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Miércoles, 8 de abril de 2015

LITERATURA › SE EDITó EN LA ARGENTINA UNA PARTIDA DE AJEDREZ, DE STEFAN ZWEIG

La narración desplegada en un damero

Escrita poco antes de su suicidio en Brasil, la novela del autor austríaco tiene una belleza y una intensidad que exceden sus 98 páginas: el enigmático intercambio de dos personajes con un campeón de ajedrez durante un viaje en tren.

 Por Silvina Friera

La tortura mental es como un túnel negro donde los desesperados se arrastran a tientas, sin seguridad ni certezas de que puedan atisbar la luz. “Los interrogatorios duraban una hora, pero gracias a la insidiosa tortura del confinamiento solitario, la cabeza nunca dejaba de pensar”, recuerda el doctor B., un misterioso vienés que escapa de Europa tras conseguir huir de la Gestapo. “Recién ahora entiendo lo diabólicamente ingenioso que era el método de la habitación de hotel, lo terriblemente bien diseñado que estaba en términos psicológicos. En un campo de concentración, quizá me hubieran obligado a acarrear rocas hasta que las manos me sangraran y se me congelaran los pies en los zapatos; quizá me hubiesen obligado a dormir con una docena de personas hacinadas en la mugre y el frío. Pero al menos así habría visto rostros, habría podido ver un campo, una carretilla, un árbol, una estrella, algo, cualquier cosa, mientras que en el hotel siempre me rodeaban por las mismas cosas, siempre las mismas, siempre las mismas malditas cosas. No había allí nada para distraerme de mis pensamientos, mis delirios, mis recapitulaciones macabras. Eso era precisamente lo que ellos querían: yo debía asquearme una y otra vez de mis pensamientos hasta atragantarme con ellos, y finalmente no tendría otra opción más que escupirlos, contarles todo, todo lo que querían saber, entregar de una vez por todas la información y a las personas que ellos querían.” Este fragmento magistral, un “testimonio literario” de una potencia inaudita –con perdón del oxímoron–, pertenece a la novela Una partida de ajedrez, de Stefan Zweig –escrita en 1941, un año antes del suicidio del austríaco en Brasil–, publicada en el país por Ediciones Godot.

Zweig (1881-1942) desafía al lector de todos los tiempos con esta intensa novela de apenas 98 páginas al sugerir que la realidad –o el drama de entonces, el nazismo– no tiene más remedio que desplegarse en la forma oblicua de una construcción imaginaria. Una partida de ajedrez narra el viaje en un buque de vapor, desde Nueva York a Buenos Aires, del campeón mundial de ajedrez Mirko Czentovic, un campeón completamente ajeno al mundo intelectual, “taciturno e imperturbable, a quien ni siquiera los periodistas más avezados lograron sacar una sola palabra que pudiera usarse con fines publicitarios”. En esa travesía andan también McConnor, un escocés ingeniero civil que, según plantea el narrador, había amasado una fortuna realizando perforaciones petroleras en California; y el enigmático doctor B. McConnor se obsesiona con jugar una partida con el campeón mundial y paga doscientos cincuenta dólares, lo que le pide Czentovic, “la tarifa mínima” que debe cobrar según obligaciones contractuales. “El resultado, como era de esperarse, fue nuestra completa derrota en el vigesimocuarto movimiento”, dice el narrador. “En ningún momento hizo más que echar lo que parecía un vistazo fugaz al tablero, ignorándonos y tratándonos con cierta indiferencia como si fuéramos figuras inanimadas de madera; su actitud insolente nos recordaba instintivamente la forma en que arrojaríamos un trozo de comida a un perro sarnoso, casi sin mirar.”

McConnor quiere revancha; el “insensible y frío” oponente accede. Entonces emerge la “segunda” historia o el “relato principal” cuando aparece el doctor B., un hombre de unos 45 años que interviene aconsejando las jugadas correctas para salvar la revancha y obtener un empate. La tercera partida será sugerida por el propio campeón de ajedrez contra el doctor B., quien afirma que no ha jugado en 25 años. El doctor B. aprendió a jugar mientras estaba detenido en la habitación de un hotel por la Gestapo, cuando logró robar un libro que resultó ser un manual de ajedrez, una compilación de ciento cincuenta partidas de campeonato. “No podía pensar en otra cosa que no fuera el ajedrez; pensaba sólo en movimientos y problemas de ajedrez. A veces me despertaba transpirando y me daba cuenta de que inconscientemente seguía jugando mientras dormía; y cuando soñaba con personas, lo hacía sólo en términos de los movimientos del alfil, la torre, el avance y el retroceso del caballo”, se lee en un fragmento de la novela cuya interrogación perenne es cómo sobrevivir y ganar la pulseada de la supervivencia en contextos de tortura mental, aislamiento o confinamiento.

Criado en una familia judía acomodada de Austria, Zweig se formó en la Universidad de Viena, donde se doctoró en Filosofía. Amigo de Sigmund Freud y Richard Strauss, el autor de novelas, cuentos, poemas, piezas teatrales, ensayos y biografías coleccionaba partituras manuscritas de sus músicos favoritos y tenía un miedo visceral a envejecer. Sus libros fueron prohibidos por el nazismo en Alemania y cuando la influencia nacionalsocialista era irrevocable en Austria, el escritor viajó a Inglaterra y se instaló por un tiempo en las afueras de Bath. Pero se sintió demasiado aislado y decidió rumbear junto con su segunda esposa Lotte hacia Nueva York (Estados Unidos), una ciudad que había conocido en 1911, cuando tenía 30 años. Muchos judíos lo llamaban “epicúreo” y le reprocharon que hubiera trabajado con Strauss, destacado compositor y director de orquesta que al principio tuvo buenas relaciones con el nazismo, para quien escribió el libreto de la ópera La mujer silenciosa.

“Tenía la cara de un hombre desilusionado que intentaba agarrarse a la desesperada al espejismo de una Europa que ya no existía y que se negaba a llorar como si hubiera muerto.” Así describía a Zweig el periodista neoyorquino Joseph Brainin. El escritor austríaco se negaba a aceptar el naufragio de su sueño europeísta y se sentía humillado al ver cómo el nazismo se apropiaba del idioma alemán. Llegó a Petrópolis (Brasil) en agosto de 1941 y se instaló en una casa en la calle Gonçalves Dias, en la que hoy funciona el museo casa Stefan Zweig con un enorme tablero en homenaje a Una partida de ajedrez, magnífica novela cuya puesta en circulación agradecerán muchos lectores. Ahí, el 22 de febrero de 1942, se suicidó junto a Lotte. Su carta de despedida es un texto bellísimo, escrito bajo la urgencia del final elegido: “Ojalá puedan ver el amanecer después de esta larga noche. Yo, demasiado impaciente, me voy antes de aquí”.

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Zweig se suicidó junto a su esposa el 22 de febrero de 1942.
 
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