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Jueves, 2 de abril de 2009

LITERATURA › PRESENTACIóN DEL ESPAñOL JAVIER MARíAS EN BUENOS AIRES

“No me gusta engañar al lector”

El escritor aprovechó la entrega de un premio en Chile para viajar a la Argentina y difundir su último libro, Veneno y sombra y adiós. Reconoce que nunca gozó de la simpatía del establishment literario y, a la hora de leer, dice que prefiere los clásicos a los contemporáneos.

 Por Silvina Friera

El pánico al avión es una de las principales razones para que el Rey de Redonda –nación semificticia y semirreal creada alrededor de la isla deshabitada de Redonda, una dependencia de Antigua y Barbuda–, Javier Marías, no haya visitado con tanta frecuencia estos pagos, aunque es uno de los autores españoles más leídos y respetados en este país. En su segunda visita a Buenos Aires, la primera fue a principios de los años ’90, recordó que sólo estuvo en Venezuela cuando recibió el premio Rómulo Gallegos, en 1995, y en México hace unos diez años. “He buscado pretextos para no volar”, admitió en la sede de la editorial Alfaguara durante una conferencia de prensa en la que demostró su cordialidad, locuacidad y buen humor. A pesar de que su editora norteamericana ha intentado conjurar su terror a volar, hace veinte años que no viaja a los Estados Unidos. “Mientras esté Bush no voy”, decía Marías, que encontró la excusa perfecta para rechazar las invitaciones. “Eso me dio una prórroga de ocho años”, bromeó. Pero ahora con Obama como presidente, viajará en noviembre para acompañar la publicación de la traducción de la tercera parte de su trilogía Tu rostro mañana, titulada Veneno y sombra y adiós.

Recién llegado de Chile, donde recibió el premio José Donoso de la Universidad de Talca, Marías aprovechó la cercanía para volver a esa Buenos Aires de la que tiene un recuerdo borroso. El escritor subrayó que su manera de trabajar es “un tanto peculiar” y que no tiene demasiado claro el horizonte de sus novelas. “He dicho muchas veces que si supiera la historia entera, si fuera como esos autores que saben lo que va a suceder con cada personaje, me aburriría enormemente. Me gusta, por el contrario, averiguar la novela a medida que la voy escribiendo.” Para fundamentar esta peculiaridad, mencionó que la palabra inventar procede etimológicamente del término latín “invenire”, que quiere decir hallar, descubrir, averiguar. “Cuando sé demasiado, tengo la sensación de que la escritura de la novela se va a convertir en un ejercicio de redacción –explicó el escritor–. Me esfuerzo por cambiar e improvisar sobre la marcha, procurando que lo azaroso se convierta en necesario. Y que luego todo calce, en la medida de lo posible.”

Muchos de los narradores de sus novelas son intérpretes que han renunciado a su propia voz: un cantante de ópera que se dedica a reproducir las composiciones de otros; un profesor que se limita a transmitir saberes heredados, un escritor fantasma que pone su voz al servicio de lo que otros dicen. Pero le faltaba el “mayor intérprete posible que todos queremos ser”, el intérprete de personas, de vidas, que es el narrador de Tu rostro mañana, apellidado Deza, un antiguo profesor de Oxford, donde el propio escritor dio clases, que regresa a Inglaterra para trabajar para sus servicios secretos. “El principal inconveniente de adoptar la primera persona consiste en renunciar a saberlo todo y a hacer afirmaciones arbitrarias que el narrador en tercera persona puede hacer –comparó Marías–. El narrador en primera persona tiene que matizar y justificar lo que sabe o conoce. He intentado suplir esta desventaja con algunas invenciones de tipo técnico, hacer lo que he llamado ‘narración hipotética’, que el narrador diga que ‘tal vez ocurrió esto’, y a partir de ahí de-sarrollo una escena hipotética sin engañar al lector. A mí no me gusta engañar al lector, no me gusta ese tipo de autores que aprovechan cierta confusión para introducir lo que es soñado, imaginado o conjeturado. Procuro que quede claro lo que no ha ocurrido, pero de-sarrollando esta escena hipotética de modo tal que el lector finalmente la dé por ocurrida, que tenga el mismo valor que lo acaecido.”

Premiado en 1979 por su traducción de Tristam Shandy, de Laurence Sterne, Marías confesó que nunca fue un traductor profesional sino más bien ocasional. “Traducir es el mejor ejercicio para cualquiera que quiere escribir. Si yo tuviera, ¡Dios me libre!, una escuela o taller literario de los que ahora abundan, como no creo que se pueda enseñar más que por la vía negativa a escribir, ‘no haga usted esto, no escriba usted así’, pero de modo alguno puede hacerse de manera positiva, les diría traduzcan, traduzcan, traduzcan. Es el mejor ejercicio posible, la mejor manera de afinar el instrumento con el que uno va a trabajar”, señaló. “El traductor no solamente es un lector privilegiado, sino que es también un escritor privilegiado que tiene que volver a escribir el texto original, que es móvil per se porque nunca hay una versión unívoca. Si uno llega a reescribir un texto de Conrad, de Faulkner o Nabokov, tiene mucho ganado. No da talento ni inventiva, pero ponerse a la altura de un gran autor y salir más o menos airoso en la reescritura en otra lengua es un trabajo extraordinario para cualquier escritor.” Su tarea de traductor ha influido en su modo de escribir. “Todo escritor desearía disponer de un texto original a partir del cual trabajar porque tendría resuelta la parte de invención y ese pánico que se tiene a la ‘página en blanco’. Algunos escritores tienen un texto original en su cabeza, como Vargas Llosa o Pérez-Reverte, un amigo que me consta que trabaja de una manera totalmente diferente a la mía. El tiene pensada la novela entera y le interesa más la preparación y documentación que la tarea misma de escribirla. En mi caso, trabajo página a página hasta conseguir la mejor versión.”

Marías tiene 57 años. No es viejo, pero reconoció que se siente “muy veterano”. El escritor repasó lo que se ha dicho de él a lo largo de su larga trayectoria (publicó su primera novela en 1971, a los 19 años), sobre todo en su país, donde aclaró que no ha gozado de la simpatía del establishment literario. “Se dijo que era un autor extranjerizante, se dijo que escribía como si tradujera, lo cual para mí era un elogio, pero lo decían con el peor ánimo; en otro momento se dijo que era demasiado cerebral y frío y más tarde se dijo que escribo muy mal y maltrato la lengua. Y es verdad que fuerzo la lengua, que fuerzo mucho la sintaxis, procurando no caer en barbarismos, y que tengo un español raro, un poco forzado”, reconoció el escritor. “A Borges se lo acusó de ser un escritor inglés transplantado al castellano. Borges se ha convertido en el más argentino de los escritores argentinos, lo cual no creo que me pase a mí en España porque para eso debería tener la calidad y universalidad de Borges que no tengo de modo alguno.”

En las novelas de Marías abundan la reflexión y la digresión. “Una de las cosas que como lector pido a una novela es que, aparte de un argumento, una trama interesante o apasionante, exista algo que me haga detenerme de vez en cuando en la lectura, que haya ciertos destellos de tipo estilístico o reflexivo, como los hay en Proust. Que exista lo que he llamado ‘pensamiento literario’. Lo que uno recuerda de los libros no suelen ser los argumentos. Lo que queda es el recuerdo de una escena, un detalle, una atmósfera, un estilo, un fogonazo, una iluminación de un pensamiento, más allá de la historia.” El escritor asumió que después de estar ocho años escribiendo su trilogía dejó de leer narrativa contemporánea española y que no puede opinar mucho sobre el tema. “A medida que uno se hace mayor, la curiosidad va menguando. De cien libros nuevos apenas dos o tres te llaman la atención, y llega un momento en que dices: ‘Esta tarea que la haga otro’. Prefiero releer, o leer algunos autores clásicos que todavía no he leído”, se justificó.

Aunque empezó a escribir una nueva novela hace unos meses, tiene la sensación de que nunca va a acometer ni remotamente un proyecto tan ambicioso y extenso como Tu rostro mañana. “Tengo una cierta duda sobre qué más me queda. Estoy dejando que esta novela se haga sola, sosteniéndola con menos intensidad y menos intención que en otras ocasiones. Quizá lo que escriba en el futuro lo voy a sentir como propinas. Tengo 57 años, no son los suficientes para tener esta sensación de leve desconcierto biográfico-literario.” De su emprendimiento editorial Reino de Redonda, un sello que publica dos o tres títulos al año, dijo que debe ser “el único editor que no hace bien las cuentas, pero el reino no se arruina”. El best seller de esta editorial es La caída de Constantinopla, de Steven Runciman, que ha vendido más de 5400 ejemplares. “Lo hago por gusto, por placer, para publicar lo que me apetece”, aclaró respecto de su rol como editor. Marías reconoció la perplejidad que le provoca la crisis que está viviendo su país. “Aparte de que la crisis quizá sea mucho peor de lo que se vaticina, tengo la sensación de que en España hay una especie de satisfacción y de regodeo con la crisis, incluso cuando hay una pequeña buena noticia al respecto la despachan colateralmente y casi con molestia, mientras que si hay una nueva mala noticia eso ocupa más lugar. Hay un gusto por el catastrofismo que no me acabo de explicar”, precisó el escritor.

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“Quizá lo que escriba en el futuro lo voy a sentir como propinas”, dice Marías, de 57 años.
Imagen: Bernardino Avila
 
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