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Martes, 19 de mayo de 2009

LITERATURA › CATALO BOGADO BORDóN, AUTOR DE INSURGENCIAS DEL RECUERDO

“Escribir fue una especie de catarsis”

El autor paraguayo se define como “sólo un escritor del monte”, y desde allí ofrece relatos protagonizados por campesinos que, corridos por la “patria sojera”, se encuentran arrojados a una ciudad que rara vez tiene lugar para ellos.

 Por Silvina Friera

“No se puede arrancar a un hombre de su tierra como si fuera un yuyo”, dice Galeano Tavy, un campesino paraguayo desplazado de aquella tierra en la que trabajó sin más sueño ni ambición que morir en paz en su humilde rancho. No es el único campesino que padece los negociados de un gobierno corrupto o de los empresarios brasileños que buscan espacios, más allá de sus fronteras, para ampliar la “patria sojera”. Los ocho cuentos que integran Insurgencias del recuerdo, de Catalo Bogado Bordón, publicado por la editorial argentina El 8vo.Loco, conforman un mosaico de voces recuperadas, las de las víctimas (campesinos, perseguidos políticos, torturados y asesinados), que no son las que usualmente cuentan la Historia del Paraguay, un pueblo “muy desmemoriado”, dice el escritor con esa modulación que llega a los oídos de Página/12 como si las palabras se hamacaran en cámara lenta, tal vez para conjurar los fantasmas del pasado. La desmemoria paraguaya, ese oscuro pozo sin fondo que atizó el dictador Alfredo Stroessner, “hombre providencial” que gobernó casi 35 años, de 1954 a 1989, está enquistada en la sociedad. En uno de los relatos del libro, “Crónica de un sobreviviente del Ycuá Bolaños”, que refiere al incendio del supermercado del barrio Trinidad de Asunción, donde murieron 400 personas el primer domingo de agosto de 2004, el narrador rescata del paisaje urbano a un personaje de andar alocado, un harapiento lleno de cicatrices por las quemaduras, que lanza baldes llenos de agua y grita: “¡Oguema, ñamboguema, oguepama! ¡Ndaipori veima tatárendy!, ¡Ya se apagó, lo apagamos, ya están todos apagados! ¡Ya no queda ninguna llama!”.

Catalo confirma que su nombre es un paraguayismo de Catalino. “A lo mejor nací un día en que no había ningún santo”, bromea el escritor, que nació el 3 de abril de 1955 en el profundo interior del Paraguay, en Villarrica. A los 7 años, Bogado se fue a vivir con su abuela a Charará, departamento de Guairá. Tenía 16 años cuando viajó a Buenos Aires, en 1968, para reunirse con sus padres exiliados. “Papá siempre me decía que yo salté de la sartén para caer en el fuego, porque vine huyendo de la dictadura de Stroessner, pero me tocó pasar en Buenos Aires la dictadura de Videla”, recuerda el escritor, que estuvo exiliado en la Argentina hasta 1978. Después, en una escurridiza clandestinidad, pasó tres años yendo y viniendo (de Asunción a Buenos Aires y viceversa) hasta que en 1981 se estableció en Nueva York. Pero la añoranza por su tierra –casi veintisiete años fuera del Paraguay– trazó el camino del regreso a su país, en 1995, “para pelear con mi gente, para llorar con todas mis lágrimas, y si me toca reír, para reír con todas mis risas”.

Insurgencias del recuerdo, presentado en el Centro Cultural de la Cooperación y en la Feria del libro, recoge textos que Bogado escribió mayoritariamente durante su adolescencia, cuando todavía no había leído a Augusto Roa Bastos. “Escribí esos cuentos con el impulso del corazón, sin tener ninguna referencia. Siempre les digo a mis amigos que soy un escritor del monte que se dedicó a llevar al papel todas mis experiencias. Yo he sido no sólo testigo sino víctima de la violencia del Estado en la década del 60”, aclara el escritor. “En un pueblito donde vivía con mi abuela se instalaron los militares para combatir la insurgencia. Vi muchas atrocidades; el aparato militar ya no sólo trataba de matar cuerpos sino el espíritu, la moral. Sólo así se entiende que muchos cuerpos de campesinos asesinados fueran llevados en aviones y tirados sobre los montes del Alto Paraná. Todos esos recuerdos, esa memoria, es lo que rescato en este libro. Son cuentos que escribí sin ninguna guía más que el impulso de la sangre, de la memoria, de contar esa experiencia dolorosa.” En el formidable cuento que cierra el libro, “El aire que el ciego se imagina”, recobra los diarios de un viejo amigo de la infancia, Agustín, que hacía “locuras” (como desnudarse un Domingo de Ramos en la iglesia de su pueblo) por culpa de “la lectura de libros de magia negra y marxismo”, según el comisario, el juez y el cura. El narrador pone las cosas en su lugar: el supuesto suicidio fue el más premeditado de los homicidios. Y ofrece una inscripción final de ese diario que pone la piel de gallina: “Cada árbol sabe que la libertad no consiste en poder marcharse, sino en poder quedarse”.

Uno de los relatos más recientes es el cuento sobre el incendio del supermercado de Asunción. “Pero la historia de la migración interna, del campesino que se ve obligado a abandonar su tierra, es muy antigua”, explica Bogado. “En este caso se trata de un campesino presionado por los brasileños, que en su afán de ampliar su ‘patria sojera’, como hoy se dice, hacen ofertas que son casi imposibles de rechazar. Esos campesinos ven como única alternativa migrar hacia la ciudad, y con la platita que les dieron creen que se termina toda esa vida de sacrificios, que es la vida del campo; que al llegar a la ciudad van a terminar con su drama. Pero es ahí donde comienza el drama, cuando se les termina la poca plata que traen y se ven arrastrados a hacer trabajos que nunca soñaron hacer. Y terminan en los semáforos, limpiando vidrios o vendiendo manzanas. En ese cuento trato de hacer un dibujo de esa realidad. Lo del incendio fue incidental; su presencia obedeció simplemente para satisfacer lo que la sociedad de consumo impone en las grandes ciudades, ese espejismo de felicidad que él soñaba compartir con su familia. Pero se dio la casualidad que justo en ese momento ocurrió el incendio, y perdió a su familia.”

–En este cuento el personaje está siempre tirando baldes de agua para apagar un incendio que sólo perdura en su imaginación, y mientras tira los baldes habla en guaraní. ¿El guaraní aparece como una lengua de resistencia?

–Un escritor siempre trata de ser veraz, de que su historia sea creíble. En el Paraguay por lo menos el 90 por ciento de los paraguayos se expresan en guaraní. Sólo un 10 por ciento lo entiende, pero no lo habla. Los acontecimientos importantes siempre se manifiestan en el idioma guaraní. En este caso, el personaje sufre un trauma psicológico y el auxiliador recurre al guaraní para que el personaje pueda salir del trauma que está viviendo, para intentar liberar al personaje de su locura. En el campo sólo se habla guaraní, rara vez en castellano. El guaraní es la lengua cotidiana de comunicación del Paraguay. Ya hay grandes obras de la literatura universal que han sido traducidas al guaraní, como Don Quijote, el Martín Fierro y El Principito.

–¿Por qué muchos de los cuentos están atravesados por la visión de un Paraguay que sufre de amnesia?

–Imagínese, el Partido Colorado es sinónimo de dictadura, estuvo 71 años y se sostuvo a través de la fuerza. La dictadura se beneficiaba con el olvido, pero el pueblo mismo, por una cuestión de supervivencia, trató de olvidar mucho de lo vivido. Si alguien tenía un hermano guerrillero que fue asesinado, no lo decía. Si tenía un pariente guerrillero, tenía menos posibilidades de acceder a un trabajo, a un estudio. Se trató de ocultar esa especie de lepra. Me acuerdo de haber leído que en la Edad Media la gente negaba que hubiera tenido un pariente leproso por temor a que la sociedad creyera que él o ella era portador o portadora de esa enfermedad. Por una cuestión de supervivencia, siempre se intentó enterrar los grandes crímenes de la dictadura. Y de olvidar. Pero un pueblo sin memoria es como una serpiente que se está mordiendo la cola. Cuando un pueblo no tiene memoria, siempre existe la posibilidad de que esos crímenes se repitan. En mi caso personal, escribir fue una especie de catarsis. Contando me fui liberando. No es fácil presenciar un interrogatorio donde le abren el vientre a un supuesto guerrillero para averiguar con qué se estaba alimentando. De niño presencié este tipo de escenas (se queda unos segundos en silencio, se le nubla la vista)... Esto forma parte de lo que llamo “la intención de matar el espíritu”; lo hacían a propósito, a la vista del pueblo, para tratar de quebrar la moral.

En el tiempo que vivió en Buenos Aires, Bogado trabajó codo a codo con su familia. Sus padres tenían una empresa de confección de ropa de cuero. Acá empezó a escribir y publicó un primer libro de poemas. “Un escritor es casi siempre un autodidacta que se va formando a sí mismo de acuerdo con su experiencia y alguna que otra lectura. La única influencia fuerte que hay en mi trabajo es la experiencia de la vida en el campo”, plantea el escritor. “Mi materia prima es muy particular, lo mío es netamente testimonial; trato de trabajar sobre hechos reales, dándoles por supuesto un toque literario”, subraya. “Horacio Quiroga, sin embargo, sería mi referencia más importante. Siempre lo admiré porque contaba cosas que yo conocía muy bien. Sus aventuras se parecían mucho a mis propias aventuras de niño: navegar ríos, pescar, encontrarse con serpientes y tigres.” Optimista en cuanto al futuro de su país desde que asumió el ex obispo Fernando Lugo como presidente, Bogado regala una última reflexión no exenta de ironía: “Aunque estamos gateando, se puede lograr un Paraguay con justicia, trabajo y pan, que es lo que siempre se soñó. Tenemos mucha esperanza con este gobierno. Por lo menos, es muy sincero a la hora de admitir su paternidad”.

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Bogado Bordón acaba de presentar su libro en el C. C. de la Cooperación y la Feria del Libro.
Imagen: Rafael Yohai
 
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