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Lunes, 23 de mayo de 2011

MUSICA › TRICKY PRESENTó SU DISCO MIXED RACE, EN GROOVE

Tormenta imparable de sacudones rítmicos

 Por Luis Paz

Asistir a un concierto de Tricky, el inasible músico británico que anteayer se presentó en Buenos Aires por segunda vez en dos años, implica entregarse a un acto de transportación hacia el futuro paralelo de una metrópolis en la que los gangsters dominan los boliches, las mujeres son ninjas emocionales, el boxeo es el deporte nacional y la despenalización, un acto de hecho. Sobre todo, su música es la realización sónica de un futuro no advenido en el que la música popular vendría de la reunión de los latidos rítmicos más primitivos con la intervención de la electrónica, en manos de científicos de las variaciones sonoras que están en empatía con el orgullo negro de James Brown. Incomprensible, así es lo de Tricky. Y deforme, por supuesto, es el resultado de esa curiosa mezcla. Si “Tricky” es el equivalente anglo a la palabra “trucado”, por lo “engañoso”, su música no lo es menos: sus veinte años de obra se basan en la esquizofrenia rítmica de ¿canciones? que parecen tener como fin último la confusión y el caos espacio-temporal que provoca no poder entender cómo bailarlas. Por ahí estuvo la dificultad más grande de lo que ocurrió anteanoche en el boliche Groove, donde Tricky presentó su disco más reciente, Mixed Race, frente a un millar de personas.

En varios puntos, este último álbum es continuador del anterior, Knowle West Boy (que mostró en 2009 en El Teatro de Colegiales), en donde ahora aquel hip hop mal gestado y ese rock tribalista se combinaron con dub profundo (“Time To Dance”), blues clásico (“Puppy Toy”), electrónica à la Daft Punk (“Kingston Logic”), cachondez à la Primal Scream (“Really Real”), cajitas de música (“Murder Weapon”) y videojuegos de mafia (“Ghetto Stars”), todo atravesado por el comando sintetizado del teclista Gareth Bowen y la dirección sensual de la sugerente cantante Francesca Belmonte.

El show regaló momentos menos teóricos y más prácticos: desde ese cover ya tradicional del “Ace of Spades”, de Motörhead, casi en la apertura del concierto y con una veintena de asistentes al show invitados al escenario, hasta ese final con el cantante y productor en un mosh imparable desde el borde del tablado hasta la puerta de salida del local palermitano, con la banda interpretando el “Love Cats” de The Cure, en un plan incluso más denso y oscurantista que el de la canción original. Pero en la hora y media que hubo en medio de ambas versiones, Tricky fue, él mismo, víctima de una conspiración: el sonido del lugar es malo para la música analógica. Para la que está basada en sintetizadores u otras herramientas digitales, funciona, pero cuando se trata de amplificación (guitarras y, sobre todo, bajos y baterías), la acústica lo confunde todo, devuelve acoples y bajos indefinidos y pierde los arreglos, haciendo de Groove una suerte de Luna Park a pequeña escala.

Lo que también dejó a este concierto muy lejos del impacto de su show de 2009 fue ambiental: menos público, más vacío, menos pérdida de la conciencia, más reparos en moverse, menos calor y más murmullo. Toda la escena diferenciada se completó cuando Tricky bajó al público: si aquella vez la gente le quitaba el micrófono, cantaba y saltaba abrazada a él, ahora el público se acercó a sacarle fotos para Twitter y Facebook. Por lo menos, eso dejó registrado lo que en definitiva fue un buen show, que aunque no pudo ser completo, contó con una dosis decente de riesgo musical y tuvo en Tricky al verdadero Thor, bajando sobre el público una tormenta imparable de sacudones rítmicos, un viento ahumado por todos lados y descargas que electrificaron el lugar por completo.

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