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Jueves, 15 de septiembre de 2005

MUSICA › ENTREVISTA CON EL CANTANTE Y COMPOSITOR KEVIN JOHANSEN

“Yo no quiero que me escuchen los snobs”

Nació en Alaska, vivió en Nueva York y alcanzó el éxito aquí, casi llegando a los 40 años. Dice que aún hoy se siente “desubicado” y “un poco lunático”. También su target es impreciso, desde que Down with my baby se escuchó en Resistiré. “Siempre busqué más lo popular que lo alternativo”, admite.

 Por Karina Micheletto

“Me da risa cuando hablan de mí como ‘el trotamundos’.” ¡Si yo no conocí Europa hasta los treinta y pico!”, evalúa Kevin Johansen. Lo que para él es un equívoco tiene que ver con las paradas que fue haciendo a lo largo de su vida: Alaska (adonde su padre había sido confinado por negarse a ir a Vietnam, y donde nació y vivió hasta los 6 años), San Francisco, Montevideo, Buenos Aires, vuelta a Nueva York para “probar suerte” en el legendario club CBGB... Gran parte de toda esa mezcla suena en los tres discos con los que, en muy poco tiempo, pasó de ser un secreto compartido por pocos a sonar en los rankings de las radios, boom del ratonero Down with my baby en Resistiré de por medio.
Hace pocas horas que Johansen volvió de una gira por Chile, y en la mañana de la entrevista se levantó temprano para llevar a su hija a un acto escolar que recordaba el día del maestro y el 11-S a la vez. Ahora está frente a un tazón de café con leche con cara de sueño y –aportando a la construcción de su fama de tipo macanudo– conserva el humor intacto. Entre las novedades que trajo la edición de City Zen, su último disco, hay una larga lista de conciertos aquí y allá (ver aparte), una nominación a los Grammy Latinos junto a Vicentico y Djavan, entre otros, y un concierto en el Gran Rex, hoy a las 21, al que define como el “moño” de City Zen, y también como prefestejo de aniversario: en octubre se cumplen cinco años desde que volvió a la Argentina y comenzó a formar su banda, The Nada. “Festejamos media década de estar juntos”, explica. Media década, hay que decirlo, realmente intensa en su carrera de cantautor.
–En sus canciones siempre hay una cuota de doble sentido, de guiños y juegos de palabras. ¿Cómo son recibidas en otros países?
–Hasta ahora, mucho mejor de lo que hubiera imaginado, realmente me siento interpretado. En España o México, en Chile o Uruguay, pueden entender perfectamente desde un Chillout James o un Atahualpa, you funky!, hasta Cumbiera intelectual o Daisy, aunque sus términos sean muy del lunfardo local. Es más, el speech que manda Damián Dreizik les fascina, y en un momento se había barajado sacarlo de una edición de Estados Unidos y México, por miedo a que no se entendiera. Un gringo de Sony me dijo que el tema preferido de sus hijos, que viven en México, era Puerto Madero, que se supone que está basado en una observación del turismo muy local. Pasan cosas locas con la cuestión de las localías, y me alegra. En España fue increíble, sentí que hubo una cosa muy de culto, del boca en boca, fue empezar a ir a festivales y descubrir que había una base de gente que estaba enganchadísima con el disco. Así como está el público de los rankings, muy berreta, David Bisbal y Operación Triunfo a full, también hay otro superávido de enterarse cuál es el último artista de Mali o de Uruguay. Lo mismo me pasó en México, hay un público muy abierto.
–¿Qué cosas disfruta de los shows y qué otras son las más pesadas o aburridas?
–En realidad, hasta los momentos pesados son un desafío para que se vuelvan de disfrute. Por ejemplo, a mí no me gusta tocar en fiestas privadas. Pero me pasó lo mismo que a Les Luthiers: como odiaban hacerlo pedían cincuenta mil dólares, hasta que un día les ofrecieron sesenta mil, y actuaron en una fiesta privada. En Chile salió una en una salmonera en Puerto Vara, cerca de Puerto Montt, un lugar muy bonito al sur del país. Como era interesante y había una guita, allá fuimos. Era una fiesta en una especie de carpa para todos los ejecutivos de las salmoneras chilenas que están ganando fortunas, con gente de traje y corbata, un ambiente muy durito. Los tres primeros temas me costaron horrores, pero logramos darlo vuelta. O sea: arrancamos perdiendo uno a cero, empatamos al final del primer tiempo y agónicamente metimos un gol en el segundo. Esos momentos donde se da vuelta la cosa para mí son de gran disfrute. Como cuando tocamos en un festival en Pirineos Sur antes de Carlinhos Brown: el tipo iba con toda una batahola de cosas, quince músicos, un despliegue impresionante, y yo estaba con un trío pensando “uy, qué hago ahora”. Encima se estaba por largar a llover: al final la gente se recopó. Esos desafíos son importantes, se aprende mucho en esas situaciones.
–Se ponen en juego habilidades que exceden lo musical.
–Obviamente que creo que la música tiene que lucirse primero por sí sola, no es cuestión de “vamos las palmas”, no es mi estilo. Pero sí, cada show es una combinación de sabidurías, donde importa hasta el orden del set. Y los tres primeros temas son cruciales siempre, uno transpira un poco la gota gorda y es como una fiesta que hacés en tu casa: cuidás que esté bien la música, la comida, todo en orden, pero a la vez querés proyectar tranquilidad, comodidad, buena onda... Si tenés un público eufórico esperándote a vos ya está la fiesta armada, así es muy fácil, pero si el contexto es otro, tenés que ser capaz de crearla. En ese sentido, los 10 años que viví en Nueva York me sirvieron para curtirme, para foguearme, aprendí a tocar para cinco o para cien. Ese arte es heavy.
–En estos cinco años hubo un momento de explosión, de quiebre. ¿Lo ubica en el rebote que tuvo Down with my baby con Resistiré?
–En la Argentina, en ese tema y en ese disco, Sur o no Sur. Lo loco es que afuera el tema no existió, y el disco pegó igual en España, Estados Unidos y México, fue nominado Mejor Album del Año en los Grammy, al lado de Café Tacuba o Maria Rita. Y ellos ni idea de Resistiré. Por esa época me dijeron que un tipo del New York Times me quería hacer una entrevista (que al final salió muy linda y me sirvió mucho), y yo dije: ¿en serio? Ahí me cayó una ficha. ¡Volveeer! (imposta voz de tanguero). Era volver al revés. Esa explosión también tuvo que ver con que fue un disco que hubiera sido muy alternativo cinco años antes, pero que en ese momento se acercaba más a lo popular que a lo alternativo. Esa fue siempre mi búsqueda, nunca fui de los que quieren tocar para veinte tipos. Una de las enseñanzas de mi vieja fue la etimología de snob, viene de sans-nobles, sin nobleza, y no ligado a estar fuera de la realeza sino a ser fayuto. Eso siempre me lo tomé a pecho. Los brasileños la tienen mucho más clara, suena Caetano en una telenovela y está todo bien, nosotros somos más prejuiciosos, está eso de “si llega a mucha gente, no debe estar muy bueno”.
–¿Sospecha que ese prejuicio operó en parte de su público?
–Es posible. Pero en todo caso no es el público que me interesa a mí, no es lo que yo busco. Si yo no quiero ser snob, tampoco quiero que me escuchen los snobs. Principalmente, fue una gran enseñanza para mí, porque yo también tenía mis prejuicios. Me comí el coco cuando salió el tema en Resistiré: al mes de escucharlo todo el tiempo en la novela me estaba agarrando la cabeza, decía no, va a ser lo único que van a escuchar, se van a quedar con esto y cuando pase la moda, chau. Y al final resultó que a muchos les dio curiosidad y fueron a hurgar en lo que yo hacía.
–¿En qué otras situaciones le “cae la ficha” del vuelco en su carrera?
–Todo el tiempo. A veces me impresiona eso del reconocimiento físico. Es loco, medio heavy, porque no es que me pasó a los 20, sino llegando a los 40. Está bueno que un pibe te diga por la calle “gracias, loco, me diste una alegría con mi novia anoche”, o que te saluden, que te digan “aguante” y esas cosas. Cuando empecé tenía montones de dudas, pensé hasta en cambiarme el nombre por... qué sé yo, Roque Pérez. Quiero decir: hubiera sido mucho más fácil llamarse Manu Johansen o Kevin Chao. Conservar el mío fue desafiar el prejuicio tanto propio como ajeno, y estoy bastante orgulloso de haber cuidado el apellido de mi viejo, por lo de Vietnam y todo eso, me parece que de alguna forma es un reconocimiento.
–¿Qué importancia le da a su nominación a los Grammy?
–Los Grammy Latino son un experimento medio raro. Está buenísimo que me hayan nominado dos veces seguidas, esta vez con Vicentico y Djavan, seguro que se lo gana uno de ellos dos, y está bien que así sea. El año pasado me pareció interesante que los sacaran de Miami y los llevaran a Los Angeles, con una idea de que fueran menos Miami Sound Machine y de que estuvieran más conectados con Latinoamérica. Dije, qué bueno, los quieren “desestefanizar”. Pero cuando llegué a las nominaciones, dos días antes, lo primero que hice fue grabar un anuncio para la entrega. Me dijeron: tenés que mirar a cámara y decir alguna de las doce frases que aparecen en este pizarrón. La primera era: “¡Is not hot, is spicy caliente!”. La segunda: “Hola, soy caliente y latino, ¡chiqui bum!”. Y así hasta la última: “Vea en vivo los Grammy Latinos”. Era la única que podía decir.
–¿También se acercan a usted con propuestas de lo que se supone que tiene que ser un artista latino?
–Saben que la roncha que hice hasta el momento fue por ser diferente y raro, así que no me pueden pedir que me sume a ninguna tendencia. Por suerte estoy más allá de las presiones. Las peores son las mías.
–¿Por qué dice que mostrarse arriba de un colectivo en la tapa de su último disco tiene que ver con la sensación de estar fuera de lugar?
–Porque así me siento: desubicado. Literalmente. ¿Por qué tengo ganas de estar sentado arriba de un colectivo en posición de pseudoloto? ¿Y por qué la vez pasada estaba hecho una cucaracha humana, en cuatro patas al revés (en la tapa de Sur o no Sur)? Creo que tiene que ver con Alaska, que hay algo en mí que nunca va a estar del todo tranquilo. Y eso que lo busco: busco la tierra, bajar. Hay algo que te marca físicamente, tanto moverse de muy chico, Alaska, las noches largas o las noches blancas, donde hay sol todo el día y hay que poner aluminio en las ventanas para tener un poco de noche. Mi vieja me contaba que me agarraba la famosa “fiebre de cabaña”, me escapaba en bolas por la nieve, por la sensación de encierro. Creo que hay algo de todo eso que me hizo un poco lunático. Aunque una vez me dijeron que uno es de donde pasó su adolescencia, los primeros amores, las primeras decisiones fuertes de la vida. Yo las hice acá, y eso me marcó.

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Kevin Johansen presenta hoy en el teatro Gran Rex su último disco, City Zen.
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