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Lunes, 18 de mayo de 2015

MUSICA › NOTABLE RECITAL DE NEY MATOGROSSO EN EL TEATRO COLISEO

Cuando el intérprete borra los límites

En su espectáculo Atento a las señales, el artista reinventa cada canción y la convierte en un objeto raro y singular.

 Por Diego Fischerman

“Todo silencio grita”, canta Ney Matogrosso. “Toda manzana tiene veneno..., todo todo tiene parte, todo fin comienza, todo amor tropieza”, dice una de las canciones de autores nuevos que él pone en relieve, “Todo mundo o tempo todo”, de Dan Nakagawa. Juego de contrarios, podría decirse, como en la misma escena. Las luces, la exacta escenografía –un par de escalones, un espejo, poco más–, algunas proyecciones –la calle, un río en la selva y mujeres y niños bañándose, danzas– y, por supuesto, el propio Ney Matogrosso, como objeto, construyen uno de los shows más fantásticos, precisos, deslumbrantes que puedan verse. En su caso, ya se sabe, no se trata sólo de música. Pero, conviene tenerlo en cuenta, nada de eso es sin la música.

Su voz es prodigiosa. Pero, sobre todo, es bella. Y está cargada de matices. Y es capaz de una expresividad electrizante. Su elección del repertorio es de una inteligencia única, ya desde aquella “Rosa de Hiroshima” que musicalizaba –y atravesaba como un cuchillo– un poema de Vinicius de Moraes –“una rosa hereditaria, una rosa radiactiva, estúpida e inválida, una rosa con cirrosis”– y que cantó por primera vez con el grupo Secos e molhados. Y no podría ser mejor la banda con la que se presenta, dirigida por el tecladista Alexandre Amback y donde se destacan el percusionista Marcos Suzano, el guitarrista Maurício Negão y la pequeña y formidable sección de bronces conformada por Everson y Aquiles Moraes en trombón y trompeta respectivamente. Sin esto, y sin una presencia en el escenario que va mucho más allá de una puesta inmaculada, y que se juega, por momentos, sólo en la potencia de su mirada, o de un gesto detenido en el aire, todo el despliegue quedaría vacío. No habría parafernalia capaz de sostener un concierto de las características de Atento a las señales sin un artista de la magnitud de Ney Matogrosso.

Un teatro Coliseo en que no cabía nadie más, y donde todos acabaron bailando, fue el marco para la presentación de este espectáculo que, además, constituye el último disco de Matogrosso, obviamente grabado en vivo (y editado localmente por RP, el sello de Alfredo Radoszynski). El comienzo, con “Rua da passagem”, de Arnaldo Antunes y Lenine y el final, con “Ex-Amor”, de Martinho da Vila, marcan los límites de una aventura en la que los límites se borran permanentemente. Como si se tratara de un especimen único de una única especia, Matogrosso canta con una voz que no se parece a nada, que no es ni masculina ni femenina (o que es ambas cosas a la vez), como su propia imagen, fascinante, hipnótica, por momentos atemorizante, sin edad, sin un sexo único, y donde el máximo artificio está, precisamente, en donde no hay artificio alguno: en su manera de interpretar. En cómo deja el sonido vibrando en el espacio; en cómo logra que palabras sueltas cobren la dimensión del universo; en esos momentos de intimidad en que consigue que, a su alrededor, se detenga el mundo.

Dos discos, en una trayectoria larga y ejemplar, exponen de manera transparente esa capacidad de convertir al mundo en su mundo y devolverlo transformado. Precisamente cuando trabaja sobre dos de los grandes nombres de la música brasileña de tradición popular es donde su visión resulta más visible. Cartola y Chico Buarque configuran universos cerrados, autocontenidos. Nada podría agregarse allí que no estuviera ya desde el principio. Y, sin embargo, Matogrosso lo haría. En Um brasileiro, de 1996 (dedicado a Buarque) y Ney Matogrosso interpreta Cartola, de 2002, parte de lo monográfico para desplegar la diversidad de su propia sensibilidad interpretativa. En Atento a las sinais la operación es, en algún sentido, la contraria. El punto de despegue es un material altamente heterogéneo, donde conviven autores consagrados como Itamar Assumpçao (“Noite torta” y “Nao vai ficar assim”) o Paulinho da Viola (“Roendo as unhas”) y otros menos conocidos, como Pedro Luis (“Incéndio”) o la banda Tono, de la que hace “Samba do Blackberry”. A lo largo de la presentación aparecen referencias a tradiciones musicales brasileñas, estilos (el mestizaje y la diversidad como principio constructivo, en todo caso), pero la impronta de Matogrosso es tan fuerte que todas las canciones podrían pertenecer a un mismo autor. Además, claro, cambia en escena unas calzas de cuero y unas largas botas negras por otras doradas , muda, en su cabeza, una suerte de cota de malla por un largo tocado, baila. La máscara, el disfraz, en este caso no oculta. Se trata de invenciones. Y de la más extraordinaria de todas. La de un ser más allá de cualquier frontera que, desde ese territorio fantasmático, reinventa cada canción y la convierte en un objeto raro y singular. En algo imprescindible.

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Matogrosso, una voz prodigiosa y cargada de matices.
Imagen: Carolina Camps
 
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