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Miércoles, 14 de marzo de 2012

MUSICA › EL CUARTETO DE NOS AGUDIZA SUS CONTRADICCIONES CON PORFIADO, SU NUEVO DISCO

“Hemos jugado siempre con el lenguaje”

La banda uruguaya liderada por Roberto Musso cierra una trilogía iniciada con Raro y continuada con Bipolar, caracterizada por hip hop pillo, punk ácido y melodía confitada. “Siempre tuvimos una dosis de incorrección política”, asegura el cantante.

 Por Javier Aguirre

La lengua más rápida al este del río Uruguay es, probablemente, la de Roberto Musso. Cantante y líder de la banda oriental El Cuarteto de Nos, ha logrado –quizá como ningún otro artista– teñir el hip hop de amarronado y barroso sabor rioplatense. Cada uno de sus versos tiene malicia garantizada bajo normas IRAM (o su equivalente uruguayo). El flamante álbum del Cuarteto, Porfiado, cierra la trilogía de alto impacto iniciada con Raro (2006) y continuada con Bipolar (2009), un triple–play de hip hop pillo, punk ácido y melodía confitada que resulta de lo mejor que el rock en castellano haya dado en el milenio en curso. Los discos de esta trilogía pudieron llamarse Extraño, Ciclotímico y Terco; o bien, Freak, Contradictorio y Cabeza Dura; o inclusive, Inusual, Ambivalente y Obstinado. Pero se llaman, en definitiva, Raro, Bipolar y Porfiado, nombres que conforman toda una descripción. Ahora bien, ¿qué tiene de nuevo una banda con 28 años de carrera, 13 discos (el cómputo incluye a Porfiado) y todo un historial de prestigio, polémicas y éxito de ventas en el Uruguay? Hay que empezar por buscar a partir de su colaboración con Juan Campodónico (Bajofondo) en la producción artística, que comenzó justo antes de Raro. El Cuarteto de Nos parece haber caído en manos del chef ideal. Desde entonces, las letras –tradicionalmente inspiradas, lacerantes y por completo carentes de poder de síntesis– encontraron el tono perfecto en un rapeo áspero, nada “alatinado”, y siempre parecen tener algo más para decir. Las posibilidades de cada canción explotaron al máximo, y estallaron los estándares sonoros de la banda, que también integran el bajista Santiago Tavella (baladista siniestro que da respiros asfixiantes a la verborragia de Roberto Musso), el baterista Alvaro Pintos y los refuerzos Gustavo Antuña, en guitarra, y Santiago Marrero, en teclados, incorporados luego de que el histórico Riki Musso se bajara al terminar Bipolar.

A veinte años de su primera visita a la Argentina, para la Bienal de Arte Joven de 1992 (“¿Viste? En el ’92 ya éramos artistas jóvenes”, puntualiza Roberto Musso), y mientras suena en radios argentinas el adelanto de Porfiado, la envolvente y agria canción “Cuando sea grande”, el cantante de El Cuarteto de Nos enciende su celular para hablar con Página/12.

–¿Qué hace que un disco, o que un músico, sea porfiado?

–En toda nuestra carrera hemos sido bastante porfiados. Cuando empezamos éramos muy pibes, a muchos no les gustaba nada lo que hacíamos. Nos decían que “esas cosas no se cantaban”. Siempre tuvimos una dosis de incorrección política. La canción “El día que Artigas se emborrachó”, de 1996, todavía hasta hace poco nos siguió trayendo revuelo. Que nos hayan empezado a aceptar no significa que hayamos aflojado. Seguimos siendo muy porfiados, que es una palabra que en Uruguay usamos positivamente. Ser tercos sería negativo, pero ser porfiados es algo como en contra del mundo adulto, tiene algo de inocencia... Cuando empezamos a vichar el nombre para el disco, a revisar los personajes de las canciones, vimos que se trataba de tipos muy pertinaces, decididos a cumplir sus deseos, a llegar al objetivo. Haber seguido tantos años en esa misma línea revela que tenemos toda una... porfiadez profesional, diría (risas).

El nuevo disco no rompe con Raro y Bipolar, sino que avanza sobre ellos...

–Cierra una trilogía, esta nueva etapa que empezamos con Raro. Es variado, con letras de hip hop largo, aunque tiene un carácter y una personalidad propios, que pasan por la ingenuidad y la obstinación.

¿Cómo explican sus cambios musicales, que los llevaron a esta etapa?

–Bueno, ha sido una reinvención. Pero hemos tenido otras antes: nuestros discos de los ’80 no tienen nada que ver con los de los ’90, y ninguno de todos esos discos tiene mucho que ver con los de ahora. Somos inquietos, nos aburrimos bastante rápido. Como compositor, me ha pasado que en determinados estilos, o con ciertos tipos de letra, llegué a mi límite. Tenés que asumir riesgos, cambiar para no repetir y para resultar, entre comillas, novedoso. Como dice la canción “Ya no sé qué hacer conmigo”, “vos siempre cambiando, ya no cambiás más”.

–Esa cultura del cambio aparece en la canción “Sólo estoy sobreviviendo”, a cuyo personaje definió como “un tipo tan sobreadaptado, que no queda claro si es inteligente o un estúpido”. ¿Busca personajes que sensibilicen y que a la vez generen ganas de ir y agarrarlos a trompadas?

–Es un equilibrio. Nada en nuestras canciones nos retrata del todo, cada una nos retrata sólo un poco. “Sólo estoy sobreviviendo” dice que “Hay que adaptarse”. ¿Cuántas veces uno va a un baile y se la pasa diciendo que la música es espantosa, pero sigue yendo igual, porque es la forma de sociabilizar, pero no te gusta nada, pero volvés a ir...? ¿Es bueno o malo adaptarse? Es ambiguo. Siempre pienso en lo ambiguo de la idea de ambigüedad. Si algo es ambiguo, entonces no es ni malo ni bueno. Y sin embargo, hablar de algo “ambiguo” parece negativo. Es lo ambiguo que tiene la ambigüedad.

La canción “Lo malo de ser bueno” dice “trae mala suerte ser supersticioso”... ¿Dónde está el límite entre el juego de palabras y el exprimir todas las posibilidades del idioma?

–En general, siempre hemos jugado obsesivamente con el lenguaje. Las palabras me obsesionan por sus varios significados. Me ha gustado mucho eso de exprimir cada frase, y aunque ya sepa qué quiero decir, seguir buscándole sentido, darle vueltas al máximo, dar mucha información en la letra. Creo que eso hace que las canciones sean más resistentes al paso del tiempo. Quiero que, en la vez número 598 que escuches una canción, todavía puedas encontrar cosas que no habías notado. Pequeños cambios en los estribillos. Puedo estar varios meses con una sola letra, como “Ya no sé qué hacer conmigo” o “Yendo a la casa de Damián”. Aunque no con una sola, claro, trabajo en paralelo con varias canciones. Y para saber cuándo están terminadas, hago como cuando estás preparando una sopa: en el momento en que te dieron ganas de comerla, la probaste y te gustó, ya está bien. La canción “Lo malo de ser bueno” también dice... Eh... (duda al recitar la letra) “esta vida me va a matar”.

Para cantar letras tan largas, ¿usa apuntes o las recuerda?

–Para grabarlas uso apuntes, sí. En cambio, en vivo, me las acuerdo... O me las olvido, claro (risas). Siempre tengo a mano el recurso de extender el micrófono para que cante el público, que es un recurso válido. Tenés que asegurarte de que sea una canción que la gente sepa, porque si no resulta un doble bache. Pero los olvidos son los menos. Aunque no parezca, las letras siguen cierta lógica mental personal, me voy acordando, me queda el chip después de procesos de trabajo tan largos...

Si bien en sus canciones hay humor, al mismo tiempo los personajes la pasan mal, inclusive muy mal. ¿Le dan risa ciertas formas de miseria, de dolor?

–No sé si risa, pero nuestras canciones son descripciones que te plantean distintos caminos posibles. Somos partidarios tanto del bueno como del malo de la película. Nos gusta que los dos convivan en la misma persona. Yo celebro los grises. Y nos gusta plasmar eso en las canciones: personajes con costados felices y con grandes fantasmas. Llevamos eso al límite.

Porfiado es el primer disco sin el guitarrista y fundador, Riki Musso, su hermano. ¿Fue un alejamiento al estilo hermanos Gallagher? ¿Quedó todo bien con él?

–¡Es mi hermano! Quedó todo bien con él. Fue más difícil la transición para el vivo, aunque pensé que iba a demorar más. Grabar el disco fue sencillo, porque ya teníamos el nuevo formato aceitado, y desde las maquetas que grabé en mi casa las canciones estaban pensadas para ser tocadas como quinteto. Con Riki quedó todo bien en lo personal. A nivel artístico, bueno, hubo algunas razones, pero a nivel personal, todo recontrabien.

¿A qué atribuye el haber encontrado el punto en el que están en lo artístico? ¿Es el desarrollo lógico de un proceso largo de aprendizaje?

–Lógico, en nuestro caso, seguro que no (risas). Desde que empezó a funcionar la dupla Juan Campodónico-Cuarteto de Nos tenemos una nueva forma de trabajar ejecutivamente para producir discos. Porfiado, por ejemplo, es el primer disco que sabíamos que iba a salir aun antes de terminarlo. Antes, componíamos, grabábamos, todo por la nuestra. Cuando empezamos, en el under de Montevideo, éramos súper amateurs, sin sonidista, sin luces, sin nada, todo muy casero. Y recién en el ’94, con diez años de carrera, empezamos a establecernos, a hacernos masivos en Uruguay. Estuvimos diez años tocando, para que recién nos pasaran en la radio. Y nos llevó doce años más llegar a un disco como Raro. Nunca se sabe, pero no creo que haya estado mal haber sido descubiertos tardíamente. Nos encuentran en el mejor momento artístico de la banda, con mayor aplomo. A veces a tu música la tiene que escuchar la gente oportuna en el momento oportuno.

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“No creo que haya estado mal haber sido descubiertos tardíamente”, afirma Roberto Musso.
Imagen: Télam
 
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