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Martes, 30 de mayo de 2006

MUSICA › PETECO CARABAJAL, TREINTA AÑOS DE CARRERA Y UN DISCO NUEVO

“En el rubro folklórico sigue habiendo temor a los cambios”

En Ckayna Cunan, el disco doble que presentará en el Coliseo este fin de semana, el santiagueño propone un rescate indigenista que vaya más allá del lugar común o la corrección política. “Ante el hecho de no estar tan seguros de dónde provenimos, creo que deberíamos definirnos como nativos”, señala.

 Por Cristian Vitale

Entra un parroquiano al bar, mira hacia tres costados y encara directo al hombre morocho, alto, de ojos negros y nariz de gancho, que está sentado al lado del ventanal. “Grande Petecus... yo te admiro de verdad”, le dice. ¿¡Petecus!? El hombre está emocionado o colocado o las dos cosas. Lo saluda, lo contempla dos segundos y se evapora. En ese momento, Peteco Carabajal intentaba describir la impronta indigenista de su flamante producción Ckayna Cunan y, de repente, alguien lo trasladó en un flash al medioevo europeo. El lapsus grotesco, sin embargo, distrae poco la concentración del cantautor de folklore más evolucionado del medio. Relojea de costado al personaje, endereza la mirada y prosigue, indiscutiblemente más cerca del quechua que del latín. “Ckayna Cunan – ‘Ayer y hoy’– es una reafirmación del ser nativo que somos todos, ni más ni menos puros unos que otros”, engloba Peteco, cuyos 30 años de carrera festejará este viernes y sábado en el Teatro Coliseo, junto a la presentación del flamante trabajo.

La atmósfera del disco uno –porque es doble– muestra el compromiso y la búsqueda del autor. La densidad ancestral del tema homónimo, en el que Peteco toca quena y charango, el aura melancólica de Violín de antes, que lo traslada a algún recóndito lugar de su infancia, o la bilingüe Digo la telesita son reverberancias musicales que gambetean modas y tendencias para anidar en un universo sin tiempo. “Es una cuestión de solidaridad, de afirmar qué somos. Ante el hecho de no estar tan seguros de dónde provenimos, creo que deberíamos definirnos como nativos. No quiero investigar de dónde vengo, ya no me interesa”, explica este criollo santiagueño de quinta generación. Y se pregunta, existencial: “¿De qué vale que venga a Buenos Aires para chequear cuál es mi sangre?”. Ckayna Cunan, el tema, materializa su postura: “Once de octubre día final / de un paraíso original / de la armonía del hombre / y la Pachamama”.

–¿Cómo nació la necesidad de dedicar un disco a la patria indígena?

–Siendo funcionario del área de Cultura de Santiago (ver aparte) tuve un problema: no se concretó lo que yo más quería, que era la construcción de un parque temático en la costa del río, cuyo objetivo era, además de preservar la ecología del lugar, reivindicar la cultura precolombina y su vigencia. La estética del parque iba a estar dispuesta para aplicar todas las técnicas de trabajo de los pueblos originarios. El parque, precisamente, se iba a llamar Ckayna Cunan. El ayer de América, pese a haber sido casi destruido, continúa hoy.

–Con un altísimo grado de discriminación que, dado lo “políticamente correcto”, aparece como velada, ¿no?

–Totalmente. Hasta a los más progresistas se les filtra alguna discriminación cuando dicen: “Reconocemos los derechos de los pueblos originarios, pero nosotros los miramos de afuera”. Me indigna cuando leo en el diario: “Pueblos aborígenes hicieron un piquete”. ¿Cómo aborígenes...? Esa palabra es despectiva de por sí. Uno sabe que los tobas están recontra mil castigados y no se van a incorporar a esta sociedad, pero hace falta que se dé un gran paso: sentirnos iguales. Yo insisto.

Para darle lustre a su octavo disco, el violinista y guitarrista nacido hace 50 años convocó a un variado mix de invitados. En parte de las 31 canciones que lo pueblan, los nombres saltan de Soledad, Los Tucu Tucu y Luciano Pereyra a Luis Salinas, Hilda Lizarazu y Charly García, que puso su piano volado y exacto para tornar La canción del brujito en una de las más bellas del disco. “Charly es todo un símbolo para mí. Es de los artistas que, aunque no conozca profundamente y tampoco sepa si tiene conocimiento de lo que yo hago, admiro. Sólo charlamos alguna vez durante un recital de Mercedes.” Peteco revela que le tomó mucho tiempo dar con el paradero siempre aleatorio de García. Primero conseguir el teléfono, después que Charly esté del otro lado para atenderlo y luego ubicar día y hora posibles para la sesión. “Cuando pasó todo eso, aceptó. Eso sí: vino, escuchó el tema, lo sacó, tocó, cantó y se fue. Ni siquiera se quedó a escuchar el resultado. Yo le podría haber sugerido algo, pero no daba para eso. Su actitud fue: ‘Usalo si te gusta, y si no, no lo uses. Tenés a Charly en tu disco’.”

–Tranquilo y apurado, digamos...

–Cuando estaba por llegar, jodíamos a Eddie Sierra, el dueño del estudio: “Guarda que viene Charly, te va a romper los teclados y las máquinas”, y el tipo estaba cagado de miedo. En realidad, todos estaban tensos. El, por suerte, no.

–Tal vez en otra época hubiese sido utópico para un folklorista contar con la colaboración de un rock star como Charly. ¿Fue Mercedes Sosa la que abrió la puerta?

–Ha ayudado mucho con el ejemplo. Hoy día están abiertas las posibilidades para cualquiera, sobre todo si uno deja de lado cualquier especulación interesada. Por ahí, las cosas no se dan cuando alguien quiere tener a cierto músico sin haber curtido vivencias con él.

–¿Qué rockeros admira?

–Casi todos los discos de Charly, sobre todo Clics modernos. Cuando salimos de gira, siempre alguien trae un CD suyo. Valoro mucho a Gieco... y también algunas cosas de Gustavo Cerati, Fito Páez, Divididos y Sumo. No puedo decir que me guste todo lo que hizo Luca Prodan, pero sí la energía de su grupo. Virus también está bueno... lo escucho en la radio del auto. Es más: estoy proyectando un trabajo completo sobre rock argentino.

–Sería un proyecto atípico, porque casi siempre son los rockeros los que se acercan al folklore y no al revés.

–Bueno, alguien lo tiene que hacer. Hasta ahora sólo hubo intercambios o versiones de temas que un rockero ha hecho medio folklórico. Es cierto, siempre son acercamientos de los rockeros hacia el folklore, hasta ahora no ha pasado lo inverso. No hubo alguien del palo folklórico que haga un trabajo completo sobre los compositores de rock.

–Hay que vencer muchas barreras. Campo adentro, los amantes del folklore se resisten a que Peteco juegue con instrumentos habituales del rock. ¿Cómo lo toma?

–Como algo gratuito. Me llama la atención cada vez que voy a tocar a un pueblo y se arman conferencias de prensa en la que jóvenes periodistas me preguntan: “¿Qué dicen los tradicionalistas de cómo se viste usted?”. Yo me pregunto: ¿qué son los tradicionalistas?, ¿un club, una secta? No sé. En el rubro folklórico sigue habiendo miedo a los cambios. Incluso es común que salga un grupo, la pegue con una fórmula e invente una tradición.

–Mientras, usted rompe estructuras, sobre todo en los últimos años de su carrera. Antes del fin es un buen ejemplo. También Elegía campesina, donde la guitarra de Juan Antuz suena “moderna”.

–Mi búsqueda pasa por no caer en convencionalismos que yo mismo utilicé hace diez o quince años. Lo mío ya no pasa por buscar una canción con un estribillo que pegue. No pienso en lo que le va a gustar a la gente, en encontrar el hit.

–Algo que se tornó común en el género tras el boom Soledad...

–Sí, y es una trampa. Es caer en un círculo del que no podés salir, porque cuando querés hacer algo distinto no te lo creen. Ni vos mismo te lo creés.

–Está claro que La chacarera de los barrios, uno de los temas más sugerentes del disco, no cae dentro de ese círculo. “Guaracha por todos lados / una cultura muy popular / simplemente es otro mundo / soy parte de ellos y me da igual”, dice. ¿Cómo nació?

–Es de Demi, mi hermano. Pero la tomé como mía, porque es una expresión que me identifica... es lo que vivimos actualmente. Cada vez que voy a Santiago me encuentro con gente que vive allí desde que yo era chico, que todas las tardes juega al fútbol y toma mate. Que nunca ha cambiado y que ni siquiera ha conocido Buenos Aires. Uno, que ha crecido intelectualmente, no puede tirarle toda esa información a la gente de allá. Te tienen que ver como siempre.

–La luz de tu mirar es suya y más íntima: “Tu boca de ceniza / me besa sin amor”...

–Habla de los cambios que hay en la vida de las personas. Esos supuestos viajes sin traslado... viajes interiores por un quiebre o una decisión. El estribillo es claro: “Te aman o no te aman”. Esta es la cruda realidad, que yo suavizo diciendo: “Me voy, pero llevándome tu mirada”.

–Tras los pasos de Juan Bagual, la vidala que comparte con Soledad, es muy sintomático. ¿Quién es el personaje?

–Cuando era chico, me ensuciaba jugando a la pelota y mi vieja me decía: “Eh... andá a lavarte la cara, parecés Juan Bagual”. Una vez, ya de grande, le pregunté quien era ese tipo y me contó la historia: un hombre había matado a su mujer y a su amante y, para no caer en cana, se perdió durante 20 años. No se sabe si lo encontró la policía, pero apareció y lo llevaron a Santiago para exhibirlo como un animal. Se había perdido en el monte, lejos de la civilización y se decía que corría a la par de los caballos o volaba por los árboles. Era medio un Tarzán santiagueño. De hecho, “Bagual” quiere decir potro salvaje. No se sabe si murió en la cárcel o en un hospital.

–La letra dice: “Tal vez él quiera enseñarme / cómo se aprende a olvidar”. Es un ejemplo un poco extremo.

–Tomé su historia para rescatar el hecho de alejarse de la traición y las cosas que la civilización tiene. Yo también voy a seguir los rastros de Juan Bagual para olvidarme de esto.

–Por las dudas, no mate a nadie...

–(Risas) No, claro. Eso nunca.

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“Yo me pregunto: ¿qué son los tradicionalistas?, ¿un club, una secta? No sé”, se plantea Carabajal.
 
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