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Viernes, 1 de agosto de 2008

LITERATURA › FEDERICO JEANMAIRE, FLAMANTE GANADOR DEL PREMIO EMECE DE NOVELA

“Ya me sentía un finalista vitalicio”

“Una historia de amor y desamor que se lee como un policial”, señaló el jurado sobre Vida interior, la obra de un escritor con varios títulos en su historial, que señala que “sólo le debo a la literatura en lengua castellana”.

 Por Silvina Friera

La voz tenue de Federico Jeanmaire juega a las escondidas. Ese tono melodioso pero huidizo parece contrastar con la alegría de saber que es el ganador de la 48ª edición del Premio Emecé de Novela con Vida interior, seleccionada entre 174 originales por el jurado integrado por Ana María Shua, Rodolfo Rabanal y Pablo de Santis. Quizá sea por pudor, timidez o por la sorpresa de haber traspasado ese umbral del “eterno finalista” al que se había acostumbrado. O resignado. “Mandé tantas novelas a concursos, sobre todo en la década del ’90, que creo que fui finalista de todos los premios habidos y por haber, hasta que decidí retirarme. Siempre participás con cierta idea de poder ganar, pero perdí tantos premios en mi vida que en realidad estaba más preparado para perderlo que para ganarlo”, cuenta el escritor a PáginaI12. “Cuando me avisaron que era finalista dije: ‘Uy, otra vez’; me sentía una especie de finalista vitalicio”, bromea. “Veré cómo lo resisto, cómo lo llevo.” Con la risa, la voz recupera energía, se torna menos esquiva, más audible. La novela premiada –presentada bajo el seudónimo de Carlos Aguilera– es una historia de amor y desamor que transcurre dentro de la habitación de un hotel en Oaxaca (México) donde una pareja de mediana edad pasa sus vacaciones durante tres días. “Es un señor que casualmente tiene la misma edad que yo y una chica finlandesa”, revela el ganador. “Trabajé con un narrador masculino en primera persona, que se me parece bastante, para explorar qué pasa entre lo que uno dice, lo que hace y lo que piensa en una situación límite amorosa.”

Vida interior –que se publicaría en septiembre– reafirma, según Rabanal, un criterio de valor inmodificable: “La verdadera literatura vuelve excepcional la sencillez cotidiana”. Shua subraya un “sutil manejo del suspenso”, que “mantiene atrapado al lector en ese juego entre la vida interior y las exigencias de una realidad que no perdona”, y define a la novela premiada como “una historia de amor y desamor que se lee como un policial”. De Santis señala que “un viaje le sirve a un escritor para ver su vida desde afuera; los recuerdos y la vida cotidiana se mezclan en una atmósfera de pesadilla”. Jeanmaire (nacido en Baradero, Buenos Aires, 1957) cambió de rumbo con su novela autobiográfica Papá (2003), en la que cuenta la agonía y muerte de su padre en diciembre de 2001, al mismo tiempo que se extinguía el gobierno de Fernando de la Rúa. Antes de ese giro introspectivo, el escritor, licenciado en letras que fue profesor en la Universidad de Buenos Aires e investigador del Siglo de Oro español, había publicado Un profundo vacío en el pie izquierdo (1984), Desatando casi los nudos (1986), Montevideo (1997), Mitre (1998) y Una virgen peronista (2001). Pero con Papá aprendió a “escribir de nuevo” y perdió el prejuicio de que no se puede hacer literatura con los sentimientos.

Con la seguridad que ahora le confiere el saber que los recuerdos y las vivencias son la materia prima del escritor, Jeanmaire admite que Vida interior, aunque tenga mucha ficción, está inspirada en una experiencia similar que vivió en México en 2004. “Lo que me interesa mostrar es lo solo que está cada uno, lo difícil que es comunicarse y cómo muchas veces uno llega a situaciones violentas porque no pudo o supo comunicarse. Esta obsesión está en todos mis libros y me gustó la posibilidad de trabajar con lo dicho, lo hecho y lo pensado, que se vuelve muy divertido al momento de narrarlo”, explica Jeanmaire. “Aunque toda la novela no sea autobiográfica, sí lo es el conocimiento de cómo funciona mi cerebro en esos momentos, cómo se mueve dentro de una situación límite.”

–¿Cómo se mueve ese cerebro? ¿Piensa una cosa pero después en los hechos hace exactamente lo opuesto?

–Muchas veces sí, otras no. Hay una parte de la novela en que la pareja está discutiendo y él se está agarrando el dedo meñique del pie y se da cuenta de que en esos momentos gasta más tiempo pensando qué le conviene hacer: si callarse, hablar, mirar para el techo o tocarse el dedo. Me interesaba reflexionar sobre cómo se gasta el tiempo en una discusión. Son cosas que me pasan a mí, pero supongo que les deben pasar a muchos.

Más allá del encierro y la situación límite que atraviesa esa pareja, por las páginas de la novela se filtra el contexto social de Oaxaca con “los aborígenes que gritaban todo el día en contra del gobernador del Estado”, justo en la plaza que está frente al hotel donde transcurre Vida interior. Sin anticipar el final, hay un acto de cobardía que comete ese hombre que “compensa” la situación, para Jeanmaire, porque “al estar narrada todo el tiempo desde la óptica masculina, sin ese acto cobarde, hubiera sido una novela muy misógina”.

“Gran ladrón de Cervantes”, como suele definirse, Jeanmaire fue finalista del Premio Herralde de Novela en 1990 con Miguel, una biografía ficticia de Cervantes, y después de más de veinte años de estudio publicó Una lectura del Quijote (2004), ensayo que lo posicionó como uno de los mejores especialistas de Cervantes. Con su novela Mitre (1998) obtuvo el Premio Especial Ricardo Rojas a la mejor novela argentina escrita entre 1997 y 1999, galardón otorgado por el gobierno de la ciudad de Buenos Aires. En 1978, cuando cumplió los 21 años, Jeanmaire decidió hacer lo que su padre, que fue intendente de Baradero, le prohibía por menor de edad: irse a España. Durante su período europeo (1979-1983) tuvo una lechería, trabajó en la vendimia, fue vendedor ambulante y tuvo la convicción de que su destino sería ser escritor. En Madrid escribió una primera novela que tuvo una lectora implacable, su tía Lía. Cuando leyó el manuscrito, muy suelta de cuerpo, le dijo: “No escribas, sos malísimo, mejor seguí leyendo”. Otro, en su lugar, se habría paralizado o convencido de que no valía la pena intentarlo, pero el optimismo de Jeanmaire se impuso a esa crítica feroz. Intuía que tarde o temprano iba a escribir algo que le gustara a su tía. Y, claro, a otros lectores. Aunque sus peripecias por Europa –por el amor de una holandesa también vivió un tiempo en Amsterdam, sin hablar ni pío de holandés– fueron el combustible inicial de su escritura, un día se dio cuenta de que estaba perdiendo la lengua cotidiana. Y regresó a la patria, al abrazo cálido del lenguaje que necesitaba para vivir, justo cuando asumió Alfonsín la presidencia.

En su obra, a la que habría que agregar novelas más recientes como Países bajos (2004) y La patria (2006), Jeanmaire no reconoce otros ecos que no sean los escritores de habla hispana: Sarmiento, Bryce Echenique, Cortázar. “Yo le debo a la literatura en lengua castellana, no les debo a franceses, americanos, escritores que me parecen muy buenos, pero de los que no he tomado nada. Me veo, sí, trabajando con estos tipos a mi lado: con Cervantes, con Sarmiento”, ha dicho el escritor. Satisfecho con el descubrimiento de una forma “pornográfica” de ser escritor desde Papá, el ganador de los 18 mil pesos del Premio Emecé de Novela repite bajito, como si volviera a jugar a las escondidas, que está contento. “Este premio me viene muy bien porque permite que gente que no sabía de mi existencia quizá compre un libro mío y lo lea. En las librerías siempre hay lectores dispersos que pueden llegar a mis libros gracias al premio.”

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“En las librerías siempre hay lectores dispersos que pueden llegar a mis libros gracias al premio.”
Imagen: Guadalupe Lombardo
 
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