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Miércoles, 18 de enero de 2006

LITERATURA › ENTREVISTA A ESTHER DIAZ, SOBRE SU LIBRO DE RELATOS EROTICOS “EL HIMEN COMO OBSTACULO EPISTEMOLOGICO”

“En los momentos de angustia, el sexo reafirma la vida”

Filósofa de reconocida trayectoria, autora de títulos vinculados con su especialidad, ahora Esther Díaz rompe el fuego con un libro de cuentos que tienen a la sexualidad como disparador. “Para mí fue muy fuerte salir de una posición académica sólida y escribir un libro tan jugado”, dice sobre sus relatos, publicados por Biblos.

 Por Silvina Friera

Explosión de deseo en estado puro, o la sexualidad como una manera de reafirmar la vida. Un trío que conforma la “máquina infernal”, las manos de un hombre que se deslizan por la entrepierna de su novia y de una mujer madura mientras viajan en el colectivo sesenta, el joven que satisface sus fantasías con una sandía, el taxista que participa de una “fiesta” entre heterosexuales y homosexuales, o Galileo Galilei, que se masturba mentalmente. El primer libro de ficción de Esther Díaz, El himen como obstáculo epistemológico (Biblos), ofrece un puñado de relatos sexuales que transita por la cuerda fina del equilibrista que camina con sutileza y llega hasta las piruetas más arriesgadas, por momentos obscenas y perversas, del trapecista que se arroja al vacío sin red. “Para mí fue muy fuerte salir de una posición académica tan sólida y escribir un libro tan jugado”, confiesa Díaz en la entrevista con Página/12. Todo empezó con los estallidos sociales de diciembre del 2001. “Cuando vi lo que estaba pasando lloré de emoción teórica porque hacía 30 años que leía a Foucault y estaba viendo en vivo y en directo toda su teoría sobre la micropolítica. Sentía que estallaba algo dentro de mí.”

Pocos meses antes, Díaz había terminado de escribir Buenos Aires, una mirada filosófica, y eso que estallaba, ante las imágenes del 19 y 20 de diciembre, fue la necesidad de “seguir hablando de nosotros, pero no desde el punto de vista histórico-filosófico”. Era el turno de la ficción, de los relatos sexuales. “Fui encontrándome con el libro, no es que lo pensé como Venus saliendo perfecta de la cabeza de Zeus. Se fue haciendo camino al andar”, señala la autora.

–¿Cómo se vincula la crisis con el estallido del deseo que usted percibió en las movilizaciones del 2001?

–El deseo en estado puro lo pienso como algo no codificado. Aunque esas movilizaciones estaban codificadas, había una masa más del orden del deseo sin codificar, “cuerpos sin órganos”, como les llaman Deleuze y Guattari. A pesar de ser muchos grupos diferentes los que nos estábamos movilizando en esos días, hubo algo unánime que fue que, entre todos, pudimos voltear a un presidente sin derramar sangre, porque la sangre que se derramó fue por la represión, no por la movilización de la gente. En ese momento nos permitimos que explotara el deseo, eso lo asimilo más a lo que llamamos sexual que al amor o a lo erótico. Porque si bien el erotismo también tiene que ver con lo sexual, parecería que hay también algo del orden de la seducción. Hice mucha teoría sobre sexo y, por los años que tengo, también he vivido mucho sexo. Sentí que era el momento de llevarlo al concepto.

–¿Le daba pudor o inseguridad manejar las perversiones?

–No, para nada. No me tembló el pulso porque justamente lo que quería era jugarme. Cuando escribo filosofía, siempre estoy pendiente de los textos, con miedo a cometer una imprecisión, muy aferrada a la cita por mi formación moderna. Pero este libro es posmoderno, fue hecho con libertad absoluta.

–¿Se excitaba mientras escribía?

–Sí, algunos relatos me calentaban. Así como uno se calienta cuando lee, cuando escribe también, y fue un proceso que no era agradable, sobre todo para mí que vivo sola (risas). Era más bien doloroso porque es muy lindo tener deseo cuando uno tiene la manera de satisfacerlo. A veces pienso que tendría que escribir (como Umberto Eco escribió apostillas a El nombre de la rosa) apostillas a El himen... en las que revelara la trastienda de la escritura. En su autobiografía, Gandhi cuenta que cuando estaba angustiado porque su papá se moría, se calentaba más que nunca. Y en determinado momento era tal la calentura que tenía, que le pidió a un hermano que cuidara al padre, y se fue a tener relaciones sexuales con su mujer. Y en ese momento le tocaron la puerta para avisarle que había muerto su padre. He comprobado que en momentos de mucha angustia, la sexualidad es una manera de reafirmar la vida, a pesar del dolor. Como dice Nietzsche: “Esto es la vida, quiero más”.

–¿Usó sus propias experiencias sexuales para escribir?

–Sí. Michel Foucault, meses antes de morir, dijo: “Cada libro mío puede leerse como un trozo de autobiografía”. Para quien conoce la obra de Foucault, puede llamarle bastante la atención porque no escribió nada autobiográfico. Pero es cierto que cualquier escritor esté escribiendo algo autobiográfico, aunque sea sobre ciencia. No podría haber hecho todo lo que se cuenta en el libro, también hay experiencias que me contaron otros y mucho de lecturas. En uno de los cuentos, tenía la idea de escribir sobre necrofilia, pero tomé La cautiva, de Echeverría, empecé a entresacar trozos de ese poema y agregué versos escritos por mí, tratando de imitar su estilo. Cuando estaba escribiendo Ideas robadas, en la época en que había empezado a estudiar teóricamente la posmodernidad, la vida me regaló encontrarme con una frase de Voltaire: “El robo de ideas está permitido siempre y cuando venga acompañado del asesinato del que las inventó”. El tema es cómo elaborás lo leído para que se convierta en tu propiedad.

–¿Cómo piensa que puede ser recibido un libro de relatos sexuales, escrito por una mujer que viene del mundo de la filosofía?

–Al principio tenía un poco de temor, pero increíblemente me tratan con mucho más respeto desde que apareció este libro. Los productores de algunos programas de radio o de televisión siempre me llamaban Esther Díaz; ahora me dicen “la señora” Esther Díaz. Es muy difícil que una mujer mayor admita que se calienta cuando lee al Marqués de Sade. Haberme atrevido a poner el cuerpo generó respeto. En última instancia, ¿quién no se hace el bocho con lo sexual? El tema es que alguien tire la primera piedra, y que un joven la tire es lo más normal, porque están en la edad de la transgresión; que la tire un varón también es normal, porque estamos en una sociedad machista; pero que la tire una profesora de filosofía es diferente. Sólo en una entrevista por radio llamó un oyente católico y dijo: “Por favor, que alguien haga callar a esa señora de una vez por todas” (risas).

–Pero aunque los argentinos se hagan el bocho con lo sexual, ¿no son todavía muy pacatos?

–Sí, muy pacatos. Las palabras de este libro producen más resquemor que una imagen. Entonces hay que cambiar el dicho: “Una palabra vale más que mil imágenes”. No sé hasta qué punto está devaluada la palabra; vemos tetas y culos que no escandalizan a nadie, pero todavía hay algunos medios que no pueden escribir esas palabras y ponen puntos suspensivos. La pacatería argentina en lo sexual viene de los fuertes dispositivos de control que se han instituido de la minoría pudiente del país sobre la mayoría trabajadora. Mi papá –diariero– y mi mamá –ama de casa– eran cuasi analfabetos. Me inculcaron una moral tan cerrada, sobre todo en lo sexual, que este libro es mi resistencia a no ser como mi familia quería que fuera. La generación del ’80 construyó la moral argentina para poder manejarnos mejor. Toda esa moralina fue apuntalada por el 5 por ciento de la población, que tenía todo el poder y el dinero de la Argentina, para gobernarnos al 95 por ciento que trabajábamos para ellos. Esa moralina es la herencia de la generación del ’80, dejaron su rastro en las costumbres morales y sexuales de los argentinos.

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“En el 2001, en las calles, lloré de emoción teórica.”
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