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Viernes, 15 de septiembre de 2006

LITERATURA › ANDREA FERRARI Y SU LIBRO “TAMBIEN LAS ESTATUAS TIENEN MIEDO”

“No me interesa transmitir un modelo”

En su nuevo libro, la ganadora del premio Barco de Vapor por El complot de las flores se anima a un tema tan complejo como el trabajo infantil, a través de una preadolescente muy poco afín al tierno personaje típico, que busca un escape a los problemas cotidianos haciendo de estatua viviente.

 Por Silvina Friera

Florencia escribió la primera lista el día en que decidió trabajar de estatua viviente. No le gustan los diarios íntimos de tapas rosas con letras y corazones rojos, llenos de confesiones sentimentales y románticas, pero aprovechó el que le regalaron en su último cumpleaños, le pegó una foto de su banda de rock preferida en la tapa y empezó a anotar las cosas que odia, lo que le molesta, lo que le gusta. Tiene doce años y escucha que su mamá repite a cada rato: “Algo hay que hacer”. El problema, eso que hay que hacer, es cómo llegar a fin de mes cuando la plata no alcanza para todos los gastos, alquiler, útiles escolares, comida y los pañales de su hermano, “quien se resiste a crecer en altura, aunque come más que una manada de búfalos”. Además, hace ocho meses que su papá se fue de la casa y no sabe nada de él. En También las estatuas tienen miedo (Alfaguara), Andrea Ferrari narra la historia de una preadolescente que no responde al modelo ideal y acartonado que puede aparecer, todavía, en cierto tipo de literatura infantil. Si la protagonista del libro parece tan de carne y hueso, es porque la autora prefiere mostrar una parte de la realidad –las peripecias de una chica de clase media en el comienzo de la adolescencia– con mucho humor y sin moralizar.

Lejos de la fantasía de “ser escritora”, Ferrari empezó a escribir cuentos para su hija Valeria. En un momento se dio cuenta de que el juego le gustaba demasiado y se animó a explorar un poco más. Su primer libro, Las ideas de Lía, se publicó hace cinco años, pero todavía sentía que era una “escritora doméstica”, de entrecasa. Cuando en 2003 ganó el premio Internacional Barco de Vapor con la novela El complot de las flores (que fue traducida al portugués y al coreano), decidió dedicarse a escribir. “Mi hija sigue siendo mi primera lectora, pero se me está yendo de edad porque tiene 15 años. Su mirada me sirve mucho, pero ahora busco en chicos más chicos, no tanto primeros lectores previos a la edición sino referentes en cuanto a la forma de hablar y de pensar”, dice Ferrari en la entrevista con Página/12.

El primer embrión de su última novela apareció cuando Ferrari vio una estatua viviente en una plaza. El hombre estaba con una inmovilidad tan perfecta que se preguntó, asombrada, cómo hacía para no moverse con el viento gélido que soplaba. “Pensaba todas las cosas que le estarían pasando por dentro mientras mantenía esa dureza por fuera. Y empecé a jugar con esta idea de un trabajo que consiste en no hacer nada. Era un buen personaje para contar una historia. Me senté a escribir, pero no sabía cómo se preparan, qué hacen, cómo soportan el frío, el calor, los mosquitos, los perros. Y entonces me puse a buscar a estatuas actores para que me contaran cómo trabajaban. Fue un ida y vuelta con el periodismo porque después también decidí hacer una nota en Página/12”, señala la autora de La rebelión de las palabras.

–¿Le costó abordar el tema del trabajo infantil?

–La protagonista es una preadolescente a la que se le ocurre trabajar de estatua viviente como una vía de escape de la situación que vive en su casa. El trabajo infantil es un tema complejo. En la novela aparecen contrastadas dos formas: el rebusque de Florencia como estatua y el de Pato, un chico que limpia vidrios en los semáforos. Sé que puede ser polémico, pero también es una realidad que los chicos viven todos los días. El problema está en lo que se espera de la literatura infantil. Hay quien busca siempre transmitir modelos, pero a mí me interesaba mostrar una realidad.

–Pero hay una corriente en la literatura infantil que se opone al modelo del “niño ideal”.

–Sí, hay muchos autores que trabajan con la realidad sin un discurso moralizante, pero es fuerte la corriente que defiende que la literatura infantil tiene que trasmitir forzosamente un determinado conjunto de valores y, como circula fundamentalmente en las aulas, esta idea del modelo aparece reforzada por lo que la escuela espera de un libro para chicos. En España estuve en una escuela presentando El complot de las flores. Cuando terminó la charla, se acercó una docente para decirme que le había gustado el libro, pero me criticaba porque había incluido en algunos capítulos que los protagonistas brindaban con cerveza y no había tenido en cuenta el problema del alcohol en los adolescentes. Me quedé sin palabras. Uno como adulto prefiere que sus hijos no tomen y lleven el saquito si hace frío, pero tampoco podés pretender que los personajes tengan todo el tiempo saquito porque serían aburridísimos. A veces esta búsqueda de valores choca con el desarrollo de la ficción, con la literatura como factoría de historias.

–Florencia canta una canción de La Renga, cuando veinte años atrás quizá estuviera cantando un estribillo de María Elena Walsh. ¿Esta elección fue deliberada?

–Sí, pensé en cómo son los chicos de doce años. Quizás ahora María Elena Walsh es para jardín de infantes, está en otra área porque los chicos consumen mucho rock. Me interesó también que esa canción, “El revelde” (“Me gusta el rock, el maldito rock, siempre me lleva el diablo”), fuera una definición del personaje: una chica a la que no le gustan el romanticismo ni el color rosa ni los corazones. Le gusta el rock.

–Este perfil también vale para la actitud de la protagonista con el padre. ¿Sería una chica rebelde?

–Es una nena desafiante; a la madre le cuesta mucho ponerle límites. Con el padre, me parece que no se pone tanto de manifiesto la rebeldía sino su ausencia, que a ella le provoca un enojo muy lógico.

–Aunque ahora es más visible la literatura infantil, ¿cómo se la percibe?

–Hay más espacios para la literatura infantil que antes. Se puede comprobar en las librerías y en los medios de comunicación. Pero sigue siendo la hermanita menor. Está tan generalizada la idea de que es una literatura de segunda mano, que hasta los chicos en las escuelas me preguntan: “¿Después vas a escribir para grandes?” (risas), como si fuese un escalón. No se puede negar que la literatura infantil ha conquistado más espacio a partir del fenómeno de Harry Potter, que provocó que el mercado reaccionara con más interés y que se ampliaran un poco los lugares de circulación de la literatura infantil. Pero en la Argentina, el espacio más importante de circulación sigue siendo la escuela, que es el lugar de mediación con el libro.

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“La literatura infantil tiene hoy más espacios.”
 
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