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Viernes, 2 de febrero de 2007

MUSICA › WAYNE KRAMER Y LOS LEGENDARIOS MC5, DE REGRESO

Los chicos eléctricos

Junto al bajista Michael Davis y el baterista Dennis Thompson, el guitarrista reactivó la banda que hizo explotar la escena punk de EE.UU.

 Por Jordi Costa *

“No se me ocurría ninguna buena razón para no hacerlo”: así justifica el guitarrista Wayne Kramer su decisión de reunirse, desde el año 2003, con el bajista Michael Davis y el baterista Dennis Thompson, los otros miembros sobrevivientes de la legendaria banda estadounidense MC5, para seguir tocando en vivo los temas de la que, para muchos, fue una formación clave en la prehistoria del punk. MC5 inflamó de genio, velocidad y conciencia política la historia del rock norteamericano, en tan sólo ocho años de trayectoria y tres álbumes de decisiva influencia en generaciones posteriores. “Nuestra música es tan relevante hoy como el día en que fue compuesta y, además, hay un nuevo público que la descubrió. Por otro lado, me encanta tocar para la gente. A todos nos gusta”, señala Kramer. Bajo el nombre de DKT/MC5, el trío de sobrevivientes se embarcó en una gira que los llevó por Estados Unidos y Europa, acompañados por los vocalistas Handsome Dick Manitoba (The Dictators) y Lisa Kekaula (The Bellrays) y el guitarrista Adam Pearson (Sisters of Mercy).

“Todavía creo en el poder político de la música. El arte tiene que desempeñar un papel importante tanto en nuestra cultura como en la escena política. Somos mensajeros”, subraya Kramer, que, en su momento, y a instancias de su mentor y manager John Sinclair, mantuvo un activo compromiso con la revolución cultural del colectivo White Panther. “Por aquel entonces, estábamos muy frustrados por el lento ritmo del cambio. Eramos jóvenes. Hoy el ritmo sigue siendo lento, pero ya no me siento frustrado por eso. La juventud es impaciente por naturaleza. Formaba parte de una generación que estaba en profundo desacuerdo con el gobierno. Todavía lo estoy, pero la situación era mucho peor entonces, si exceptuamos el hecho de que ahora el fundamentalismo religioso se ha convertido en un peligro muy serio”, añade el guitarrista. El paso del tiempo sólo ha hecho realidad uno de los puntos de su soñada revolución cultural: el libre acceso a la información. “Pero todo tiene un precio y, en este caso, dicho precio es el correo basura y esos popups que tanto nos fastidian cada vez que accedemos a Internet”, matiza. Otros extremos del ideario White Panther –como el fin del dinero, la abolición del ejército, la amnistía universal y la anarquía– tuvieron que ser enviados al cementerio de las utopías.

En Kick out the Jams, el primer disco de MC5, había una pista inequívoca de que el grupo de Detroit no era una banda de hard rock común y corriente: una versión del tema “Starship” del visionario Sun Ra, punta de un iceberg referencial forjado en la sofisticación y el cruce de géneros. Lo recuerda Kramer: “Estuvimos expuestos a ideas muy avanzadas en el momento adecuado. Aprendimos de la primera generación de bandas británicas y también de las tradiciones originales americanas del blues y el rhythm and blues, pero necesitábamos más, necesitábamos algo nuevo. Cuando escuché a Cecil Taylor, Sun Ra, Albert Ayler y John Coltrane, supe que eso era justo lo que andaba buscando”. Según la concepción personal del punk de Wayne Kramer, heterodoxos jazzmen como Sun Ra y John Coltrane merecerían esa etiqueta. También Picasso y Jean-Paul Sartre: “El punk significa romper con la ortodoxia, ser en todo momento un enfant terrible. No es un concepto necesariamente asociado a las guitarras eléctricas, los peinados de cresta y las camperas de cuero. Para muchos, el punk es sólo una herramienta de marketing. O una tendencia fashion. Yo siempre estuve más interesado en el estilo que en la moda. La moda es temporal, el estilo es eterno”. Esa fuerza perdurable del legítimo espíritu punk no siempre hace acto de presencia en la labor de quienes se reconocen herederos de MC5: “La herencia real de nuestro mensaje debería ser más experimental. La mayor parte de grupos jóvenes que reconocen nuestra influencia parecen haber perdido el elemento clave. Lo que hicimos nosotros fue encontrar nuestro propio sonido”.

Wayne Kramer pasó dos años en prisión después de ser detenido en 1975 al vender cocaína a dos agentes federales de incógnito. En la cárcel coincidió con el bajista Michael Davis, también condenado por delitos relacionados con la droga. La cadena televisiva VH1 invitó este año al guitarrista a rememorar esos años oscuros en su serie documental en cuatro entregas The Drug Years: “No fue especialmente duro aceptar, porque lo recuerdo casi todo. En esa época estaba muy enfermo. Del corazón y de la cabeza. Ahora estoy bien. No fue la música lo que me salvó: para mí, la música siempre fue un trabajo, incluso en prisión. Es algo en lo que soy bueno, pero sólo es un trabajo”. Kramer, que inició una estimulante carrera en solitario a principios de los ’90, está preparando en la actualidad la banda sonora del documental televisivo The Narcotic’s Farm, con cuyo contenido se siente personalmente comprometido: “Es un trabajo que investiga el uso de prisioneros federales para experimentos con las drogas por parte del gobierno norteamericano. Habla, en suma, de la guerra más larga que en la actualidad sigue manteniendo el gobierno de Estados Unidos: la guerra contra la droga. En mi país hay 400 mil presos por delitos no violentos relacionados con la droga”. La banda sonora, en clave de jazz experimental, saldrá al mercado en otoño del próximo año bajo el título de Lexington, que evoca el nombre de la prisión federal donde Kramer y Davis se convirtieron en notas a pie de página en la larga historia de esa guerra.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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“Todavía creo en el poder político de la música. El arte tiene que desempeñar un papel importante.”
 
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