Martes, 20 de diciembre de 2011 | Hoy
MUSICA › LOS QUIETOS, UN PROYECTO DE INSTRUMENTISTAS PARA PONERLE LA OREJA
Fernando Samalea, Daniel Melingo, Willy Crook, Carlos “Patán” Vidal, María Eva y Luis Ortega decidieron rendir homenaje a los que siempre están en un rincón del camarín, poniendo sus talentos al servicio de una música mutante. Hoy se presentan en Boris.
Por Ana Asseo de Choch
Con la tendencia y la estadística moviendo los hilos del mercado artístico, y una suerte de culto a lo nuevo per se, es refrescante que algunos músicos busquen reinventarse, encarar nuevos planes. Fernando Samalea, Daniel Melingo, Willy Crook, Carlos “Patán” Vidal, María Eva y Luis Ortega son nombres que hacen ruido por sí solos: que pensar en ellos haciendo música juntos es aún más ruidoso. Ellos son Los Quietos, banda de fusión en la que interactúan con otras piezas más noveles en el oficio de la música, interpretando los temas de cada uno, y reversionando melodías de sus discos. La idea surgió de trabajar juntos, de coincidir en lugares durante años y de descubrir entre ellos un buen clima. Los congrega una afición por disfrutar de la empatía que se tienen, el placer de la risa compartida, y, sin mayores presiones, dejan que el viento los lleve “a donde los quiera llevar”, como los libres espíritus postulan. El nombre refiere a los “quietos del rock”: personajes de la noche porteña, seres imperturbables que allí están, merodeando en la cocina de los conciertos y las fiestas. Sentados por lo general, vivencian la escena de su modo particular; siempre están, y nunca habían sido popularmente inmortalizados por los músicos, que esta vez decidieron emularlos. Aunque aún no se sepa del todo si los quietos, además de observar, hablan.
Los Twist, Manal, Los Redondos, Charly, Pappo, Verano Maldito, Fricción, Caja Negra, Déborah Dixon, Funky Torinos, Joaquín Sabina, Calle 13, el genial ciclo Filmoteca y hasta la mismísima Gloria Gaynor –con quien Patán Vidal tocó en Misiones– son algunos de los nombres propios que relacionan con el fructífero pasado, y auspicioso presente, de cada uno de estos superintegrantes, cuyos estilos son tan personales como diversos. Hoy a las 22, en Boris (Gorriti 5568), con Pablo Guadalupe (ex Lions in Love) como invitado especial, habrá oportunidad de vivenciar este clima. Y, más importante, absorber, lo menos quietos que podamos, lo que esta yunta de trabajadores de la corchea mejor sabe preparar: música en vivo.
–¿Lo de armar un grupo surgió al componer Samalea y Melingo la música incidental para la película de Luis Verano Maldito?
F. S.: –Algo así. Fuimos a improvisar, pasamos una tardenoche de estudio muy a la vieja usanza. El tenía la idea de utilizar dos vientos y percusión, y no dudamos en llamar a Daniel y Willy, auténticos bronces beatniks del rock nacional. Ejecutamos los tres, delante de la pantalla instalada en la sala, intentando lograr los climas apropiados para cada escena. Luis también estaba grabando canciones propias, bajo la producción de María Eva, y yo tuve mis momentos baterísticos... coincidió, además, con que acompañé a Willy en una presentación televisiva, de la cual Patán –el más quieto de todos– era parte. Fueron demasiadas casualidades y reencuentros en menos de una semana. Se ve que el espíritu del Movimiento Quieto hizo valer su destino.
W. C.: –Samalea se vio involucrado en Big Bombo Mamma, mi primer disco, y Patán en los Funky Torinos hasta el día de hoy, según los forenses.
F. S.: –Todos habíamos coincidido en escenarios, fiestas, grabaciones y demás desde hace años, como buenos bohemios reincidentes. De sólo vernos, ya sobran sonrisas y juegos de palabras.
–Pasaba algo a lo que había que comenzar a darle forma...
F. S.: –Sí, por gusto y afinidad. Pudimos compartir una idea para improvisar en plan instrumental, darles forma a las canciones que tenía Luis, y también una celebración de temas de Melingo y Crook ya conocidos. Algunos, verdaderos clásicos del inconsciente colectivo, como “Narigón”.
W. C.: –Sama tuvo la iniciativa, y el proyecto era tan absurdo que cautivó nuestra seriedad.
–¿Qué referencias musicales comparten?
F. S.: –A todos nos gusta el jazz de la era sofisticada, y la cosa hipnótica de la música árabe, o el trance de la electrónica.
–¿“Era sofisticada” refiere a los EE.UU. de los ’40?
F. S.: –Sí, a las clásicas orquestas de Duke Ellington, Benny Goodman o Harry James. Y el jazz modal de Miles Davis, Pharoah Sanders y demás.
–¿Por qué Los Quietos?
F. S.: –Bromeábamos sobre esos personajes de camarines que, a pesar del bullicio general, suelen quedarse silenciosos en un rincón, sin moverse. Carne de conciertos como somos desde hace tanto, sabemos que siempre aparece uno pasado de rosca que dicta cátedra de inmovilidad. Supongo que fue Willy, con su lucidez habitual, quien comenzó con eso de Los Quietos. Aunque si de imaginar y desarrollar se trata, el resto no se quedó atrás. Sería nuestro humilde homenaje a los grandes quietos del rock nacional, a partir del cual desarrollamos una extensa teoría sobre la quietud u otros derivados filosóficos, que llevaría páginas y páginas del diario. ¡Son horas y horas de charlas!
–Aunque sea una pregunta odiosa, ¿puede definirse el sonido de Los Quietos?
F. S.: –La atmósfera quieta puede abarcar tanto desde la canción callejera de Luis al funk reposado de Willy. En el medio están las armonías sofisticadas de Patán, el poderoso sostén de María Eva y un Melingo en varias facetas: de Los Twist al candombe de sus Tangos Bajos.
–¿Esta fusión encontrada generó alguna clase de nuevo sonido, que los haya sorprendido a ustedes mismos?
F. S.: –Lo tanguero se roza, sutilmente. De hecho, preferí no incorporar el bandoneón al sonido quieto. Mantenerme estoicamente en la zona rítmica. Aunque nos permitimos abordar el lado más cancionístico, off-arrabal, de lo que Dani graba en sus discos de tango, reversionando “Narigón”, por ejemplo.
–¿Cómo se dio esa curiosa mezcla de Samalea con Calle 13?
F. S.: –Me llamó Rafa Arcaute, quien produjo el disco, y fue un placer y una gran sorpresa poder aporrear la batería en “Calma pueblo”. A los Calle 13 ya los conocía de Nueva York, siempre hubo simpatía y finalmente se dio lo de compartir un poquito de música. Con Ismael Cancel, el baterista de la banda, nos hicimos muy amigos durante sus visitas a Buenos Aires.
–Tocan nuevamente en el club Boris. ¿Qué los atrapa de este lugar?
F. S.: –Estamos allí otra vez, simplemente, porque la gente de Boris demostró un interés real en que Los Quietos copemos su escenario. El club está muy bueno y es ameno para tocar. De a poquito, va logrando su mística entre tanto artista presentándose allí. Nos brindaron la posibilidad y doy fe de que también son responsables de que el movimiento quieto no se detenga. Y los restantes quietos son gente querida por mí; admiro lo que cada uno representa para la música. En resumen, me siento inmensamente privilegiado.
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