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Domingo, 3 de junio de 2012

MUSICA › CON BAJOFONDO EN COREA DEL SUR, EN PLENA GRABACION DE SU NUEVO DISCO

“Todos trabajamos para que el grupo siga en expansión”

La frase de Gustavo Santaolalla da una idea del espíritu que anima al colectivo rioplatense, que alimenta y sostiene proyectos personales sin restarle compromiso a la nave madre. En la Expo Yeosu, Bajofondo dio dos shows inolvidables.

 Por Eduardo Fabregat

Desde Yeosu

Habrá que empezar por el final, por uno de los posibles finales. Por ese momento en que Bajofondo desata la fiesta y abre el escenario, y una masa enfervorizada de coreanos (con algunos occidentales confundidos en el revoltijo) se deja llevar y baila y salta y rodea a los músicos, que convierten “Los tangueros” en puro trip marchoso y todas las caras son una sola sonrisa de disfrute y de alegría, y se miran entre ellos y renuevan el rito que puede ser repetido tantas veces y nunca ser igual. El Expo Hall de la muestra mundial arde, pero no sólo en ese final de concierto sino desde hace rato, desde que “Duro y parejo” dio una demostración de lo que puede conseguir el colectivo musical rioplatense que ya superó los diez años de vida artística: su habilidad y talento para jugar con la tensión y la explosión, con el drama y el jolgorio, la contemplación relajada y el baile desatado. Tras hora y media de impecable faena, Gustavo Santaolalla, Juan Campodónico, Luciano Supervielle, Javier Casalla, Gabriel Casacuberta, Adrián Sosa, Martín Ferrés y Verónica Loza hacen una reverencia al borde del escenario invadido, y la sensación de fiesta queda flotando en el aire.

Dicen los informes oficiales de Expo Yeosu 2012 que Argentina y Australia son los países que más eventos culturales producen. Motivo de orgullo para la Secretaría de Cultura de la Nación, encargada de programar esa agenda, y sobre todo por algo que la frialdad de los informes no refleja: el poder y calidad de eso que se presenta en el pabellón azul o los escenarios satélites. Las cifras surcoreanas, claro, tampoco hablan de la sensación de cariño y camaradería que se percibe en el entorno de los Bajofondo, natural continuación de un modo de trabajo que los lleva a multiplicarse e impulsar obras personales sin perder el rumbo general ni las energías para sostener el proyecto madre. Campodónico, por caso, acaba de sacar un disco soberbio, Campo, coproducido por Santaolalla y con participaciones de varios Bajofondo. “Es algo valioso, que tiene que ver con quiénes somos: ningún miembro es un frontman”, dice el guitarrista y gurú de secuencias digitales (además de productor artístico de Jorge Drexler, El Cuarteto de Nos y una larga lista de nombres a seguir), en la distendida sobremesa de un almuerzo en el hotel Hidden Bay. “Cuando empezamos, Gustavo estaba dedicado enteramente a la producción de otros artistas, a brindarse para que otros encuentren su sonido; yo me eduqué viendo a mi papá dirigir teatro y también soy productor, entonces el trabajo colectivo lo tengo muy visto. Esto empezó como un intercambio de ideas, con Gustavo y yo en una mesa tirando ideas de lo que habría que hacer con la música (risas). Los conceptos existieron antes que la música y la música antes que la banda, entonces siempre estamos probando cosas nuevas, es un lugar de investigación. Acá no hay divismos, y es bien interesante el resultado artístico que hemos conseguido: pese a que todos hacemos doscientas cosas, mantenemos el trabajo en Bajofondo, hay una continuidad. Y si ponés la filita de discos impresiona: Santullo, los dos discos de Supervielle, el de Campo, los dos discos de Bajofondo, el de remixes y el que estamos terminando, que sale el año próximo y será casi doble, extenso.”

Un poco más tarde, Santaolalla retoma ese hilo. Casi resulta admirable que consiga enhebrar conceptos: el ganador de dos premios de la Academia de Hollywood (el Oscar, bah) está coronando en Corea del Sur un recorrido que arrancó en Los Angeles, siguió en Nueva York, Berlín, Cannes (donde acompañó la presentación del nuevo film de Walter Salles, ver aparte), una noche en Buenos Aires, Iguazú (para un concierto de orquestas juveniles), otra noche en la Capital y a dar la vuelta al mundo. “Mientras haya un momento en el que pueda dormir mucho lo llevo bien, yo de por sí soy de dormir poco”, dice con una sonrisa, y continúa lo dicho por su amigo y cofundador. “Para mí siempre fue así, desde el principio... yo estaba buscando gente para llevar a cabo una idea y encontré en Juan la persona ideal, y siempre fue juntarnos con personas que pudieran aportar lo suyo para expandir al grupo. Nunca me interesó ser Gustavo Santaolalla y sus Bajofondos. A veces nos toca ir a lugares en los que, por la trascendencia que ha tenido mi trabajo en el cine, por ahí yo doy una charla o llamo la atención, pero el que nos ve y analiza lo que pasa arriba del escenario y la música, ve que yo soy sólo una parte. Y es el modo en que todos los demás también lo consideran, y también forman parte.”

El escenario del Expo Hall es un excelente ejemplo. El show comienza sin Santaolalla, con Campodónico disparando climas en el fondo y el centro ocupado por Casalla, violinista exquisito y visceral que con “Mi amor” abre el camino a la explosión de “No pregunto cuántos son” y el primer rugido de los orientales. A lo largo de la noche, serán tan importantes los dos fundadores como Ferrés, que empuña el fueye con la garra y el fuego con el que otros la Stratocaster; las teclas, el scratching y los raps de Supervielle, la monolítica y a la vez orgánica base de Sosa y Casacuberta y el impacto que produce Loza tocando imágenes que terminan de definir a Bajofondo como una propuesta tan disfrutable como energizante. Y tan plena de matices como para albergar guitarras milongueras a la Zitarrosa y el agite de “Pa’ bailar”, la marcha de “Fandango”, el espíritu lúdico de “El mareo”, el delicioso cruce con la Gata Varela en “Perfume” o ese delicado momento en el que Santaolalla, bajo dos haces de luz que agregan clima, detiene el tiempo de “De Ushuaia a la Quiaca”, de Diarios de motocicleta.

Esa también podría ser una linda imagen final, pero no. Falta mucho en el recorrido.

–Gustavo, ¿cómo se viven experiencias como ésta, que dadas las diferencias culturales bien podrían ser como ir a otro planeta?

–Empecemos por decir que en todos lados la gente siempre responde increíblemente bien. Siempre terminan bailando en el escenario, pero hay veces que se tarda más. Ese punto es el final del show, pero a veces arrancás y la gente ya está prendida, y otras veces te lleva más tiempo conseguir eso. Hay una diferencia también entre el público oriental, que es distinto... Esta es nuestra tercera vez en Corea, y nuestra experiencia es que la gente es más parecida a los latinos, son más sanguíneos que los japoneses y los chinos.

–¿Y qué cosas se tienen que dar para que usted se baje del escenario satisfecho y encendido?

–Todo, que haya conexión entre nosotros tocando y que haya una buena conexión con la gente. A veces es impresionante y a veces es buenísimo, pero siempre es bueno: no tengo conciencia de ningún concierto que haya salido diciendo “qué mal estuvo esto”. Alguna cosa, algún momento, pero sutilezas. Nunca sentí que diéramos un show malo.

Será por eso, por lo que fue la velada en el Hall, que el agasajo posterior en el pabellón uruguayo abunda en carcajadas y comentarios jocosos, alguno referidos a la computadora de Campodónico, que se empacó justo en el tema que iban a estrenar. Salen chivitos preparados por un cocinero que es coreano, pero vivió ocho años en Flores, y que cuando se entera de la procedencia del cronista remarca que se quiere volver “antes que termine de estallar la guerra con el norte y acá no quede nada”. El lugar está a cargo de Mariana, que en la prueba de sonido fue advertida por una chica de la organización de que dejara de tomar mate “porque parece droga”, y ahora pone todo para que el post show de argentinos y uruguayos sea una fiesta de camaradería. Corre el plato uruguayísimo y corre un Tannat a la altura del evento: bien a la vista de sus compañeros, Casalla hace un fingido aparte y “declara” a la prensa argentina: “Yo te voy a batir la posta, esta en realidad es mi banda, estos pibes no tienen idea”. Casalla conducción, tira uno, mientras dos chicas coreanas que lograron traspasar los cercos de la organización brindan y se sacan fotos con los músicos.

Rumbo a la combi a través de la Expo desierta, el grupo y los colaboradores técnicos arengan con cantitos futboleros que incluyen todos los apellidos de la banda. La fiesta sigue en el vehículo, con un conductor que mira azorado por el retrovisor. Y al llegar al Hidden Bay, el grupo ni piensa en irse a dormir: por efectos de la diferencia horaria, para seguir escuchando las grabaciones del nuevo disco o simplemente para continuar la conversa grupal, Santaolalla pregunta si les pueden habilitar un conference room. Sí, pueden, dice el recepcionista con una leve reverencia.

–El nuevo disco de Bajofondo llega en un momento de mucha confusión en la industria musical. Como experto en el rubro, ¿cómo ve este momento?

–Es extraño por la explosión de la tecnología, que superó los standards y la manera que tenía de laburar la industria. Va a tal velocidad que ya se habla que de acá a dos años no se van a manufacturar más CD... No sé, porque siempre existirá una cosa física necesaria, tocar un objeto, un disco o un libro, que siempre tendrá un valor agregado. Pero en lo que es la multiplicidad de medios y de formatos, se le va a dar cada vez más relevancia a bajar la musica digitalmente. Con este tema de los cambios de la industria, el capítulo Surco se cumplió, se terminó, y nuestro disco va a salir por Masterworks y Sony, todo Bajofondo y lo mío solista.

–Después de dos Oscar, es de imaginar que le caen un montón de propuestas, y que puede darse el gusto de elegir. ¿Qué cosas definen esa elección?

–Muchas, a veces es el tiempo, pero en general lo define la obra. Ahora tengo cinco propuestas, tengo leídas un par que me gustan mucho, muy distintas: una de animación y un thriller. Hay otra que sé que me va a gustar porque es de un director francés con el que ya trabajé... lo determina también el momento, el querer hacer algo diferente en relación con lo que acabo de hacer. Y también, como siempre estoy haciendo muchas cosas, tiene que ser algo que me permita hacer lo demás, o algo que económicamente me permita suspender todo. Pero más allá de lo económico, hay cosas a las que me tengo que dedicar: estoy haciendo un solista instrumental al estilo de Ronroco, y el de Bajofondo implica un montón de compromisos, giras, tocar, y por más guita que me ofrezcan... en todo caso tengo que encontrar el agujero para hacer alguna película que no implique seis meses de mi vida.

–¿Y las producciones?

–Estoy trabajando en proyectos en desarrollo, Cristóbal Repetto, Orozco/Barrientos y Bárbara Palacios. Pero lo que tiene deadline para septiembre es el nuevo disco de Café Tacuba, que es a-lu-ci-nan-te, el mejor en mucho tiempo, con una frescura... ellos cuatro nada más, sin baterista. Va a ser algo muy, muy especial.

Otro final posible para esta aventura oriental de Bajofondo tiene lugar al día siguiente, cuando el concierto deja el intimismo de una sala de mil butacas y se traslada al Floating Stage coronado por esa Big O que cada noche estalla de sonidos, luces, aguas danzantes y explosiones de fuego: más de diez mil personas agregan una carga épica que llega a la apoteosis cuando pasa “Perfume” y llega “Los tangueros”. Como el personal de seguridad no permite que la gente franquee el paso que lleva al escenario en medio del agua, los músicos recorren el camino, se mezclan en las graderías y la milonga vuelve a tomar forma.

“Nuestros discos podrían no estar bajo el sello Bajofondo, pero Bajofondo nos potencia. Este es un grupo de trabajo que trasciende lo que es el artista”, dice Campodónico. “Bajofondo no es el típico conjunto de rock de cuatro muchachos con el mismo corte de pelo, del mismo barrio. Es una mezcla que en otra época por ahí era más difícil de lograr. Bajofondo tiene algo tradicional, es una gran orquesta. Pero una orquesta atípica.”

Ahora sí, todo podría terminar ahí y en esa definición. Pero resulta que a Bajofondo ya los esperan en Seúl, donde tienen un compromiso en el auditorio ya agotado de una gran universidad. Y después un estudio en Los Angeles. Y entonces queda claro: para Bajofondo, el viaje está lejos de tener un final.

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