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Domingo, 29 de noviembre de 2009

MUSICA › NORA SARMORIA PRESENTA SU ORQUESTA DE MUSICA SUDAMERICANA

“Vamos en busca de nuestra identidad”

Compositora, pianista y cantante, Sarmoria encabeza un noneto –Amaranto– cuyo liderazgo comparte con el vibrafonista Marcos Cabezas y dirige hace tres años una orquesta “atípica” de 35 músicos, con la que este domingo toca en el local de No Avestruz.

 Por Cristian Vitale

Nora Sarmoria mira el mundo a través de la milonga, del candombe y también de una ventana a medio abrir. Está en un bar y, en una pausa de silencio, de pronto un pibe se asoma del lado de afuera: busca monedas. Más allá, detrás del pibe, no hay horizonte abierto sino una hilera de casas bajas. No está el inmenso río que la nutre cada mañana para componer –la ribera de San Isidro–, sino más bien una postal con olor a tango bajo. “Mi pulsión va siempre para el lado de la milonga, no lo puedo evitar”, comenta ella, haciendo un téster de marco con la mirada. Tres mesas más allá, una pareja habla del sabor de una milanesa de ternera y a su costado derecho, en diagonal hacia atrás, dos tipos matan el tiempo tomándose unos vinos. Sarmoria da dos rodeos más con la cabeza, concluye la observación y al fin se centra en lo que debe: su obra. Tiene 41 años. Es compositora, pianista y canta. Ha recorrido buena parte del globo dando clínicas de ritmos sudamericanos. Ha acompañado a un sinfín de músicos “fronterizos” (gente como Liliana Herrero, Mono Fontana, Hugo Fattoruso, Lito Vitale, Arnaldo Antunes, Mariana Ingold) y ha editado –siempre bajo producción propia– ocho discos hasta hoy. “En enero saco Fénix Espiral, el noveno disco... es como un renacer de todas las vidas que he vivido”, resalta ella.

Fénix Espiral es apenas un fragmento de un trabajo imparable. Además de eso que la muestra sola frente al piano, Sarmoria acarrea hace tres años una orquesta “atípica” de 35 músicos que dio en llamar Orquesta de Música Sudamericana (“una demencia total”, define) y un noneto –Amaranto– cuyo liderazgo comparte con el vibrafonista Marcos Cabezas. Todo al mismo tiempo y por el mismo canal. “Lo común a ambos proyectos es que yo hace rato vengo escribiendo para orquesta, pero pude estrenar en muy pocas. No sé, la Orquesta de Filosofía y Letras, la Banda Sinfónica... pero el lugar que le dan al compositor argentino para estrenar obras es mínimo. Por lo menos ésta fue mi experiencia y la de todas las personas que conozco, salvo que hagas lobby o estés ahí, taladrándole la cabeza al director de turno todo el tiempo”, se resigna.

–No quedó otra que buscar una veta personal...

–Sí, y con dos armados diferentes. En Amaranto, todos los temas del disco (Alimento) son míos o de Marcos, mientras que en la orquesta lo que hacemos es versionar composiciones de grandes músicos de Sudamérica y géneros que hacen a nuestra identidad: milonga, landó peruano, candombe, baión o chacarera. No agarramos música de Centroamérica, porque no tengo transitados esos ritmos. Armar esto fue un poco unir la tarea docente que tenía en cuanto a ensambles de doce, trece personas hacia una experiencia mucho más grande. Al principio iba a ser una orquesta sinfónica, pero terminó transformándose en una totalmente atípica: cinco guitarras, dos bajos, pianos, cuatro violines, cuatro violoncellos... digamos que, como sinfónica, perdió el norte (risas).

–¿Y qué ganó?

–Gané en sinceramiento, en búsqueda personal. Me instalé en un lugar de investigación... agarrar grandes compositores, escuchar las músicas, viajar y diseñar apuntes, ritmos. Lo piola del asunto fue que todos estos chicos se subieron a la misma embarcación... flacos de entre 20 y 30 años que no llegan a ser una Orquesta Escuela, “de estudiantes”, porque ya tienen su experiencia como compositores o arregladores. Yo soy como la tía de todos... la hermana de la mamá (risas).

El disco de esta rara orquesta, que se presenta hoy en No Avestruz (Humboldt 1857), nuclea once piezas, entre ellas, arriesgadas visitas a Hermeto Pascoal (“Bebe”), Mateo-Rada (“Botija de mi país”) o “Dancin’ Piazzolla”, un tango que Egberto Gismonti le dedicó al demonio del bandoneón. Es la manera que tiene Sarmoria de recuperar –con sonoridad y orquestación sinfónica– clásicos de la música popular. “La orquesta es un monstruo que dura en el tiempo y funciona. Trato de ser horizontal, incluso para la sonoridad. Las voces líderes las van llevando todos. Es participativa, enérgica y joven por actitud... muy liviana. La idea es bajar los egos y convertir a la música en la única protagonista”, explica Nora, que, además de dirigir la Orquesta de Música Sudamericana, coordina, “arma las familias” y orienta sobre las elecciones estéticas. “En realidad, hay mil orquestas de tango y armar otra era como caer en el cliché, ¿no? Lo novedoso es que no hay orquestas de este tipo de música. Alguna cosita de candombe con cuerdas en Uruguay, pero nada más: hay poca información sinfónica sobre este tipo de música.”

–¿La identidad de la orquesta surge de sus arreglos?

–En parte sí. Pero esos arreglos sin estos chicos no sonarían tampoco. Lo más interesante es deformar... yo estoy de espaldas a la gente.

–Como los curas del Medioevo...

–Doy la misa de espaldas (risas) y ellos son mi voz. Son mi instrumento, y yo solo marco la cohesión y la interacción. En el punto en que eso se quiebre, bueno, se falta a lo esencial. Me tocó aprender a funcionar en otro lugar de la música, porque ya no puedo tocar el piano y dirigir a la vez... tuve que cambiar el chip.

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Sarmoria define a su peculiar grupo orquestal como “una demencia total”.
Imagen: Sandra Cartasso
 
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