué Fernando Peña, o mejor dicho el personaje de La Mega, se enamoró de ella y la invitó a hacer un show compartido. Pero ahora Lágrima Ríos está en Buenos Aires compartiendo escenario con su colega Alberto Podestá, otra figura del tango. El espectáculo, titulado Dos orillas, volverá a presentarse mañana y el sábado en el Centro Cultural Torquato Tasso (Defensa 1575).

Lágrima Ríos habla y despliega una vitalidad que contagia: “La primera vez que llegué a Torquato Tasso no imaginaba lo que iba a pasar. Una tiene dudas: cómo me recibirán, qué dirán... A lo mejor esperan una cantante joven, de 18 años, y encuentran una señora cuya edad es al revés... ¡Pero no sabes tú lo que fue aquello! Apenas pisé el escenario, ya la gente empezó a aplaudir. Ahí la emoción fue doble”, se entusiasma la cantante recordando los shows que dio en diciembre. “Pedían otra y otra, y canté doce temas. Mi garganta estaba plenamente joven, porque cuando canto estoy... en mi mundo. Vivo en un lugar diferente, y por momentos soy el personaje del cual habla la canción”.

La versión de Vieja viola que Lágrima Ríos hace en Café de los Maestros, sólo acompañada por Aníbal Arias en guitarra, es memorable. A ese disco en equipo le siguió la aparición de Canción para mi pueblo, grabado en 1998 y editado aquí por Acqua Records el año pasado, con desgarrados tangos y valses.

Conocida como “La perla negra del tango” o “La dama del candombe”, la vida de Lágrima Ríos tiene varios componentes de leyenda. Una leyenda cruzada por una infancia muy pobre y la lucha contra la discriminación que sufrió por el color de su piel. Si hasta conoció a Gardel, allá por 1928, en el conventillo donde vivía: “Apareció buscando un guitarrista. Yo tenía tres años, pero siempre recordé su imagen en el patio del conventillo”, cuenta Lágrima.

Allá por los ’50 fue el guitarrista Alberto Mastra quien le sugirió dejar de llamarse Lida Melba Benavídez Tabarez y transformarse en Lágrima Ríos. A lo largo de su carrera compartió escenario con figuras como Osvaldo Pugliese, Aníbal Troilo, Roberto Goyeneche, Horacio Guarany y Mercedes Sosa, entre otros. Ella prefiere definirse como “una obrera de la música”, y también como “una agradecida a la vida y a Dios”. “Usted no sabe la de problemas de salud que tuve, pero por suerte el 2005 ya marchó. Fíjese esto que me está dando nueva vida”, dice, e indica una extraña vena que le surca el pecho. Tiene puesto un cardiofibrilador, una especie de marcapasos que le controla la arritmia. “Con esto no puedo correr, ni pasar por el campo magnético de los aeropuertos, ni de las tiendas, ni usar celulares, ni microondas, nada. Estoy toda remendada”, dice con una sonrisa.

Lágrima Ríos vive en el Barrio Sur, “el barrio del candombe”, según se apresura a definir. Si cuando era más joven salió en carnaval en tantas agrupaciones de negros y lugolos (los blancos que se pintaban la cara de negros), ahora disfruta viéndolos pasar. “El candombe vive en mi barrio. ¡Ah, sí! Ahora, todas las nochecitas de verano, se escuchan después de las ocho de la noche las cuerdas de tambores que pasan por la calle que por un lado es Isla de Flores y en otro tramo Carlos Gardel. Yo vivo a una cuadra”, cuenta. “Hace poco hubo una llamada especial. Vienen los de un barrio por una calle, se encuentran, se saludan, y la gente que es partidaria de esa agrupación los sigue detrás. Aquello era un mundo de gente... ¡Unas ganas de levantarme de la silla! ¡Era locura! Y, como todos allí me conocen, todos saludándome, gritándome cosas... ¡Qué linda es esta vida!...”

–¿Cómo fue la experiencia de Café de los Maestros?

–¡Ah, fantástica! Me gustó el grupo porque somos todos mayores. Si se llega a sumar la edad de todos... ¡otra que 2006! ¡Creo que la suma va a dar alguno más! Soy la única cantante uruguaya convocada, estoy junto a Virginia Luque y Nelly Omar. Nunca imaginé verme al lado de esos personajes, que siempre escuché porque soy tanguera total: Salgán, De Lío, Federico, Mores... ¡Dios mío!

–Pero no es la primera vez que comparte escenario con grandes maestros.

–No, claro. No me pida que le hable de fechas porque mi cabeza no retiene detalles. Pero de todos guardo bellos recuerdos. Con Troilo y con su señora estuve en su casa. Tengo un minimuseo, y allí están todas las fotos de los lugares donde he tenido la suerte de llegar. Hasta estuve en París, en la Sorbona, fui la primera negra que cantó allí. Luego pude venir a cantar tango a Buenos Aires, y después... ¡más nada!

–¿Siente que el reconocimiento le está llegando tarde?

–Ah, no importa la edad. Posiblemente me llega ahora y lo voy a disfrutar y a agradecer más. Porque a esta edad mucha gente piensa que ya está terminada. Yo quiero demostrar que cuando uno ama algo y lo quiere hacer, hay que luchar y sacarlo adelante. Yo amo cantar, es mi vida.

–No es la primera vez que actúa con Alberto Podestá.

–Nooo, lo conozco desde Montevideo. El también tiene sus años, pero se sube al escenario con el guitarrista, ¡y cómo canta! Es tan dulce hablar con él. Yo le pregunté: ¿en qué mes naciste tú? En septiembre. ¡Claro! ¡Eres de libra! Los de libra somos todos tan dulces, tan románticos, tan enamorados del sol y las estrellas...

–Si repasa su carrera, ¿cuál fue el mejor momento que vivió?

–Este que estoy viviendo, sin dudarlo. Después de haber estado cerca de la muerte, estoy en una etapa de mi vida donde valorizo todo el doble. Cuando uno es joven, se come el mundo. Después, cuando llegás a esta etapa de la vida, ves las cosas diferente. Hoy yo agradezco de todo corazón a esta gente joven que confía en mí. Agradezco todo lo que me está pasando. La otra noche, por ejemplo, me invitaron al programa de Pinky. Yo la vi siempre a la distancia, como una diva, ¡y hoy tengo la posibilidad de estar en su programa! Me decían: para estar más cómoda puede darle el reportaje por teléfono. ¡Ni loca! ¡Quiero estar al lado de ella, respirar el mismo aire!

–¿Cómo mantiene la garganta? ¿Hace ejercicios, toma clases?

–Nada. Tomé alguna clase de respiración, pero en este momento nada. Nunca fumé, nunca bebí alcohol, ni de joven. Soy amante acérrima del café con leche, ésa es mi bebida. Me cuido de las cosas heladas. Creo que eso tuvo que ver. Mi remendado corazón me podría haber quitado energía, porque soy un remiendo caminando, tengo operaciones en cuantos lugares hay. Pero no, mi voz está más joven que yo. Y estoy viviendo un momento tremendamente feliz.

–También se mantiene muy coqueta.

–¡Ah, toda la vida lo fui! No salgo a la calle a hacer los mandados si no salgo bien arreglada. Yo no uso maquillaje. Me levanto, me tomo mi baño, me pongo un poquito los ojos negros con una rayita, y ése es todo mimaquillaje. Pero me gusta estar bien peinada. Cuando era joven, no tendría un peso en el monedero, pero el lápiz de los ojos y la pintura de los labios siempre estaban. A veces mejor vestida, a veces vestida con ropa regalada, pero coqueta, siempre. Eso sí: ser pobre me enseñó mucho en la vida.

–¿Qué le enseñó?

–Yo supe lo que es tener hambre y no tener nada, supe lo que es tener frío y no tener una bolsa para poner en la cama. Entonces hoy todo esto lo veo como un premio, porque eso es para mí. Aprendí esto: tenemos días que tenemos mucho, y después volvemos a tener poco, y eso no nos cambia. Un día tienes mucho, bueno, lo disfrutas a lo alto. Otro día tienes menos... pero tienes vida.

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“Hubo épocas en las que no tenía dinero, pero no me faltaba mi lápiz labial.”
 
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