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Domingo, 8 de julio de 2007

MUSICA › “LIVE EARTH”: 24 HORAS DE BUENA CONCIENCIA

Por un día, todos se unieron contra el calentamiento global

El megafestival promovido por Al Gore fue fiel a los tiempos que corren: hubo shows en todo el mundo, desde Shanghai hasta la Antártida, corrección política y mil millones de “espectadores”.

Dos partes, ¿un fin? Primera: quien haya estado ayer siguiendo los sucesos diversos, distantes pero concatenados del Live Earth –por radio, tv, Internet o en vivo, más de mil millones de personas lo siguieron–- seguro que hoy se levantó distinto: más ecológico que cualquier día común. El bombardeo publicitario, el slogan fácil, el rock de masas o los massmedia a veces sirven para generar algo más que dinero. Aunque sólo muy excepcional y puntualmente –cuando no logran lo contrario– pueden detener la vorágine, despertar conciencia y refrescar conceptos o palabras dormidas. Reinstalarlas en el imaginario. En este caso, medio ambiente, capa de ozono, recalentamiento global, derroche, destrucción de bosques, energía eólica, biocombustibles, contaminación, cambio climático... Hacer, al cabo, que la preocupación de unos pocos se transforme en una inquietud de todos. O, al menos, de unos cuantos. El objetivo formal, entonces, se cumplió: el mundo volvió a enterarse, al menos por un rato, de que el mundo está en problemas. 150 artistas desperdigados en nueve ciudades de todos los continentes, mensaje verde, disfrute y, tal vez, muchísimos euros en la cuenta de algún colectivo de filántropos.

Corresponde a lo inesperado del devenir detectar la utilidad concreta de semejante megafestival. A nivel micro, probablemente alguien cambie sus hábitos de consumo durante algunos días o reclame airosamente ante el humo tóxico de camiones y colectivos, hasta que todo vuelva a la normalidad. A nivel macro, las grandes empresas saldrán a publicitar sus medidas ecológicas mientras esconden la basura bajo la alfombra –el Riachuelo, por ejemplo– y nada hace prever que el águila imperial deje de fabricar armas letales para la humanidad. La insoportable levedad del ser –-expresión robada a Milan Kundera–, suele aplastar cualquier iniciativa global, menos las de las corporaciones: la esperanza, a esta altura de la historia, parece lábil. Ahora al grano (segunda parte). Lo que Live Earth dejó –más allá de algún aporte al nivel de la conciencia– fue un panorama nutrido y –por qué no– ambiguo del estado del rock hoy. Es un hecho excepcional reunir tantas bandas en un solo día y poder disfrutarlas con las bondades que ofrece el primer mundo: imagen perfecta, sonido impecable y transmisión a nueve puntas (sacrificada y digna la cobertura de Marcelo Fernández Bitar y Nicolás Pauls para el canal Volver).

Hubo grandes shows, rarezas, sorpresas, superficialidades y borders. Hubo paz y una prolijidad escénica y pública, que colisiona con las costumbres históricas del rock –¡todos los festivales se parecen al Pepsi!–. Hubo negritud libertaria en Johannesburgo: “Vamos gente, el planeta es tan bonito. Unamos fuerzas para transformarlo en un lugar más vivible para las próximas generaciones”, dijo la cantante de Babaa Mal, un muy colorido grupo de Senegal, más o menos contemplando el mensaje de todos. Hubo 17 personas en una base antártica inglesa viendo el rock con violines nevados de Nunatak. Hubo agite en Shangai, Tokio y ¡Xuxa! en Río de Janeiro. Y hubo un solo argentino –Gustavo Cerati, invitado por Shakira– que aterrizó, convidado por la colombiana, en Hamburgo. Pero, como cualquier movida “universalista”, lo más jugoso ocurrió en el centro: siempre es desde allí hacia la periferia, nunca al revés. Dios está en todos lados –-dicen– pero atiende en Estados Unidos o Inglaterra, y vende en inglés.

New York. Sintomática la aparición de Al Gore y el público aplaudiendo su retórica, velada pero interesada al fin. Números folk, propuestas darkypop (Afi), hip-hop descartable (Ludacris) y algo de rock cuadradón (Fall out Boy) prepararon el clima heterogéneo para que el enorme Roger Waters –al cierre de esta edición– llevara su prédica antibélica a la mismísima factoría de las guerras contemporáneas. Y The Police brillara en el epílogo. Cerca, un miniescenario plantado en Washington DC sirvió como trinchera para que los negros de Blues Nation cantaran sus blues espesos y sureños en los alrededores del Pentágono... significativo.

Londres. La apuesta más fuerte –la que llevó más público y horas de transmisión– fue el estadio de Wembley. Red Hot Chili Peppers hizo vibrar el mismísimo sillón de la reina con “By the way” y su habitual desparpajo escénico; Metallica refrendó su prosapia pesada e intensa con el set tal vez más contundente de la megajornada; Duran Duran dio en el blanco de la nostalgia pop de los ochenta con sus temas almibarados; similar pero en plan de trova para James Blunt. Volvió Genesis (¿siempre con Collins tiene que ser?); Keane pasó un tanto desapercibido pero Spinal Tap no: impronta inglesa. Teatral y grotesca, como su origen. Primero solos, después con los de Metallica. Y Beastie Boys, Pussycat dolls –unas Bandanas adultas–- y Foo Fighters, demoliendo las teles del universo con “Times like these” o acariciándolas con “Everlong”, dejaron la escena hot para la reina del pop: Madonna.

Postre: alguien, entre las personalidades convocadas para los spots propagandísticos, dijo “Todos somos parte del problema”. La pregunta es ¿seremos también parte de la solución...? Ningún músico, organizador o productor corre peligro –por ahora– de morir intoxicado por rarezas del ambiente, mientras en Villa Porá, acá nomás y desde hace un buen tiempo, muchos chicos no superan los diez años por los “excesos” de un polo petroquímico.

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Madonna se lució en Londres. Otra vez Genesis, con Collins. Cerati se dio el gusto con Shakira.
 
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