Dom 04.09.2016
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MUSICA › 2 MINUTOS LLEGA POR PRIMERA VEZ AL LUNA PARK

“Dentro del goce de la música puede haber bajadas de línea”

¿Por qué el grupo punk celebra sus 29 años y no esperó al número redondo? “Quizá flashearon que nos estamos por morir y no quisieron correr riesgos”, bromea Mosca, su entrañable cantante y compositor, antes del concierto de esta noche.

› Por Mario Yannoulas

“¡Ahí bajo!”. Cae un grito desde el primer piso y el sonido áspero insinúa que Mosca está arrancando desde la cama. En efecto, el cantante de 2 Minutos sale a la puerta de su casa y explica sin prolegómenos por qué aprovecha cada momento para descansar: “Venimos de un viaje por México, una vuelta que tendría que haber durado 9 horas duró como 250 y después anduvimos por canales de televisión, hasta hicimos un acústico”, suelta entre paso y paso por las calles de su barrio, Valentín Alsina, casi infiltrado en el movimiento de un miércoles a la tarde. Esquivando mecánicos y colegiales se puede llegar a una heladería/bar, enfrente de la calesita, a un costado de la avenida Perón, donde el protagonista espera por un sándwich de jamón crudo, queso y mayonesa, mientras cavila sobre las giras. “Son muy cansadoras, tocamos casi todos los días, y cuando tenemos un día de descanso lo usamos para todo menos para descansar: es el momento de la destrucción. Vamos a tener que parar la pelota para grabar. Si dieran un premio por kilómetros recorridos, bueno, León Gieco estaría primero, de Ushuaia a La Quiaca la hizo quinientas veces, pero creo que a la de bronce llegamos”, bromea, sobre la posibilidad de registrar el año que viene el sucesor de Valentín Alzheimer (2013).

Ahora los cerebros se concentran en el show de hoy a las 21.30 en el Luna Park, un nuevo capítulo del Cachi 30 Tour, que conmemora los 29 años de historia del grupo. Mosca ojea el celular a la espera de alguna señal de Pity Alvarez, un probable (e improbable) invitado especial de la noche. “Hoy supuestamente tiene que venir a ensayar dos canciones, pero esto es impredecible –dice–. Lo conozco desde que estábamos en Polygram, nosotros y Viejas Locas. Después me lo cruzaba seguido cuando compartíamos management, hemos tocado en festivales y pegamos una amistad copada. Algunos no entienden, porque tenemos una canción que se llama ‘Q.E.P.D.’, que dice: ‘Che vos, rolling stone, te ganaste tu cajón’, y no saben la verdadera historia”.

–¿Cuál es la verdadera historia?

–Corrían mediados de los 80, teníamos un amigo punkie que andaba con otro más por Chacarita y de repente los cazaron. En esa época había guerra de tribus: punkies contra heavys contra rolingas. Le pegaron hasta que falleció. Entonces nos juntamos un par de punkies que dijimos: “Ah, ¿sí?”, y salíamos por Chacarita a reventar rolingas. Nunca dimos vuelta a ninguno como para mandarlo al jonca, pero cagamos a palos a un par de flequilludos, a full. Era otra historia, ahora todo el mundo comparte.

–Vamos a la Granja (2010) tenía otro tema sobre tribus, “El que no salta es un skon”...

–Ese era ya con humor. Son rivalidades raras, con el tiempo la mentalidad de la gente creció, está más abierta. He visto en Cosquín muchos rolingas en recitales de 2 Minutos y no lo podía creer. Los festivales ayudaron mucho para que la gente se diera cuenta de que es rock, está todo bien, no nos vamos a andar peleando porque a vos te gusta éste o el otro. Somos gente grande, ya. Nosotros en las giras ponemos música de todo tipo, podemos pasar de Guasones a Yazoo –de lo más gay del tecnopop inglés de los ‘80–, después a Slayer y Ramones, y quizá se cruzan un par de temas de Miranda! Somos una rockola andante.

–Es su debut en el Luna Park. Desde “Piñas van, piñas vienen” se conoce su interés por el boxeo, un deporte muy ligado a ese estadio. ¿De dónde viene ese gusto?

–Me acuerdo de estar de chiquito en casa de mis viejos, acá en Alsina, viendo las peleas de Galíndez, de Monzón, de Saldaño... Era normal que se juntara la familia a hacer una picada, un asado o una pizza, y mucho pucho, tensión, todos frente al televisor. Nunca nadie de la familia boxeó, pero fue un deporte más presente que el fútbol, por ejemplo. Habré ido a la cancha no más de cinco veces: una que me llevó mi padrino, que me hizo hincha de Racing junto con mi tío, y otra fui a ver a un sub 21 que atajaba un amigo de acá. Las otras no sé.

–¿Nunca vio boxeo en el Luna Park?

–No. Conozco el Luna de cuando mi viejo me llevaba a ver el Circo Mágico de Moscú y sus gatos amaestrados, o Holiday On Ice, Los Globetrotters... Después, de grande, fui a ver a Oasis la primera vez que vino, a Megadeth no sé en qué año, y la primera vez que vinieron los Pixies. No fui nunca más.

La actualidad de 2 Minutos parece reducirse a esta celebración, que caprichosamente se detuvo en el número 29. “Nos venían tentando desde hacía un tiempito. Pensando en el estilo, primero tocó Cadena Perpetua, y después se juntaron Los Violadores a festejar no sé qué mierda. ¿Y nosotros qué vamos a festejar? Quizá flashearon que nos estamos por morir y no quisieron correr riesgos”, se juega el cantante. La última parada discográfica de ese largo recorrido fue Valentín Alzheimer, un álbum cancionero cuyo título jugaba entre el nombre de la ópera prima del grupo –además de barrio natal, claro–, y los años de vida que acumulan sus integrantes. Aquel primer disco –Valentín Alsina, editado en 1994– sigue siendo indispensable no sólo por lo sonoro, también por su carga testimonial y simbólica, como representación en carne viva de las mundologías urbanas de la juventud en la primera mitad de los 90. “Venimos del futuro”, advierte Mosca, y no será la última vez: “No me gusta un carajo lo que está pasando en nuestra querida República Argentina. Ya lo viví esto, loco. Está hace poco este cristiano, que ganó democráticamente, pero está re equivocado”.

–¿El descontento es la máxima inspiración para hacer punk?

–Hay de todo. El punkista anarco, el troskista, el que prefiere el hardcore melódico, el que elige al neoyorquino, el amante de las bandas españolas, el ramonero. Dependiendo del subgénero, las cosas que generan descontento pueden ser una usina interesante. A mí, eso me inspira. Igualmente, los discos de 2 Minutos son como un supermercado chino: hay canciones de reclamo sociopolítico, de amor, e historias bizarras, si hasta les hicimos canciones a Jason y los Gremlins. En las góndolas hay de todo, no estamos puteando todo el tiempo.

–¿Y cuál sería el vuelto en caramelos?

–Cuando nos pinta meter un cover. No somos una banda de hacer muchas versiones.

–En esa variedad, ¿su mayor objetivo es entretener?

–Sí. La música es entretenimiento, partamos de esa base. Que a la gente le saques una sonrisa, pero también le tires unos tips para pensar. Yo gozo escuchando música, me hace bien. Dentro de ese goce puede haber bajadas de línea.

–Siempre usó un lenguaje muy directo, pero la percepción sobre qué y cómo se dicen cosas cambió mucho en el último tiempo. ¿Eso lo detiene cuando compone actualmente?

–No necesariamente, pero el año pasado noté algo. Habíamos tocado en Córdoba y nos había ido bárbaro. Después nos invitaron a tomar unos tragos a un centro cultural. Era un lugar raro, medio chetito, con mucho hippie. Yo estaba fundido, pero empezaron a acercarme una criolla e insistir con que tocara algo. Finalmente hice un par de temitas, hasta que toqué uno nuevo, que sólo lo conocen los chicos de la banda y mi hijo, y que en el estribillo dice (con melodía): “Vos sos una conchuda”. Como si fuera una peña folklórica, y yo sacando chispas con la garganta tipo Lemmy Kilmister. Empecé a ver un par de mujeres que me miraban con cara de odio. Terminé de tocar y unas hippies se me vinieron al humo. “No entienden nada”, les dije. “Esta canción se llama ‘Conchuda’, y el estribillo es genial, si no te gusta, me chupa un huevo. Habla de los padres que no pueden ver a sus hijos porque las madres les ponen una perimetral”. Ahí me di cuenta de que, cuando grabe este tema, quizá le tenga que cambiar el nombre. La reacción de la gente cambió mucho. Ahora hay como una caza de brujas, varios esperan que otro rockero pise el palito y se mande una cagada. Otra que Pokemón Go, ahora es “Rockero Go”. El último fue Cordera (ver aparte).

–Algunas bandas regrabaron discos clásicos. ¿Alguna vez pensaron en hacerlo?

–Ni en pedo. Me acuerdo de cuando grabamos Valentín Alsina. El estudio estaba tres cuadras para allá y cinco para allá. Lo hicimos muy rápido con un chaboncito que es un capo, Amílcar Gilabert, un héroe de la consola de muchos rockeros: Serú Giran, Abuelos de la Nada, Charly García. El disco salió en 1994, pero nosotros en el ‘92 habíamos grabado “Ya no sos igual” y “Arrebato” en Tecson para el compilado Mentes Abiertas. Teníamos todo listo, pero faltaba regrabar esas dos canciones en el estudio. “No los grabamos ni a palos, sacalos de la ranchada esa que hicimos”, le decíamos. Estuvo como dos horas y no nos pudo convencer. Y así salió. No nos gustan esos inventos modernos, somos ortodoxos: lo hecho, hecho está.

–¿Cuál fue el peor momento del grupo?

–Cuando vino el quilombo de 2001: helicóptero, piedrazos, destrucción... Venimos del futuro y esto ya lo vivimos (risas). Ahí nos quedamos sin compañía. Ya estábamos grandes y nunca habíamos trabajado independientemente. Mientras, seguíamos componiendo, había muchas canciones, y de alguna manera había que sacarlas. Llegaron un par de ofertas de sellos, pero los arreglos eran medio siniestros; después se quejan de las multinacionales: ¡sos chiquito, pero re fenicio, hijo de puta! Un día me crucé con un amigo, que era nuestro manager cuando ni teníamos disco pero llenábamos Arlequines, nos iba bien en Cemento. Me dijo: “¿Te acordás de Alberto Moles, el cadete de Polygram mendocino, que lo sacábamos a pasear? Ahora es el capo de Pop Art, ¿cómo no te va a atender?”. Así terminó saliendo Superocho, en 2004.

–¿Cuánto cambió la escena local en estas casi tres décadas?

–Tal vez perdimos terreno ante tanta información. Salió de la nada toda esa cumbia tipo Agapornis o Marama, que es como la new wave para adolescentes de hoy. Y después está el ataque reggaetonero, que lo vi venir hace años, de cuando íbamos a tocar a Panamá, a Colombia: “Démosle un par de años y esto baja a casa”, dije. Y bajó. Venimos del futuro (risas). Tampoco hubo un recambio muy grande en el rock: nosotros somos dinosaurios, yo tengo 49 años. El indie se está moviendo, pero tiene que aparecer una nueva camada. Si no, somos siempre las mismas bandas.

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