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Jueves, 8 de abril de 2010

MUSICA › ANGEL PULICE ACTúA ESTA NOCHE EN LA CATEDRAL DEL TANGO

El odontólogo que quería tanguear

Junto a Ruth De Vicenzo, reparte su tiempo entre el torno y el 2x4 reflejado en sus discos Tangos nuevos y usados y La carnada. “Les he pagado a los guitarristas arreglándoles la boca y consigo pacientes en las milongas...”, confiesa.

 Por Cristian Vitale

“Si te levantás temprano, no vengas”, dice Angel Pulice y ahí se planta para vender el recital que dará esta medianoche en La Catedral del Tango (Sarmiento 3527). ¿Se trata de un hombre que boicotea su propio hacer? ¿De una forma ambigua de tentar? ¿De un arrebato de sinceridad? “No, simplemente es un poco tarde y sé lo que cuesta arrancar al otro día”, explica él, menos complicado. Conserva la sonrisa puesta, una compañera –Ruth De Vicenzo– que lo ampara hace un lustro en su prodigiosa tríada de tangos, valses y milongas. Y una remera a la que le sobra con una palabra para contar más de él: Bipolar. No es una patología, claro, pero sí una forma de entrarle a su historia personal. “Es una relación compleja y oscura”, desliza.

–¿Cuál, la que lleva con Ruth?

–Noooo (risas). La que se da entre la odontología y el tango.

Un rollo menos para el hilo: Pulice es dentista desde hace doce años y, como tal, debe respetar cierta rutina diaria. Cierta disciplina. Y es, a la vez, un cantautor mordaz, tragicómico y muy personal dentro del amplio y disperso mundo del tango de hoy. Una pluma que, sin desentenderse de los tópicos clásicos del género, se desliza hacia sectores no muy explorados. Una mojadita de oreja a Mitre (“Bartolomé”) convive con ironías explícitas sobre los eternos cajetillas de la city (“Milonga del cogotudo”), con deseos de despejar al mundo de quienes no viven ni deja vivir (“Llevate un par con vos”) o con descripciones exactas de un suburbio dentro de la urbe (“Balvanera”). Pequeños hitos de milonga y barro que, escalón a escalón, van ganando su lugar entre los que apuestan a un devenir tanguero que no pase por su estricta reproducción. “En una época tenía una guitarra en la sala de espera del consultorio y, como atiendo mucha gente del palo, se armaban zapadas mientras ellos esperaban que les sacara una muela (risas). A veces hasta caía alguna vieja que se acordaba de algún tango y se ponía a hablar sin parar.”

–¿Le costó fundir ambos mundos?

–En un principio, sí: los antagonicé. Me hacía mucho ruido y trataba de mantener bien aislada una cosa de la otra... Tenía miedo de que en el ambiente musical me consideraran un dentista y en la odontología, un bohemio perdido (risas). Pero a esta altura del partido la verdad es que no me importa nada, que piensen lo que quieran. Es como el hombre del Renacimiento, ¿no? Yo creo en él, porque era varias cosas a la vez. ¿Por qué hay que saber de una sola cosa? Hay gente que es hiperespecialista en rodilla y después no sabe un carajo de nada ni de la historia de su país, ni de arte, ni de cultura general. Es un genio específico y un tarado en general.

–¿Cuándo fue el click?

–Cuando me di cuenta de que estaba a punto de enloquecer, me di cuenta de que los tenía que armonizar sí o sí (risas). Y le encontré una veta útil también: les he pagado a los guitarristas arreglándoles la boca y consigo pacientes en las milongas.

–¿Y cómo se las arregla con los horarios?

–Como puedo. En las milongas se toca los días de semana, entonces me acuesto tarde y me levanto temprano. Tomo varios cafés, lo lamento por el primer paciente y atiendo. A veces tengo que ir a tocar después de haber trabajado todo el día y llego muerto, pero ya me acostumbré a hacer las dos cosas a la vez.

–¿Tiene la expectativa de quedarse solo con el tango?

–No. Digamos que desde que no tengo expectativas vivo más feliz. Me estoy amigando con la incertidumbre y, si bien estoy abierto a la posibilidad de que suceda, también sé que el no vivir de esto tiene ciertas ventajas: con el tango hago lo que se me cantan las pelotas... No tengo que cantar lo que no me gusta ni estar en lugares que no quiero estar, ni decir cosas que no quiero decir. Me da esa libertad.

La propuesta de Angel –traducida en dos discos, Tangos nuevos y usados y La carnada– se sostiene en dos patas firmes: Ruth, actriz, profesora de dicción en ópera, bailarina y cantante, cuya voz defiende dignamente el acervo de, por ejemplo, Rosita Quiroga (su interpretación de “Apología tanguera” es brillante) y tres guitarristas: Pablo Covacevich, Emiliano Faryna y Nacho Peralta. “Siempre nos sorprendemos de que somos un grupo con muy poco conflicto. El trae los temas y rara vez no nos gustan. Yo elijo las versiones y siempre estamos de acuerdo. Y también con los arreglos de Pablo. Es una cocina bastante simple. Coincidimos bastante en la música que escuchamos y en el tipo de tango que queremos hacer”, señala ella. “Ah, y ponga que, como Angel, yo también soy renacentista... Pero mujer, porque siempre se habla solo del ‘hombre renacentista’.”

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Pulice y De Vicenzo actúan junto a tres guitarristas: Pablo Covacevich, Emiliano Faryna y Nacho Peralta.
Imagen: Guadalupe Lombardo
 
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