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Jueves, 2 de septiembre de 2010

MUSICA › ORQUESTA Y CORO DE LA SCALA EN EL COLóN

Universo Barenboim

 Por Diego Fischerman

La presencia, física y sonora, fue un dato insoslayable. No se trataba sólo de una gran orquesta y un coro imponente haciendo Verdi, conducidos por uno de los grandes directores de su época, sino, en particular, de los de la Scala de Milán. Daniel Barenboim culminó su ocupación musical de Buenos Aires con tres conciertos en el Colón, conduciéndolos en dos programas memorables, Aida, en versión de concierto, y el Requiem. Y los italianos no sólo tocaron Verdi como si se tratara de una gran música sino, más bien, como una causa patriótica. Y es que ésa es su lengua materna. Esos pasajes de bronces que hasta podrían resultar cacofónicos tocados por otros, esos fortísimos de teatralidad sobreactuada y los contrastes con el lirismo más llano y directo, en sus manos tienen el aire del dialecto propio. En todo caso, pocas veces se escuchó algo tan estremecedor como el pianísimo del comienzo del Requiem y el coro casi susurrando las primeras palabras: “Requiem aeternam dona els, Domine”.

En Aida, los solistas fueron Salvatore Licitra en el papel de Radamés, Oksana Dyka en el de Aida, Ekaterina Gubanova como Amneris, Kwangchul Youn como Ramfis, Sae Kyung Rim en el rol de sacerdotisa, Carlo Zigni como Rey de Egipto, Antonello Ceron como Mensajero y Andrezej Dobber en el papel de Amonasro. En el Requiem, el cuarteto vocal principal estuvo conformado por la soprano Marina Poplavskaia, la mezzosoprano Sonia Ganassi (que lo grabó en la versión dirigida por Pappano), el tenor Giuseppe Filanoti y el bajo Kuangchul Youn. Poplavskaia, Gubanova y Dobber habían estado, por su parte, en el elenco de la Novena de Beethoven que Barenboim dirigió hace una semana. En todos los casos se trató de cantantes de gran nivel, con voces potentes y, en el caso de Dyka, de una intérprete notable para su papel. Licitra y Filanoti son, además, los dos tenores más importantes entre los que actúan corrientemente en Italia. Yuon fue excelente en el Requiem y Ganassi unió a un timbre bello y oscuro un fraseo de gran delicadeza. La orquesta, con cuerdas de extraordinaria homogeneidad y bronces superlativos –el Tuba mirum del Dies Irae, con grupos de metales adicionales colocados a lo alto y en los costados de la sala, fue conmocionante–, se sumó a un coro de gran empaste y equilibrio para lograr, junto a Barenboim, lecturas donde el campo expresivo y dinámico se amplía hasta el infinito. Podría decirse que en el Universo Barenboim los pianísimos lo son hasta el extremo de lo audible y los fortísimos hasta el límite de lo soportable y que los contrastes y tensiones se llevan hasta el propio umbral de lo posible.

Esta segunda parte de las actuaciones de Barenboim, con orquesta y coro de La Scala y organizadas por el Colón, tuvieron, no obstante, una diferencia esencial con el capítulo planificado por el Mozarteum: paradójicamente, fue la institución privada la que completó el programa con el ingrediente social –y pedagógico– de un concierto gratuito, donde se tocó música de Boulez, más allá de los abonos para la juventud, de muy bajos precios, que hacen los conciertos accesibles a un público más amplio. La actuación de los organismos de La Scala acarreó un gasto de seis millones de euros y su beneficio se redujo a tres conciertos –el último de ellos fue el lunes por la anoche, con la repetición de Aida–, a los que asistieron unos ocho mil quinientos afortunados que pudieron pagar entradas de entre 300 y 1200 pesos. No se trata, desde ya, de que la orquesta y coro de La Scala no valgan aquello que se ha pagado por ellos. Ni, mucho menos, de que no esté bien que un teatro contrate grandes artistas para sus temporadas. El problema, más bien, es de oportunidad. No puede dejar de pensarse que esos seis millones de euros se desembolsan en el mismo momento en que las autoridades culturales de la ciudad confiesan que no pueden arreglar las goteras del Teatro San Martín si no venden patrimonio inmueble. Y no debería dejar de tenerse en cuenta que estos tres conciertos pertenecen a una temporada en la que no ha habido un solo encargo a un músico argentino. Ni tampoco que con esa cifra podrían producirse unas treinta puestas de ópera que combinaran figuras extranjeras y nacionales.

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