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Martes, 23 de febrero de 2010

LITERATURA › REYNALDO SIETECASE HABLA DE A CUáNTOS HAY QUE MATAR

“Yo siempre me nutro de la realidad”

El periodista acaba de publicar su segunda novela. Allí explora el tópico de la venganza, con reminiscencias del caso real que tuvo como protagonista a Blumberg. El anclaje con lo real se completa con una mirada muy crítica del rol del periodismo.

 Por Silvina Friera

La dueña del restaurante de Paraguay y Bonpland sacude varias veces la cabeza hacia el fondo, sin decir una palabra. Sus gestos entusiastas –ojos como platos humeantes recién servidos y una sonrisa de aprobación por el hombre que entró hace unos minutos– revelan que de algún lado registra a ese hombre de pelo largo que eligió el rincón más apartado para esperar a Página/12. Como un mimo, indica el camino que conduce al periodista, narrador y poeta Reynaldo Sietecase. Los comensales no lo miran con sospecha, como le sucede entre varios periodistas cuando dice que es poeta desde los 15 años –fundó el grupo literario El poeta manco en su Rosario natal– y que tiene seis poemarios publicados. Algunos colegas de prensa, medio distraídos o malintencionados (nunca se sabe), le preguntan, ahora que publicó el policial A cuántos hay que matar (Alfaguara): “¿Qué hacés escribiendo una novela?”. Acá no saben de la poesía de Sietecase, “mi mitad oculta”, como la define, sin quejas, acaso resignado por ese desconocimiento entre “gente informada”, del palo periodístico. Acá, algunas sonrisas, sobre todo las femeninas, podrían mutar en una mueca de espanto, si supieran que en su último libro hay un periodista que en un momento se convierte en una versión de Yiya Murano, la célebre envenenadora de Monserrat.

En A cuántos hay que matar dispara una interrogación que interpela a la sociedad argentina, desquiciada en su inclinación a aceptar (y ponderar) la justicia por mano propia. La pregunta la hace Mariano Márquez, el bifronte protagonista de su primera novela Un crimen argentino –abogado que asesinó a un hombre y lo disolvió en ácido–, ante el próspero empresario Federico Bauer, un “buen católico” que busca orquestar una venganza. Quiere matar a los tres responsables del secuestro y asesinato de su único hijo, que pronto saldrán de la cárcel. “Usted sabe mejor que yo que hay jueces que están más cerca de los delincuentes que de las personas decentes”, aúlla Bauer, desde una omnipotencia salvaje, mientras le pide a Márquez que sea el intermediario con el sicario. La reminiscencia de un caso real, el de Juan Carlos Blumberg, le permitió crear un policial cuya trama navega en tres aguas que se mezclan: la crónica del “ojo por ojo, diente por diente”, el backstage del secuestro y asesinato de Alejandro Bauer, y el diálogo de un cuestionado periodista con uno de los presos que se niega a dejar la cárcel porque teme que lo maten.

“Hay muchas personas en Federico Bauer, no sólo Blumberg; pero como el personaje de mi novela es un empresario a quien le mataron un hijo, me pareció que Blumberg era un modelo para tomar”, explica Sietecase. “Si me preguntás si es Blumberg, no, no es –aclara–. Pero la referencia está y no me preocupa que se note. El que la quiera ver, que la vea. Yo siempre me nutro de la realidad. Para mí el policial tiene una exigencia clave. Además de que la historia tiene que estar bien contada, debe tener verosimilitud.”

–¿Por qué le interesó explorar el tópico de la venganza?

–La venganza es una de las grandes pasiones humanas; está en toda la literatura universal, desde el teatro clásico, los griegos, Hamlet... ¿sigo? La venganza está flotando todo el tiempo en la sociedad argentina. Tengo para mí una explicación. Lo mal que funciona la Justicia en el país genera que todo el tiempo alguien diga: “lo voy a matar”. Acaba de pasar con los familiares de la chica atropellada por la Hiena Barrios. El principal problema de la Argentina es la Justicia, no es ni la inseguridad ni la corrupción. Sólo el uno por ciento de los casos tienen sentencia. Cuando digo que la Justicia funciona mal, me refiero a que el poderoso tiene siempre más chances de zafar de cualquier responsabilidad penal. Mi único objetivo con la novela, como cualquier texto de ficción, era contar una buena historia. Acá se plantean dudas, interrogantes: hasta dónde el poder, hasta dónde la impunidad que te da el poder, hasta dónde las víctimas son sólo víctimas.

–Hacia el final de la novela, ¿está más cerca de las argumentaciones de Márquez, que condena la pena de muerte, a pesar de que oficia de intermediario de la venganza?

–Sí, estoy más cerca de Márquez. Aunque es un amoral y un asesino, tiene ciertos códigos. El ayuda a ejecutar una venganza, pero desprecia lo que está pasando. Estoy jugando con Márquez una suerte de proceso muy particular. En mi primera novela es un asesino impiadoso, tremendo; acá facilita una venganza, pero es probable que en una próxima novela Márquez esté colaborando con la Justicia: pasará de la oscuridad a la luz. Ya van dos periodistas que me preguntan por la discusión entre Bauer y Márquez. Para uno la gana el empresario; para el otro, Márquez. En realidad, no me importa mucho quién gana la discusión; en el fondo subyacen estas dos maneras de pensar. En lo personal, abomino de la violencia, no me gustan las armas. Todo lo que sé de armas ha sido en función de la ficción. Ahora también sé mucho de venenos. ¡Cuidado si tomás el té conmigo! (risas).

–¿Por qué el periodismo queda tan mal parado en la novela? ¿Es una autocrítica?

–Sí, se puede interpretar como una autocrítica. Creo que estamos haciendo el peor periodismo desde el ’83. Pero no tanto por la lucha entre los medios y el Gobierno. Se ha perdido mucho el rigor, la calidad informativa. En mi última charla con Tomás Eloy Martínez, un reportaje de hace más o menos un año, Tomás hablaba de lo preocupado que estaba, tanto por la falta de calidad en la escritura como en la investigación periodística. Y por el exceso de narcisismo. Lo cito a Tomás porque fue un gran maestro de periodistas, un referente indiscutible. No quiero revelar lo que hace el periodista, porque es muy importante para el libro, pero estaba bien que hubiera una burla final hacia el periodismo. No es que me paro con el dedito y digo: “qué feo que estamos haciendo las cosas”. Tengo una visión crítica sobre el periodismo y quise deslizarla en la novela con una vuelta de tuerca.

–¿Cree que el hecho de estar en un lugar de mucha ponderación generó que los propios periodistas se hayan “relajado”?

–Es muy probable; con la crisis de 2001, la gente colocó al periodismo en una suerte de fiscal de la nación. La verdad, el periodismo no es eso, ¿no? El periodismo debería contar bien, de la manera más honesta posible, lejos del poder. El periodismo es interrogación y pregunta; pero en un momento de pronto cargamos con el hecho de que tenemos que dar respuestas, certezas, juicios, opiniones. Eso hizo que se perdiera un poco la brújula. No sé..., lo podríamos poner de otra manera. Me pongo yo en fiscal de mí mismo, en cuestionador de lo que estoy diciendo. También podríamos decir que no hay mal periodismo en la Argentina, sino malos periodistas. No está mal que debatamos entre nosotros. Pero volviendo a la novela, me parecía que un periodista que quiere entrevistar a un tipo que no quiere salir de prisión era una buena idea.

Jorge Boccanera, poeta y periodista, definió a Márquez como el “Hannibal Lecter del subdesarrollo”. “Me gustó esa definición; está bien, puede ser”, admite Sietecase. Todos los personajes de su última novela se desplazan por un precario andarivel ético. “Mucha gente es así; es difícil encontrar personas genéticamente intachables. Quizá tenga que ver con mi mirada un poco escéptica de la condición humana. El ser humano es capaz de cosas maravillosas, pero también de lo más atroz.”

–Al no quedar en la novela, aunque más no sea un ínfimo espacio de resistencia ética, ¿cree que hay esperanza?

–Estoy pensando... no hay ningún gesto ético, es cierto, pero no me parece que sea una novela de-sencantada. En el fondo la frase “a cuántos hay que matar” es una burla. Cuántas veces se escucha que un taxista dice: “a cuántos hay que matar en este país para que esto se arregle”. Y ha muerto tanta gente... Argentina es un país muy violento desde siempre, desde el fondo de la historia.

El encuentro con la mitad oculta

Reynaldo Sietecase escribe poesía desde los 15 años. “La gente casi no lo sabe, es mi mitad oculta –cuenta–. Todavía tengo colegas periodistas que me preguntan: ‘¿Qué hacés escribiendo una novela?’. Todos imaginan que uno tiene que escribir no ficción”.

–¿Hay prejuicios en el ambiente de la poesía porque es periodista?

–No sé si hay prejuicios, pero me miran medio raro. Tengo seis libros publicados y formé un grupo literario. El periodismo me salvó la vida porque puedo vivir de la escritura. Cuando Osvaldo Bazán presentó mi último libro de poesía, Hay que besarse más, dijo que los más discriminados del mundo son los poetas, no los putos; que había que hacer una “marcha del orgullo poeta” (risas). Ser poeta es una calamidad, te miran raro, no te dan bola, no te publican. ¿Qué es lo peor que te puede pasar en la vida? Ser poeta, decía Bazán.

–Sin embargo, a pesar de su marginalidad, la poesía siempre cotiza en alza en la bolsa de valores literarios.

–Sí, es raro lo que pasa. Tengo una teoría muy loca. Un cirujano que lee Gelman es mejor cirujano que uno que no lo lee. No tengo ningún elemento para sostenerlo. Un periodista que lee poesía es mejor periodista que el que no la lee. Y no quiere decir que tenga que usar imágenes poéticas, ni mucho menos. La poesía hace bien al alma; te ayuda, te sostiene. A veces estamos confundidos, creemos que la gente común no está en contacto con la poesía. El tango es altísima poesía en la Argentina. “Uno busca lleno de esperanzas el camino que los sueños prometieron a sus ansias” (tararea el comienzo de “Uno”). Me ponés cuatro meses en una habitación y no me salen unos versos así (risas). Y lo entiende perfectamente cualquier vecino. La gente está en contacto con la poesía, aunque no compre los miles y miles de libritos de poesía que andan por ahí.

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“La venganza es una de las grandes pasiones humanas”, plantea Sietecase.
Imagen: Daniel Dabove
 
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