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Martes, 24 de mayo de 2011

MUSICA › ULTIMA JORNADA DEL FESTIVAL QUILMES ROCK 2011

El rock sigue añorando los años ’90

Veinticinco mil personas disfrutaron de Los Persas y la Bersuit, resabios de bandas emblemáticas de fines del siglo XX.

 Por Luis Paz

Fue Andrés Ciro, con su canción “Antes y después” –una de las fundamentales de su debut con su nueva banda Los Persas, Espejos–, el que mejor definió lo que fue la fecha de cierre del festival Quilmes Rock 2011. Como en la notación del tiempo cristiano, aquí las siglas son las mismas, sólo que a.C y d.C. significan para el rock argentino un indudable antes de Cromañón / después de Cromañón, incluso también un antes de la Crisis de 2001 / después de ella. El domingo, 25 mil personas participaron de la jornada de clausura del festival, en lo que fue el déjà vu de un estallido añejado, noventoso, ya casi espectral. Esto es, el regreso de Bersuit Vergarabat y la primera fecha porteña del año para el ex Los Piojos, todos escapados de aquella división epocal e intentando, con mayor o menor grado de conciencia, replicar reclamos en pijamas, recitados sobre “trapos”, una argentinidad al palo o una celebración empiojada. En ese sentido, la vuelta de Bersuit, sin Gustavo Cordera (y hasta con gastada al Pelado de por medio), tuvo alto impacto y logró algunos de los momentos más encendidos entre las fechas nacionales; mientras que Ciro, en más de dos horas, dio pocas sorpresas en un show ampuloso y con muchos altibajos.

“A mí nadie me invitó, a mí nadie me invitó, a mí nadie me invitó”, parafraseó Dani Suárez, el corista ahora al frente de las voces de Bersuit (junto al Cóndor Sbarbatti), a Cordera, en base a las declaraciones que el ex cantante del grupo había hecho a la prensa sobre su no participación en este regreso. “¿Sabés por qué nadie te invitó? Porque yo, argentino. Vos, no sé”, remató Suárez al filo de “La argentinidad al palo”, luego de un recuento que ajustició a Susana, Mirtha y De la Rúa y sólo salvó al ex presidente Néstor Kirchner. La recepción fue tibia: algunos aplaudieron la factura cruzada, otros cuchichearon un “eso fue para Cordera”; otros, ni mu. Pero más allá del embrollo y la lista de cachivaches, lo de Bersuit destacó por la honorable puesta en marcha de una maquinaria fundamental en el primer lustro de la década: sin Cordera, pero visiblemente ajustados, incluso más enérgicos (cosas de festival, también) y con una ampliación del juego vocal, el grupo dio un largo y buen set encaramado en sus hits.

Al comienzo, con “Desconexión sideral”, “La soledad”, “Espíritu de esta selva” o “Toco y me voy”, como siempre que suceden estas cosas (la salida del Bahiano de Los Pericos, la de Ciro Pertusi de Attaque 77), el cambio de cantante provocó una densidad en el público, que dudó entre celebrar y emocionarse, entre recordar o vivir la vuelta como la primera vez. Pero sobre el final, ya nadie se acordaba de Cordera (salvo en el arranque de Suárez, claro): luego de “La argentinidad al palo”, Bersuit encolumnó una serie de canciones salvajes que logró el clima más devastador del cierre del festival. Excepto, tal vez, por el verdadero clima, ése en el que el viento le dijo a la lluvia que atacara el escenario B, que debió ser desarmado y suspendido porque a nadie se le ocurrió pensar en que había que destinarle un techo por si llovía alguno de los cuatro días del Quilmes Rock. En fin, el Cabra de Las Manos de Filippi (en “Sr. Cobranza”) y el Mono de Kapanga (para “La bolsa”) también jugaron a ser cantantes de Bersuit, invitados a lo que terminó siendo una fiesta de reencuentro sin demasiadas anécdotas nuevas, como ex alumnos volviendo a un pijama party.

De Pappo a Bob Marley, pasando obviamente por Los Piojos, Ciro y Los Persas volvieron a valerse de covers para completar un set de más de dos horas, al igual que hicieran en la presentación del disco Espejos en el Luna Park. Hay una clara razón: esta nueva banda posee aún un repertorio breve para un show masivo propio o uno de cierre de festival, pero no se entiende mucho esa necesidad de hacer presentaciones tan largas. Anteayer, Ciro se fue del escenario en tres ocasiones, dos de ellas anunciando que no habría más, y terminó tocando ocho bises, ya cerca del comienzo del lunes. En líneas generales, a los más fieles ni les importó, pero no deja de ser algo forzado, sobre todo cuando implica segmentos tan rígidos (uno para canciones midtempo, otro para blues y rocanroles, y así), cambios de vestuario acordes (a esos géneros y a sus clichés) y toda esa cháchara.

Musicalmente, el concierto naufragó en esas márgenes, haciendo pie a veces en temas fuertes de su nueva etapa (“Vas a bailar”, “Banda de garaje”, “Servidor”), saliendo del fango con el recurso piojoso de “Luz de marfil”, “San Jauretche”, “Ando ganas” o “El balneario de los doctores crotos”; o estancándose en un muelle de canciones de género que siguen dejando a la mayor parte del público algo atónito o indiferente. Para más, Los Persas perdieron recientemente al tecladista Chucky de Ipola, pilar del sonido del grupo, y al menos en sus dos conciertos porteños (aquel Luna Park, este GEBA) y su presentación en el Cosquín Rock, parecen no haber encontrado aún una dinámica realmente efectiva para sus conciertos. Sin embargo, en sus mejores momentos lo cierto es que Ciro y Los Persas logran generar esa comunión masiva y uniforme que ha quedado algo perdida con la desaparición final o accidental de los grupos altamente convocantes de antaño, y más allá de cierto estancamiento, es indudable que Ciro tiene el entrenamiento como para entretener a estadios o predios repletos: ahí sí, sus Espejos devuelven una luz no tan al final del túnel, que por ahora no lo ha devuelto bajo el reflector, pero con un tiempo más de andanzas (y canciones, claro) podría quitarles ese tono de lámpara de bajo consumo que quedó rondando el predio de Palermo el domingo por la noche, casi lunes.

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Ciro ofreció un show ampuloso, con pocas sorpresas y muchos altibajos.
 
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