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Viernes, 9 de marzo de 2012

MUSICA › NILDA FERNANDEZ Y LA PRESENTACION DE DOS DISCOS EN CAFE VINILO

Canciones que abrevan en dos orillas

Hoy y mañana, el franco-andaluz mostrará el material de Castelar 704, sodbre poemas de Federico García Lorca, y el más reciente Ti amo, nacido de un espíritu trotamundos.

 Por Cristian Vitale

Lo asocian con Rufus Wainwright, pero no le gusta. “¿Quién lanzó eso?”, se queja, y cuela una admisión de condición: “Como sea, las comparaciones tienen sus límites, y los artistas somos muy presumidos. Nos creemos inconfundibles, irrepetibles y muy sui generis... Igual, ojo, me gustan los dos”, anuncia. Nilda Fernández, el cantor franco-andaluz, está otra vez en la Argentina. Llegó para presentar dos discos a la vez (Castelar 704 y Ti amo) hoy y mañana en Café Vinilo (Gorriti 3780). Uno, que alude a la dirección de la habitación que ocupó Federico García Lorca durante su visita a Buenos Aires entre 1933 y 1934, acaba de editarse aquí tras diez años de luz europea. Es un homenaje al poeta español, basado en doce poemas musicalizados por Nilda y ejecutados por Mino Cinelú, Tomatito y Lucho González. El otro, flamante en todas partes, es una colección de canciones mundanas con destino de orquesta sinfónica y en las antípodas de aquel tributo. “Ti amo obedece a otro tipo de mandatos. Había pasado varios años viviendo en Rusia, teniendo éxito con dos dúos que hice con un artista muy famoso (Boris Moisseev) y esto me había mantenido alejado de los estudios. Al regresar de Moscú tenía canciones sin saber en qué lugar del mundo les iba dar a luz. Un amigo me presentó un estudio en Génova, a cuatro pasos del Museo de la Emigración hacia América, y lo tomé como una señal... fueron cuatro meses yendo y viniendo, perdiéndome cada noche entre las ratas por el laberinto del casco antiguo y confiando en la capacidad de un pueblo al que debemos tantas bellezas artísticas.”

–¿Y Castelar 704?

–Bueno, para mí es algo más que un escritor, es un amigo. Lo descubrí en la universidad, con una profesora que nos esclareció su obra a la luz del psicoanálisis y luego con la lectura de sus conferencias en la que se le descubre brillante, apasionado, sensible. Su “Teoría y juego del duende” me trasladó hasta la médula del flamenco. De niño, a pesar de mi madre sevillana y mi padre murciano, tenía una idea muy limitada de aquel arte. Los emigrantes del entorno nuestro escuchaban Manolo Escobar, Lola Flores, Juanito Valderrama... y yo los aborrecía. Pero al enterarme de que el flamenco iba por otras vetas, me metí en El Corte Inglés de Barcelona y, puesto que no tenía bastante plata, robé una antología de veinticuatro vinilos con las grandes figuras del cante. Los pasé por la puerta, sin esconderlos, a las barbas de los custodios. El flamenco entró de contrabando en mi vida. No para cantarlo ni tocarlo, sino para ser la pauta de muchas cosas en mi vida.

Entre flamenco, cierto jazz y la canción francesa navega –también globalmente– la estética de este cantautor melancólico, cuya voz aguda juega de local en varios idiomas. El homenaje a Lorca es una buena excusa para desentrañar los giros de este músico nacido en Barcelona en octubre de 1957, y que lleva en su mochila once discos, un gran guiño de Miguel Bosé, el libro autobiográfico Los cantos del mundo, varias giras y la interpretación inolvidable de “Mon amour” a dúo (bilingüe) con Mercedes Sosa, que la Negra incluyó en Gestos de amor y le abrió a Nilda la gran puerta de Buenos Aires. “En Francia, en la cena tras el concierto, Minino Garay, argentino y músico mío, me dijo: ‘¡Che, Nilda, tenés que conocer a Mercedes!’ Me pareció una idea preciosa, pero no tenía ninguna conexión y la Argentina me parecía muy lejos. Al año, en La Trastienda, vino un heraldo de Mercedes para invitarme a cantar con ella ‘Mon amour’ en el Opera. Así empezó todo: el disco, las giras, los programas de TV, el videoclip... fue fascinante”, evoca, y engancha esa primera visita con los orígenes de Castelar 704. “En los años que yo venía para cantar con Mercedes, supe que Lorca se había hospedado en el hotel Castelar, a dos pasos del Avenida, donde se estrenaba Bodas de sangre. Una amiga me encontró la dirección y me llevó. Pregunté dónde estuvo Lorca, me dieron la llave de la 704 y pasé una semana preguntándome lo que podía quedar de aquellos años. Me pareció que ni los muebles ni el lavabo, ni el papel pintado ni las lámparas, sino tal vez la alcantarilla del desagüe en el cuarto de baño”, se ríe.

–¿Por qué Nilda, si usted se llama Daniel?

–Es una ficción de Borges. Le di la vuelta a mi nombre de pila, le quité la “E” y se me antojó que “Nilda” era un nombre que sólo yo lucía. Un día, un amigo inglés, universitario e investigador, recibió una carta de la biblioteca de Ginebra con la copia de un correo de Buenos Aires firmado por la directora de la Biblioteca Nacional, una tal Nilda Fernández. Años más tarde estuve varios días en La Trastienda con mi banda. Al terminar el primer concierto, una mujer se acercó, muy emocionada: “Al ver tus afiches, me quedé asombradísima. Te llamas como mi antigua jefa en la BN, que era el brazo derecho de Borges”. Ginebra, Nilda Fernández, la Biblioteca, Borges... Mucho símbolo, mucho azar, caminos que se bifurcan.

–E idiomas también. ¿Cómo resuelve las tensiones de su “doble nacionalidad”, en términos artísticos?

–Al principio plantea problemas, sí. Te parece que dentro de ti hay algo que choca, que compite, pero es mentira. Hay muchas ventajas. Por ejemplo, entendí que, cuando jugaba Francia contra España, yo siempre salía ganando (risas). A ver, cantar en castellano y en francés me resulta natural. Ninguno lo aprendí para cantar. El primero lo mamé y el segundo se me empapó a partir de los seis años en Francia. En casa, mi padre exigía el castellano y a los hijos nos caía mal porque requería esfuerzos, pero perder el idioma hubiese sido como amputarse de la familia española. No perder el castellano fue un obsequio muy grande por parte de mi viejo. Así puedo ser ambidextro en muchos planos; y el canto, pues claro, es uno de ellos.

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Castelar 704 alude a la habitación de García Lorca en Buenos Aires.
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