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Lunes, 17 de septiembre de 2007

LITERATURA › PRESENTACION DE “FERROCARRILES ARGENTINOS”, DE ELVIO GANDOLFO

“Casi siempre, los cuentos son mejores que las novelas”

La reedición de su libro de relatos fue la excusa para hurgar un poco más en el mundo de este autor, antólogo, traductor y periodista que se crió en Rosario, vivió en Buenos Aires y está radicado, desde hace unos años, en Montevideo.

 Por Angel Berlanga

El asunto prometía bastante y dio más: el editor, periodista y profesor universitario Jorge Lafforgue presentó Ferrocarriles argentinos, un libro de diez cuentos de Elvio Gandolfo publicado por El Andariego, una pequeña y nuevita editorial que enfoca lo latinoamericano. “Hacemos esta pareja de cómicos amables, tenemos muy aceitado todo”, le dijo casi al final Gandolfo a Fogwill, uno de los escritores que asistieron al número: ahí, en la librería Crack Up de Palermo, también estaban Sergio Olguín, Leila Guerriero y Gustavo Nielsen, entre otros. En el extremo opuesto, en el comienzo, La-fforgue aludió a los inicios rosarinos como poeta del protagonista de la noche, a sus trabajos como antólogo, traductor, periodista y animador cultural, al ritmo “demencial” de actividades que sostiene. “Pero falta decir lo esencial: Elvio es uno de los mejores cuentistas del río sin orillas, como le gustaría decir a su admirado coprovinciano, Juan José Saer.”

Ferrocarriles argentinos fue editado antes, por única vez, en 1994, y es uno de los siete volúmenes de cuentos publicados por Gandolfo. Lafforgue señaló que en este libro impera “la más amplia libertad” y apuntó la diversidad de extensiones, temáticas, fechas de escritura y de géneros, que bordean el policial, el fantástico, la crónica. “No es heterogeneidad deliberada –dijo el autor–. Disfruto tanto con los libros parejos, homogéneos, como con otros más disparatados, que expresan muchas puntas: Bestiario, de Cortázar, por ejemplo. Cuando corregí éste, para la reedición, vi que se sostenía y me dije: ‘Ya no puedo escribir más así, qué bien resuelto estaba’. Me dio como una pilladura de alguien con el pasado: ‘¡Qué grande que era yo cuando era joven!’ Pero también me gusta lo que estoy haciendo ahora: escribí un libro de poemas, recontra desparejo, ya van a ver, si es que sale alguna vez.”

Ese libro se llama El año de Stevenson, primer trimestre, ya lo tiene terminado y en parte deriva, contó, de la muerte de un amigo, de la internación de su padre en un geriátrico y de que su hija se fuera de casa a vivir con su novio. “Me encantó la reacción que tuvieron un par de editoriales –ironizó–. Fue como si les estuviera proponiendo publicar un libro de pornografía con niños.” Gandolfo dijo que cree que seguirá escribiendo cuentos y que tiene cuatro o cinco de relatos de terror que ubica en el subrubro “minucioso”. Se explica: “Cuando me salen ‘sueltos’ se parecen más a la poesía o al humor, y cuando me salen exigentes, y quiero contar algo minuciosamente, son muy materialistas, más que cualquier otra cosa. En el caso de Ferrocarriles... sería ‘Llano del sol’, que es casi exasperante; cuando lo releí dije ‘menos mal que no escribo más con este detallismo’. Pero yo lo veía así y quería narrar exactamente lo que sentía que veía”. Se agrega: “Ultimamente estuve pensando mucho en la forma del cuento y en cómo, casi sin excepción, en la producción de cualquier escritor, son mejores que las novelas”. Lo mejor de Murakami, o de Flaubert, propuso, como ejemplos, está en sus relatos, o a lo sumo en sus novelas cortas.

Lafforgue contrapuso el despelote de la Torre de Babel con la prolija disposición tradicional que representa la Biblioteca de Alejandría para preguntarle a Gandolfo sobre el péndulo “orden-desorden” en su vida y su producción literaria: “¿Cómo te las arreglás para ese múltiple desempeño en actividades culturales varias? ¿Interfieren, se cruzan, te enloquecen?” “La época que pasé peor fue la adolescencia –respondió–, pero después me impulsó, a través del trabajo que habíamos hecho con mi viejo con El lagrimal trifurca, el tratar de vivir de esto; como se sabe, en esta región eso es difícil, exige ubicuidad, no especializarse solo en algo, y moverse. Se complica, porque las tres ciudades me gustan mucho.” Gandolfo nació en 1947 en Mendoza, desde muy chico vivió en Rosario, durante ocho años y hasta el corralito-Cavallo en Buenos Aires y desde entonces en Montevideo. “Me energiza de maneras distintas llegar a cada ciudad, pero también saber que, en una, me quedo –explicó–. Me mató, literalmente, el fallecimiento de este gran amigo, Tolosa, que tuvo un accidente gravísimo en la ruta. Eso me sacó del elemento en el que absorbo con tanto gusto: la lectura, lo que voy viendo en los viajes, lo que puedo pensar, la construcción de cuentos o textos al estilo de ‘Omnibus’, que es casi el planteo literal de esos movimientos.” “Hay una trampa embromada en esto –agregó–, que es no darse cuenta del borde del estrés, que te mata como un revólver. Con un amigo de Montevideo me pasó, un par de veces, que se descontrola la cabeza: uno quiere decir algo, y dice otra cosa. Es grave y terrible cuando uno no controla lo que cree que es el yo. Pero me gusta hacer este laburo. Y este ir y venir no altera mi producción, que a lo largo del tiempo ha sido pareja.”

Cuando Lafforgue le comentó que con frecuencia sus cuentos concluyen con finales abiertos, o sin respuesta, Gandolfo dijo que acaso tuviera que ver con autores como Chéjov o Carver, de cuyos relatos disfruta. Lafforgue: “Trabajás en el periodismo cultural y de alguna forma estás implicado con el movimiento del mercado, famoso, ahora. Pero eso no se refleja en tu literatura. Es como si fueras esquizofrénico”. Gandolfo: “A un amigo de Montevideo lo tengo harto, porque siempre le digo ‘mirá, faltan solo cuatro meses para que se venza tal premio’. Hasta que un día me dijo: ‘¿Por qué no te dejás de romper las bolas y escribís una novela? Después ves si la mandás’. A mí me gustó mucho la de Pablo De Santis (El enigma de París), la que ganó el Planeta en Colombia, porque hace la doble, el sueño de todo el mundo: no entregar el rosquete y conseguir el premio. Ese libro, creo, va a tener persistencia: es casi como un estudio de la novela policial hecho en forma de narración”.

Y ahí fue cuando Lafforgue invitó a preguntar al protagonista y Fogwill dijo que a ver cuándo la iba a cortar con su dispersión laboral, porque sus múltiples pertenencias devienen en no pertenencia a algo. “He logrado la magia de ser considerado un gran escritor argentino y que no me mencionen en ninguna lista –respondió Gandolfo–. Pero nunca, en ningún lado. Es maravilloso. Lo quería lograr, lo logré, y ahora no me gusta.” Fogwill insistió, agradeció los señalamientos de Lafforgue y Gandolfo dijo entonces lo del dúo de cómicos amables: “No veo la hora de presentar su próximo libro”.

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Jorge Lafforgue presentó el libro de Gandolfo, publicado por el nuevo sello El Andariego.
 
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