La polémica por el show de Al Pacino primero, y el cruce de Darío Lopérfido y Babasónicos después, obligaron a dar un debate que hace tiempo hay que dar: el de los alquileres en el Teatro Colón. Más allá de que la ley lo permita -o mejor dicho, no lo prohíba-, ¿está “bien” que un teatro público se alquile para eventos privados? Y aunque esos alquileres se hagan en días de la semana en los que no hay programación propia del teatro y el dinero que con ellos se obtenga vaya destinado al funcionamiento del mismo, ¿lo público no debería ser utilizado por el Estado para beneficio de la comunidad y no por empresarios que quieran hacer negocios? 
No es algo nuevo que el máximo coliseo argentino alquile sus salas para eventos privados. La sociedad privada de conciertos Mozarteum Argentino, por ejemplo, hace años que renta el Colón para uso preferencial de sus socios. Pero es cierto que desde la promulgación de la ley de Ente Autárquico Teatro Colón en 2008 y de la reapertura del teatro en 2010 (tras casi cuatro años de estar cerrado por restauración) cada vez es más frecuente la explotación de las salas con fines comerciales, incluso con eventos que directamente ni siquiera tienen que ver con el arte. Ya a nadie le sorprende que empresarios del entretenimiento alquilen el espacio para montar espectáculos. Como el ex diputado del PRO y amigo de Mauricio Macri, Avelino Tamargo, quien hace tres años que realiza en el teatro los ya clásicos conciertos de “Las elegidas y los elegidos”, en los que algunas de las voces más conocidas de la música comparten escenario. 
Lo que sí es más reciente es la modalidad a través de la cual se pueden alquilar las distintas salas, algo que cambió con la asunción de Lopérfido -actualmente director artístico– como director general del teatro, a principios de 2015. Desde entonces, el teatro dejó de alquilarse a conveniencia de partes y empezó a tener un precio fijo para todos los espectáculos, que resulta de una tasación previa del Banco Ciudad, que hace ocho años es el sponsor principal de la institución, junto con el Grupo Clarín, el diario La Nación y la marca Rolex (hay otros, pero esos cuatro son los “principales”). Actualmente, el alquiler de la sala principal cuesta 600 mil pesos por noche, mientras que el Salón Dorado cotiza 300 mil.
Lo que las autoridades esgrimen –además de Lopérfido, María Victoria Alcaráz, que es la directora general– es que los alquileres sirven como entrada de dinero para el teatro, cuyo presupuesto, además de lo que le da el gobierno de la Ciudad (cerca de 900 mil pesos), se compone de lo que por sí mismo recauda, y que aun así es deficitario. Sin embargo, ninguno de los dos quiso hablar con PáginaI12 sobre el tema, pese a la insistencia de este diario. Lopérfido pidió ser entrevistado únicamente por temas relacionados a la programación que él decide, dando a entender, tal como hizo en la publicación de Facebook en la que criticó al cantante de Babasónicos, Adrián Dárgelos, que él no tiene nada que ver con la parte comercial del teatro. Alcaraz, por su parte, respondió durante toda la semana que “por ahora” no quiere hablar.
Sí se prendieron al debate el legislador porteño por el Frente para la Victoria (FpV) e integrante de la Comisión de Cultura de la Legislatura, Pablo Ferreyra, los productores teatrales Carlos Rottemberg y Nacho Laviaguerre (este último fue uno de los que llevó al Colón el show de Al Pacino), y una trabajadora que prefirió no dar su nombre, y que desde 1980 trabaja de forma tercerizada en algunos espectáculos específicos del Colón, como asistente de artistas invitados. Entre todos intentan responder cuál es la función del teatro público, qué relación debería tener con los agentes privados y porqué ese es un tema tan sensible para la opinión pública.

Controversias


“Durante más de 40 años mantuve la misma posición y puesta en práctica: sólo entiendo que una empresa privada, con ánimo de lucro, utilice instalaciones de teatros públicos en aquella ciudad donde no exista el privado, como por ejemplo, el municipal Coliseo Podestá de La Plata”, sentencia Rottemberg, llamado “el señor de los teatros” no sólo por ser el dueño de más salas teatrales del país sino por ser un conocedor cabal de la actividad. Su postura es clara y no presenta grises: “En el alquiler del Colón seguramente no hay delito. Pero no todo lo malo es delito”, dispara.
Para el empresario, que recuerda que cuando era chico lo llevaban al San Martín “entre otras cosas porque además de importantes producciones propias, tenía un precio accesible, cumpliendo el rol para el cual fue construido”, sólo admite el alquiler de una sala pública a privados siempre y cuando el fin sea para la comunidad: “Recuerdo que una vez solicité el Auditorium de Mar del Plata para hacer una temporada a beneficio total, en la que cobramos 1 peso la entrada destinado al Hospital Materno Infantil de Mar del Plata. Para eso sí sirve el teatro público, para que el productor contribuya con dinero, como lo hace cada ciudadano que, aún sin concurrir, lo sostiene con sus impuestos”, opina. 
Una postura distinta tiene su colega Ignacio “Nacho” Laviaguerre, otro reconocido empresario teatral, que entre otros títulos produjo Bajo Terapia (en conjunto con otros productores), La chica del adiós y Más respeto que soy tu madre 2. Laviaguerre fue justamente quien, junto a Adrián Suar, Paul Kirzner, Federico Polak y Fernando Abadi de TIELESS Media, llevaron al gran actor estadounidense a la sala principal del Colón para hacer dos funciones de An evening with Al Pacino, un espectáculo en el que el inolvidable Michael Corleone repasó su actividad actoral y su vida privada. Para las presentaciones del 28 y 29 de octubre, y de acuerdo al precio tasado por el Ciudad, los productores pagaron 1.200.000 pesos al teatro, además del alto cachet del actor.
“Se dio la posibilidad de que Pacino viniera a la Argentina y nos pareció que era un evento tan importante que pensamos en el Colón. No nos pusimos a pensar en todo lo ideológico, en si el Colón es el lugar de la lírica o si puede haber otras expresiones. Simplemente pensamos que sería mítico que fuera allí”, dice a este diario Laviaguerre, que cuenta que las negociaciones fueron siempre con Alcaráz y María Videla, asistente de Lopérfido, pero nunca con él (de hecho, el ex ministro de cultura no fue a ver el show porque no estaba de acuerdo con la propuesta artística).
Para él, lo que sí está mal es co-producir con el teatro público. “Hacer negocios con el Estado no me parece bien, es confundir los roles. Por eso voy, alquilo un espacio y lo pago, que es lo que hicimos”, defiende el productor, al tanto de todas las críticas que despertó el espectáculo, que fue muy criticado artísticamente y por no cumplir con los objetivos que por ley corresponden al teatro (ver aparte).
Sobre lo económico, el productor asegura que “hubiera cerrado más hacerlo en un Gran Rex, porque los teatros privados se contratan a porcentaje, en cambio cuando uno alquila un teatro público, vayan mil espectadores o vaya uno, hay que pagar el cachet igual”. “No fue un negocio ni un negociado, como dicen. Fue simplemente el sueño de traer a Pacino”, asegura.
 Para Pablo Ferreyra, la discusión sobre alquileres no debe pasar tanto por el “contenido” de lo que se ve en el Colón -de hecho, hace pocos meses, por iniciativa suya, los Babasónicos fueron declarados Personalidad Destacada de la Cultura y al legislador no le parece mal que toquen en el coliseo, aun siendo una banda de rock– sino por el tema presupuestario y la repercusión que eso tenga en las políticas culturales en general: “El Colón representa en la torta presupuestaria casi la mitad de todo el presupuesto de Cultura y además es un lugar muy sponsoreado. Si recauda tanto dinero con el alquiler sistemático de sus salas, no se explica porqué parte de lo que le da la ciudad no puede ir destinado a otros espacios culturales que no tienen ningún tipo de apoyo”, dice, y asegura que eso es “parte de la desastrosa política cultural del Pro, que está diagramada a partir de intereses privados”.
El legislador también dispara contra Lopérfido, a raíz de las declaraciones del funcionario, que en su cuenta de Facebook publicó que fue “un severo error de La Nación programar para su ciclo del Club La Nación a músicos a los que les da lo mismo tocar en el Colón que en cualquier otro lado” (Dárgelos había dicho que “Entre Cemento y el Colón hay apenas veinte cuadras de diferencia, no más”). “Lopérfido evidencia que la grilla del Colón está tercerizada y privatizada, y que él, que es el funcionario que debe diseñar las política culturales y artísticas para el Colón, ni siquiera se encarga de eso”, critica Ferreyra. 
A tono con esto último opina G., una gran conocedora del teatro, que en numerosas oportunidades trabajó como asistente de bailarines, coreógrafos y músicos que tocaron en el Colón, y que hace unas semanas organizó un abrazo al Colón (que finalmente no se hizo “porque los empleados tuvieron miedo a las represalias”) en repudio a “la privatización” de la institución. “Lopérfido dice que son decisiones que escapan a él. Es cierto que el tema alquileres responde a Alcaráz, que es la directora general, pero como director artístico tenés que renunciar si otros programan cosas con las que no estás de acuerdo”, sentencia la trabajadora, que sintetiza el mensaje de varios de los usuarios que le escribieron al funcionario luego de que opinara sobre el caso Babasónicos. El propio Lopérfido, de hecho, había dicho en una entrevista de febrero de 2015 a La Nación: “Si el director artístico, que en este caso soy yo, deja que el telón se levante sobre un espectáculo malo: ¿para qué está”.
“Disponen del teatro como si fuera propio, como si fuera un teatro comercial que les pertenece. Lo hacen sin consultar a nadie, poniéndolo a disposición para hacer presentaciones de productos de Herbalife (sucedió a principios de 2015). No es haciendo payasadas que se logra recaudar. Es haciendo más funciones a precios populares para que vaya la gente”, denuncia G., que además dispara contra la decisión del gobierno de la ciudad de que se realicen casamientos en el Colón (ver aparte).
Más allá de las opiniones, lo cierto es que de acá a que termine el año ya hay algunos importantes shows privados confirmados. Mañana, finalmente, Babasónicos hará su presentación, como parte del ciclo que organiza hace ya unos años La Nación (vale aclarar que en este caso el alquiler es un canje publicitario, que implica la sala a cambio de centímetros en el ahora tabloide), que el 12 de diciembre también presentará en ese escenario a Gustavo Santaolalla. Además, se confirmó la visita del actor francés Gerard Depardieu, que actuará el sábado 17 y el domingo 18 de diciembre en el Colón bajo la producción de TexoArt, a cargo de Ernesto Texo y Federico Caretti. Habrá que esperar al menos hasta el año que viene para que los funcionarios a cargo del teatro revean esta decisión que genera polémica. O al menos para que se sumen a reflexionar sobre ella.