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Sábado, 20 de agosto de 2005

MUSICA › PAGINA/12 PRESENTA CON LA EDICION DE MAÑANA DOS DISCOS DE SANDRO

Así se recibió de galán maduro

Se trata de dos álbumes registrados en 1986 y 1988, respectivamente. Uno de ellos incluye nuevas versiones de sus grandes éxitos; el otro, con temas originales, era hasta ahora inconseguible en CD.

 Por Fernando D´addario

Las retrospectivas musicales sobre Sandro suelen abundar en la etapa explosiva y seminal de “Los de Fuego”, en tanto las “miradas sociológicas” apuntan, más bien, a estudiar el fenómeno Roberto Sánchez en sus últimos años, sin escatimar detalles sobre sus chicas y sus achaques. Hay un período intermedio, sin embargo, el de la década del ’80, que escapa a la mayoría de las cronologías y los análisis, acaso porque encuentra al personaje transitando una serena madurez, ajeno a los fervores mediáticos y en un contexto de transición artística.
Página/12 publicará, a partir de mañana, dos discos de Sandro. Se trata de Sandro 88, que registra sus grandes éxitos en nuevas versiones, y Sandro (con canciones originales, grabado en 1986). Y si es cierto, como aseguraba Kierkegaard, que “la vida se vive hacia adelante pero se comprende hacia atrás”, los flamantes 60 años cumplidos por el Gitano invitan a tratar de desentrañar lo que representaba aquél Roberto Sánchez. Habrá que encontrarse, entonces, con Sandro ídolo popular de un público muy específico, mucho antes de que su figura fuese objeto –por factores que seguramente excedían sus posibilidades– de una canonización unánime. El Sandro de los años ’80 todavía estaba sujeto a la polarización del mercado de la música popular: por un lado, el rock nacional (que sufría a su vez sus propias transformaciones) y por el otro el género romántico (que también empezaba a vivir una renovación generacional). La reconversión estilística y comercial que había adoptado el Gitano determinó su pertenencia excluyente. Hoy, cuando Sandro, el rock, el pop y la Argentina ya dieron toda la vuelta una y otra vez, resulta curioso pensar en un artista de sus dimensiones estigmatizado como “grasa” por los mismos que en el siglo XXI lo veneran.
Un Sandro maduro, claramente posicionado en su condición de estrella, aparece en este puñado de canciones. En los ’80 su carrera atenuó el ritmo vertiginoso que la caracterizaba. A los 40 años, Sandro eligió prescindir de la vorágine single/LP/gira/película y entregarse a una planificación más racional de su rutina artística. Mientras en buena parte de Latinoamérica “era Gardel” (venía de protagonizar una telenovela en Puerto Rico que llegó a ser premiada incluso en Nueva York), aquí bajó un cambio. En 1984 grabó un álbum, Vengo a ocupar mi lugar, en el que marcó su territorio; dos años después firmó contrato con EMI; presentó un espectáculo muy diferente de lo que se esperaba de él: “A fuego y piel”. Era casi una pieza teatral, en la que el protagonista –Sandro, por supuesto– abordaba la relación amorosa desde todos los puntos de vista posibles, sin quedarse solamente con el ganador irresistible. Muchas de esas canciones formaron parte de Sandro, un disco que en su momento no fue del todo bien entendido y que, vuelto a escuchar en perspectiva, es uno de sus mejores trabajos.
Fue registrado en el estudio de grabación de su casa en Banfield. Un hogar a leña, saladitos, gin y cigarrilos ayudaron a relajar el ambiente hiper profesional que dominaba los trabajos de Sandro. Roly Hernández, por entonces director artístico de EMI, señala que “Sandro era James Bond, podía hacer lo que quisiera y estaba bien”. Con la co-dirección musical de Rubén Aguilera, los diez temas del disco muestran a Sandro en una magistral composición dramática. Empieza la primera canción, Será especial esta noche, proponiendo: “Si quieres compartir una aventura...”. La invitación a la trampa, en Sandro, casi siempre tiende a la exhibición del “mal” con afán de exorcismo, para volver, después del fuego maligno, a un equilibrio de respetabilidad. En sus letras, el engaño suele encubrir una búsqueda de conquista amorosa “como Dios manda”, que no puede darse por culpa de diversas convenciones sociales.
Los “personajes” de este disco (que muchos atesoran en sus ediciones en vinilo y en cassette) adoptan distintos tonos, según quién sea el interlocutor: en Te entregaste a mí, cuenta con ternura –y esa dosis de perversión que tan bien le sienta– la primera vez de una niña que no puede ni quiere sustraerse a sus encantos, a pesar de todo. La vida dura es la historia de un vividor, que le reza a San Cayetano para que su mujer no lo abandone; no lo guía el amor, sino la certeza de que si la señora se va, él deberá salir a trabajar. En A fuego y piel narra con melancolía el destino de una mujer enamorada que debe afrontar en soledad su embarazo. Por supuesto, aquí Sandro tiene el pudor y la delicadeza de usar la tercera persona (sus chicas no le perdonarían semejante agachada). Aceptarían, en cambio, ocupar el lugar de la beneficiada en Con uñas y dientes, un arrebato de amor salvaje. Le puede pasar a cualquiera es un triste recorrido por la rutina conyugal, que desemboca, “justificadamente” (según la voz autorizada de Sandro) en una relación paralela. En A él (compuesto por Rubén Amado), el mismo juego de cruces y engaños asume otro papel: el del amante desesperado que le exige a su amada el “blanqueo” de su situación irregular.
Sandro 88, por su parte, es una oportuna grabación de viejos éxitos, con nuevos arreglos. Vuelven a seducir, entonces, clásicos como Rosa...Rosa, Así, Trigal, Penumbras y Tengo, entre otras. Más de uno se llevará una sorpresa con estas versiones (escuchar, por ejemplo, Trigal con un ligero y encantador acento de bossa nova), orquestadas para potenciar el perfil interpretativo del cantante, ya definitivamente consolidado como un galán maduro. Aquellos que se perdieron estos discos en los ’80, ahora tienen revancha.

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