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Domingo, 26 de junio de 2011

MUSICA › GUSTAVO DUDAMEL DIRIGIRA LA ORQUESTA SIMON BOLIVAR EN EL TEATRO COLON

“Sin placer no hay música, sólo notas”

El director venezolano es considerado una verdadera estrella incluso por colegas como Daniel Barenboim. Al frente de uno de los frutos “del sistema” de orquestas juveniles de su país, se presentará hoy y mañana, programado por el Mozarteum.

 Por Diego Fischerman

“Para mí, el trabajo del director es lograr que los músicos la pasen bien y tengan experiencias importantes mientras tocan la música. Obviamente, si a mí la música no me diera placer, tampoco podría lograr que otros junto a mí lo sintieran. Y entonces no habría música. Habría sólo notas.” La frase, dicha por Gustavo Dudamel a Página/12 en una conversación telefónica, desde un auto y mientras iba hacia Gotemburgo –de cuya orquesta es director principal–, resulta relevante si se piensa que él es posiblemente el único miembro de la constelación de la dirección orquestal que puede considerarse una verdadera estrella. “El arte, la música tienen que ver con el disfrute, ésa es la esperanza”, agrega. “Y cuando hablo de disfrute no me refiero, desde ya, a que deba ser música alegre. La música despierta gran cantidad de emociones en nosotros y el placer tiene que ver con cómo esas emociones, aunque sean tristes, afloran.”

Nacido en la ciudad venezolana de Barquisimeto, en 1981, Dudamel, también director de la Filarmónica de Los Angeles, donde sucedió a Esa-Pekka Salonen, fue condecorado en 2007 por el presidente Hugo Chávez, quien además lo designó padrino de la Misión Música que busca incorporar un millón de niños y jóvenes al Sistema de Orquestas Juveniles de ese país. En 2005 había llegado a Buenos Aires para inaugurar el Festival Argerich de ese año. Luego de acompañar de manera impecable a la creadora de aquel festival y a Sergio Tiempo, la orquesta consiguió, en los bises, tocar parada y bailando, además de revoleando trompetas y baquetas por el aire, lo que la mayoría no logra hacer sentada: versiones del “Malambo” del ballet Estancia, de Alberto Ginastera, y del “Mambo” de West Side Story, de Leonard Bernstein. Entonces, a la perfección técnica y a un ajuste notable se unió un sentido de celebración y un impulso rítmico fenomenales. Y es que Dudamel, que comenzó tocando salsa y es hoy el músico mimado de la Deutsche Grammophon –que editó en la Argentina su disco Fiesta, con la orquesta Simón Bolívar haciendo repertorio americano–, tiene algo que en el ambiente de la música clásica no suele abundar. Además de sus condiciones excepcionales –dirigió en Berlín, a los 16 años, la Segunda de Mahler, por ejemplo–, transmite a la orquesta y al público una inmensa felicidad por hacer música.

Dudamel dirigía, de chico, a los discos. “Aída, de Verdi, me la sabía de memoria, de tanto que la ponía en el tocadiscos”, cuenta. Quería tocar el trombón, como su padre, pero el instrumento era demasiado grande, y a los 10 años comenzó con el violín. A los 12, el director de la orquesta faltó al ensayo y Dudamel se propuso para reemplazarlo. “Es que me sabía las obras”, dice. “Todo comenzó como un juego; dirigí la Quinta de Beethoven y los Brandeburgueses de Bach sin haber estudiado aún nada de dirección. En esa época iba a todos los conciertos que podía y me dedicaba a mirar al director. Empecé como director asistente con estudios absolutamente informales y a los 15 comencé a estudiar con Abreu.”

José Antonio Abreu es ni más ni menos que el fundador del programa de orquestas juveniles venezolanas –al que llaman, llanamente, “El sistema”–, del que la orquesta Simón Bolívar es uno de los frutos más visibles. Iniciadas como programa social, que incluía la participación de niños y jóvenes de poblaciones marginales, estas orquestas cobraron un peso considerable y fueron apoyadas por distintos gobiernos, más allá de las distinciones partidarias y de las convulsiones políticas. Dudamel dice: “Todo se lo debo a estas orquestas. Y claro, también a la música que escuché de niño y a un pueblo como el venezolano, para el que la música es parte de la vida”. La Orquesta Simón Bolívar vuelve a Buenos Aires, programada por el Mozarteum Argentino para dar dos conciertos en el Teatro Colón. En el primero, hoy a las 17, Dudamel dirigirá la Sinfonía Nº 7 de Gustav Mahler. Mañana, a las 20.30, conducirá la Suite Nº 2 de Daphnis y Chloé, de Maurice Ravel; la suite sinfónica Santa Cruz de Pacairigua, del venezolano Evancio Castellanos; la Sinfonía Nº 2 (Sinfonía India) del mexicano Carlos Chávez y la versión de 1919 de El pájaro de Fuego, de Igor Stravinsky.

Ganador en 2004 del primer premio en la Competencia de dirección Gustav Mahler, realizado en Bamberg, Dudamel dirigió por primera vez la Orquesta Filarmónica de Viena en el Festival de Lucerna de 2007, nada menos que con Daniel Barenboim como solista en el Concierto Nº 1 de Béla Bartók. “Al principio sentí un poco de miedo. Estaba algo intimidado de pensar que debía dirigir a alguien que es, además, un gran director. Pero la experiencia fue maravillosa. El, como Zukerman u otros grandes solistas a los que he dirigido, me han enseñado con gran generosidad. No me ha sucedido jamás que se planteara una competencia acerca del enfoque de la obra o que hubiera un desacuerdo. Todo lo contrario. Para mí, dirigir a solistas junto a la orquesta se trata de estar al frente de un trabajo conjunto. Se es el organizador de ese encuentro, nada más. Se trata de trabajar a la par de todos ellos para allanar el camino y para buscar la conexión.” Barenboim, por su parte, no tuvo dudas. Cuando la revista especializada Gramophone le preguntó quién era la máxima figura de la dirección, entre las surgidas en los últimos tiempos, la respuesta fue rápida y concisa: “Dudamel”.

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Dudamel es director de la Filarmónica de Los Angeles.
 
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