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Viernes, 20 de agosto de 2010

MUSICA › HORACIO MOLINA PRESENTA EN EL FESTIVAL DE TANGO SU DISCO CON TEMAS DE ALFREDO LEPERA

“La voz es un misterio que emociona”

El cantante asegura que no debió enfrentarse al mito de Gardel para interpretar la poesía de su letrista, ya que tenía tan adentro esas canciones que fluyeron con la misma naturalidad que cuando las cantaba a los 7 años.

 Por Karina Micheletto

Horacio Molina canta a Alfredo Lepera. Selecciona un repertorio transitado, algunos clásicos de clásicos que, sin embargo, suenan como redescubiertos. No porque Molina haya inventado nada alrededor de “El día que me quieras”, “Amores de estudiante”, “Cuesta abajo”; no hay ningún firulete extraño que saque de su condición criollita a “Criollita de mis amores”. El gesto es el opuesto: evitar toda distracción, mantener las estructuras que suenan como desde siempre en la voz del coautor de estos temas. La carga recae, claro, en el decir y en el timbre de Molina, que con su fraseo logra resaltar cada punto de la poesía de Lepera, y hace parecer sencilla esta tarea. Alfredo Lepera por Horacio Molina se llama el disco que acaba de editar DBN, y el cantor dice que la idea del trabajo, con el poeta como punto de partida, tiene que ver con el rescate de una figura que siente injustamente olvidada. Horacio Molina se mete con Lepera, y hay un desafío implícito para un cantor en la elección de la obra del poeta, no sólo porque dentro de este repertorio hay temas que parecieran ser bandas de sonidos eternas. Ocurre que meterse con Lepera es meterse con Gardel, pero a Molina lo tiene sin cuidado. O no lo considera un problema, al menos: “Siento que Gardel está dentro de mí y yo no me doy cuenta. Lo incorporé y no se nota”, asegura.

Lo cual conduce directamente a aquella radio de lámpara, grandota y marrón, que marcó la infancia de Molina, y que cada tanto se acoplaba: “Cada media hora, más o menos. Había que darle un golpe en la barriga para que siguiera funcionando. Era una radio berreta que había en mi casa para que usaran los chicos; la otra, un poquito mejor, estaba en el comedor”. De aquella radio, entonces, salieron las primeras formas de internalizar a Gardel: los cuatro programas diarios que Molina se sabía de memoria, siendo un niño, la sintonía en Radio Colonia, la voz de Julio Jorge Nelson, aquel a quien habían apodado “La Viuda”, por su fanatismo por Gardel. Está también el recuerdo de la victrola, con la corneta y la cajita de doscientas púas, pero en esa casa en la que Molina fue niño, la radio era el gran territorio de Gardel.

“Creo que debo saber, como mínimo, seiscientos temas de Gardel. Y debo saber cantar unos trescientos. A los 7 años cantaba de cabo a rabo ‘Golondrinas’, ‘Soledad’, ‘Cuesta abajo’ y ‘Melodía de arrabal’”, dice ahora Molina. “Gardel es una marca del tango para mí. Sin embargo, he oído mucha música en mi vida, no sólo Gardel, no sólo tango. Soy un gran escuchador de música, un curioso, un apasionado. Escucho todo, excepto lo que considero abominable. De Haendel a los contemporáneos, todo el jazz, toda la música brasileña, la que llaman étnica, todo. Si hay un indio tocando con un palito, quiero escucharlo, quiero saber de qué se trata. No puedo evitarlo.”

Lo cual conduce directamente al padre de Molina, médico y escribano, “un tipo muy curioso, un lector apasionado y un ferviente admirador de toda la música”. Y al tío de Molina, que tocaba el piano y era amigo de Bola de Nieve. “El me traía los discos desde Cuba, con lo cual yo tenía una data increíble, siendo muy chico. A los 7 años me llevaba a cantar a las reuniones con sus amigos, tipos que cantaban en el Colón.” En ese contexto, Molina supo que lo que quería era cantar. Lo cual, una vez más, conduce directamente a Gardel y a Lepera, y al disco que acaba de editar, y que esta noche presentará en el Teatro 25 de Mayo, en el marco del Festival de Tango (ver aparte).

En este disco, afirma Molina, está su infancia. “Siento que todas las letras de Alfredo Lepera forman parte de mí mismo y se reflejan en mi alma”, dice en la presentación. “Será porque me acompañan desde mi más lejana infancia, cuando las iba aprendiendo naturalmente, sin proponérmelo, sin darme cuenta, del mismo modo en que se aprende un juego. Y creo también que debe ser por eso que al cantarlas o cuando las evoco no necesito pensar la forma y el estilo en que debo interpretarlas: sencillamente fluyen desde mi interior, como ocurría cuando las cantaba en mi niñez, aunque por aquellos tiempos no fuera capaz tal vez de comprender esas letras en toda su dimensión, en toda la profundidad de su sentido.”

–Así que le resulta fácil tomar a Lepera.

–No sé si fácil, pero no tuve que pensar.

–Y, sin embargo, parecería que es un desafío para un cantor.

–No es un desafío nuevo para mí. Ya hice un disco en el que canté todo el repertorio de Gardel con guitarras, fue una especie de aventura en la que me metí con Juanjo Domínguez. Ese disco lo hice en dos días, y cuando lo escuché había quedado fantástico. Porque hasta que no me escucho, no sé cómo canté. Para mi sorpresa y mi alegría, ahí descubrí que había logrado una cosa totalmente diferente.

–¿Le pasa seguido eso de sorprenderse al escucharse?

–Es que una cosa es cuando canto sin pensar, y otra es cuando canto pensando lo que voy a hacer. Y como soy un obseso, tengo un yo interior que no me deja tranquilo, pienso mucho... ¡Mucho! Pero con Gardel no pensé: me dejé ir en un repertorio que fluía, lo tenía recontra manyado. Tanto, que mi temor era que pareciera una caricatura o una copia vil de eso que yo tenía internalizado. Porque tomé la misma forma, el mismo fraseo, la misma métrica y estructura. Es más, dije: acá me van a dar con un hacha. Eso me hizo reflexionar sobre mis propios prejuicios y me dio una confianza total de allí en adelante, porque sé que lo que resulta finalmente es algo que no tiene nada que ver con lo que tengo incorporado desde antes en el alma, no se le parece en nada.

–Y esa confianza le habrá servido para este trabajo.

–Claro, fui a grabar tranquilo porque sabía que iba a hacer algo nuevo, aun siguiendo la misma estructura de las versiones originales. Evidentemente, en mi interpretación aparece algo mío, debe ser la influencia de las otras músicas que escuché y que amé en mi vida.

–¿Y qué le dijo su yo interior, cuando lo escuchó?

–¡Uf! No me hable de ése. Le explico: no sé si soy un cantor, soy más bien un músico que canta. Me importa mucho cómo suena mi voz, qué sonido le saco a mi instrumento, no sólo cómo canto. Y, en ese sentido, aprendo todos los días y no paro de aprender. La voz es un misterio que transmite emociones. Ecualizo con mi cerebro cómo quiero que suene mi voz, ésa es la tarea. Lástima que el que maneja ese ecualizador es ese yo interior, que es un enfermo, un déspota implacable. No me deja pasar una. Es una exigencia tremenda a la que no tengo que enfrentarme, para no defraudarlo. Me pregunto cuándo me dejará en paz.

–¿Y mientras tanto, cómo hace?

–Como me enseñó el que inventó esto de cantar tango: Gardel. A propósito, me pregunto: si Gardel fue el inventor y cantaba tango de esa manera, ¿por qué después vino el alarde? No entiendo a esos tipos que se dedican a masturbarse con la gola, esas frases alargadas, esos finales... ¡Por Dios! Es como un jugador de fútbol que se pone a hacer jueguito, taquito, y se pierde el gol por no dar el pase. Si por lucirte te perdés la posibilidad del gol seguro, sos un boludo. A Abreu, en el Mundial, lo hubiera matado.

–Y, sin embargo, es un ídolo, porque metió el gol. ¿Quién sería el Abreu del tango?

–¡No me haga dar nombres, por favor! Digamos que para cantar tango no hace falta mostrar que jugás bien: se tiene que notar sin tu esfuerzo.

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“Siento que Gardel está dentro de mí y yo no me doy cuenta”, asegura Horacio Molina.
Imagen: Pablo Piovano
 
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