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Viernes, 22 de junio de 2007

LITERATURA › ALAN PAULS SE PRESENTO EN LA BIBLIOTECA NACIONAL

Puig, el gran desenmascarador

El escritor expuso una serie de claves que se mantienen en las distintas novelas del autor de Boquitas pintadas.

 Por Angel Berlanga

En la obra de Manuel Puig la industria del secreto liga al chisme con el psicoanálisis: ésa fue una de las claves que propuso Alan Pauls en la Biblioteca Nacional durante la conferencia en la que abordó críticamente la novelística del autor de Boquitas pintadas y de El beso de la mujer araña. “Nunca faltan esos monitores del inconsciente que se ganan la vida gracias al contacto con lo inconfesable: pulsiones, deseos, fantasías, rituales privados, deudas, traiciones –dijo Pauls–. Por lo general, son sujetos poco confiables, con tendencia a la impostura, la extravagancia o la manipulación, y suelen estar demasiado ocupados por sus propias tortuosidades para lidiar con las que les presentan sus pacientes. Siempre están entre el fraude, la psicopatía y la ruptura de encuadre”. Pauls sustentó cada una de sus hipótesis, además, ilustrándolas con variadas situaciones y personajes concretos de las historias de Puig. Hipótesis, claves, para contornear lo que sintetizó el título de su conferencia: “La zona íntima”.

Para ilustrar la ligazón chisme-psicoanálisis Pauls –autor de El pasado y de El pudor del pornógrafo, colaborador habitual en Radar–, recurrió sobre todo a Cae la noche tropical, protagonizada por Nidia y Luci, las dos hermanas mayores que Puig pone a conversar, un par de “profesionales del chisme” que se ceban especialmente con Silvia, la psicoanalista que vive al lado. “La vida ajena aquí no es cualquier vida ni es cualquier aspecto de la vida: es en principio la vida de una psicoanalista, alguien que, como dice la novela, está sedienta de saber, vive de saber todo, hasta el último secreto de sus pacientes. Y la dimensión específica de esa vida a la que se abisman Nidia y Luci es la de la intimidad: la más recóndita; la que florece en la reserva, lejos de la mirada del otro; la que sólo toleraría salir a la luz si se le garantizaran un contexto adecuado y los máximos protocolos de discreción. He aquí, pues, en toda su desnudez, la fórmula narrativa del libro: dos mujeres chismosas, sin vida, se alimentan día y noche de la vida de otra –la de al lado, como la llama la novela, haciendo trabajar la paradoja de cercanía y desconocimiento que pone en juego la relación de vecindad–, una mujer cuya profesión –al menos como lo interpretan las vecinas, que todo lo interpretan– consiste a su vez en incitar, indagar, escuchar, alimentarse –es decir, vivir– de los secretos más íntimos de los otros.”

Pauls señaló que Puig es un escritor que, desde siempre, estuvo obsesionado con el secreto y la alcahuetería, las estrategias del hermetismo y de la delación. Lo que hizo desde su primera novela, La traición de Rita Hayworth, planteó, “fue atentar contra la intimidad: husmear, inmiscuirse, interceptar comunicaciones privadas, irrumpir en archivos personales, descorrer telones, restablecer verdades escamoteadas, sacar confesiones a la luz”. Su poética de la hipocresía y la transparencia, subrayó Pauls, es sólo una de las dimensiones de su literatura, “porque Puig es grande a la hora de saquear intimidades, pero nunca es tan grande como cuando las inventa”.

El secreto en sí, siguió Pauls, a fin de cuentas importa poco: “Lo que importa de ese frenesí no es tanto lo que consiguen sacar, el tesoro obsceno o desvalido que acaso desentierren, como el efecto nutritivo que ese flujo de vida ajena que monitorean tiene sobre ellas. Es prácticamente una transfusión, una verdadera transferencia de vida. La vida de la otra persona es alimento, sangre, elemento vital. La prodigiosa adicción al otro es uno de los leit motiv más persistentes en la obra de Puig”. Sus personajes centrales, propuso Pauls, no son curiosos: son vampiros. Y son más fuertes de lo que parecen, dijo, “porque pertenecen a un reino extraño, que ama la cercanía, la inmediatez y el contacto como nada en el mundo: el reino de los parásitos”. La relación parasitaria, explicó, no tiene buena prensa y está condenada al oprobio por asimétrica, instrumental, porque “el otro sagrado es sólo un medio para conseguir un fin, un beneficio, una rentabilidad que lo trasciende, lo desprecia o simplemente lo ignora”. “A su manera incorrecta, indigna o aberrante –dijo Pauls–, el parasitismo postula una idea fuerte de intimidad.”

“Yo trabajo sobre Puig desde hace ya 20 años”, le dijo Pauls tras la conferencia a Silvia Hopenhayn, anfitriona y coordinadora ante el público de La literatura argentina por escritores argentinos, ciclo por el que ya pasaron 22 autores y que prevé, como cierre, para los dos próximos martes, ponencias de Liliana Heker y de José Pablo Feinmann. ¿Qué puntos de contacto hay entre las obras de Pauls y Puig? “Para mí siempre fue una especie de otro absoluto –dijo el autor de El pasado–. Ninguna literatura podría ser más remota a la mía. Creo que hasta hace muy poco siempre funcionó como un borde, una dimensión extravagante para mí. Es como la otra cara de mi papel. Puig es un escritor que me permitía hacerme preguntas y pensar problemas que de otro modo jamás encararía. Es alguien que me saca de quicio. Y eso me gusta, es lo mejor que me puede pasar: si no me sacaran de quicio no pensaría nada. Con los años esta relación de alteridad fue cambiando; aunque no diría que algo de mi trabajo se reconcilió con el suyo, sí encuentro, muchas veces, como que voy poniendo los pies en unas huellitas que encuentro en la arena y que, reconozco, son de Manuel Puig”.

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Pauls estudió a Puig durante veinte años.
Imagen: Jorge Larrosa
 
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