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Sábado, 15 de marzo de 2008

LITERATURA › LA HISTORIA DE HORACIO CORTI, JUEZ Y ESCRITOR

Los libros tienen sus propias leyes

Acaba de publicar La vocación filosófica, su primer libro de ficción. Corti establece la conexión entre sus dos vocaciones: “Escribir es un castigo que me hicieron por un crimen que no cometí”, dice.

 Por Silvina Friera

Horacio Corti cultiva el perfil bajo. No pertenece a esa extraña fauna de jueces mediáticos que aparecen en revistas de actualidad o que pululan por los canales de televisión. Amigo de hablar a través de sus fallos, este juez, miembro de la Cámara Contencioso Administrativa del gobierno de la ciudad, especialista en derecho presupuestario y escritor “de toda la vida”, acaba de publicar su primer libro de ficción, los cuentos de La vocación filosófica (Adriana Hidalgo). En su despacho de la Cámara lo acompañan dos fotos: sobre el escritorio, un retrato con el rostro, siempre alucinado y perturbador, de Samuel Beckett; en una de las bibliotecas sobresalen las facciones más amistosas de Michel Foucault. Sabe que es inevitable que le pregunten por el fallo que a fines de diciembre de 2004 permitió que se reabriera la clausurada muestra retrospectiva del artista León Ferrari en el Centro Cultural Recoleta. El votó por la reapertura, alegando que la libertad de expresión es esencial en un Estado democrático. “Soy bastante discreto”, se excusa ante Página/12, pero llevará este tema a su molino literario-filosófico. “Las sociedades, por más liberales que sean, tienden a la persecución de los escritores, los artistas y los filósofos. Leo Strauss decía que como el filósofo es perseguido tiene que escribir entrelíneas, para que lo importante sea dicho como al pasar, sin que se perciba.”

Aunque los cuentos de su primer libro pueden leerse con autonomía, hay un hilo conductor en la voz, el tono y la ambigüedad de ese narrador, suerte de maestro de la filosofía, que se sucede de un relato a otro. “Pretendo, de alguna forma, que pierdan parte de su tiempo conmigo, como quien dice ‘contigo en la distancia...’”, confiesa el narrador. Hay una desesperación inexorable que corroe a los personajes, miedos que hacen derrapar, un filósofo peronista por momentos payasesco, incómodo, irónico, y operarios especialistas en semáforos que se dedican a vivir de acuerdo con los libros de Kant. “Aunque para muchos está vinculado al placer, para mí escribir es un castigo que me hicieron por un crimen que no cometí”, plantea Corti, que tiene dos libros inéditos protagonizados por el mismo narrador: Cabaret Althusser y El filósofo descalzo. “Escribo cuando ya no puedo hacer otra cosa”, admite. El miedo, uno de los ejes de los cuentos, no es un sentimiento muy reconocido públicamente. “Nadie admite fácilmente que siente miedo o que el miedo está en su propia vida –señala el juez y escritor–. Mi libro es perturbador, en algún sentido es como introducir una especie de efecto peronista en la literatura.”

–A propósito del efecto peronista, ese narrador dice: “Soy un filósofo argentino, católico y comunista, suma que da ¡bum! peronista”.

–Es como el axioma de (John William) Cooke: “El peronismo es el hecho maldito de la política del país burgués”. Y esto mismo sucede en la literatura, cuando hay un hecho maldito de esa significación, pienso en Las patas en la fuente, de Leónidas Lamborghini.

–¿Reconoce una familiaridad con Lamborghini?

–Sí, claro. Uno de los famosos eslóganes de los ’70 era “Si Evita viviera, sería montonera”, como una especie de eterno retorno plebeyo. En la literatura, si Pound viviera, sería Leónidas Lamborghini. Pound, a su manera, era un peronista sin saberlo, tal vez se encontraron Perón y Pound en Italia en algún momento, aunque después siguieron distintos caminos (risas). En los Cantos de Pound está la presencia china, y si uno lee Carroña última forma, de Lamborghini, aparece una escritura muy fragmentada, casi china. La historia tiene paralelismos, ecos, no es algo directo y causal. Para la literatura argentina, Leónidas es un poeta imprescindible. En el canon actual creo que un eje pasa por Lambor-ghini y el otro por Viñas.

–¿Qué otros escritores incluiría en su canon personal?

–Dicho rápidamente, también incluiría a Pound y a Pasolini, me parece una dupla muy poderosa. Pasolini tiene algo que a mí me interesa mucho, que es esa conjunción entre lo hiperpolítico y lo emocional, los sentimientos. Esa conjunción es poco habitual, bastante rara. De otra manera se da en Brecht, que es muy político y tiene todo un aspecto sentimental, en las poesías más que en el teatro.

–En el cuento “La infancia de San Agustín”, el narrador tiene la certeza de que la literatura es más real que la vida. ¿Usted también?

–Y en algún sentido sí, la experiencia pasa por lo que uno lee y para mí la literatura es central para comprender qué hago y cómo vivir, es mi brújula, mi referencia básica.

–En el cuento “La sal de la vida”, el narrador dice que para ser filósofo no es necesario tener gustos o inclinaciones. ¿Qué sería necesario?

–No se necesita saber ni tener nada, sólo la libertad, que el pensamiento pueda actuar libremente respecto de las coacciones de las propias opiniones o de los condicionamientos de cualquier tipo. ¿Qué pasa cuando el pensamiento se desenvuelve libremente por sí mismo? Ahí aparece la filosofía, que es peligrosa porque nadie sabe adónde conduce y es algo que puede hacer cualquiera que en algún momento pueda pensar libremente. Y también creo que cualquiera puede ser perseguido por pensar libremente, como les ha pasado a muchos filósofos.

–¿A usted también le pesa el hecho de ser abogado, como insinúa el narrador?

–No, el derecho me gusta mucho. El narrador asume la imagen social que se tiene del abogado, es como asumir la crítica de cómo te ven. Muchas veces el agravio hacia un grupo es utilizado por el grupo para identificarse a sí mismo, eso es algo muy peronista también (risas).

–¿Por qué no se puede eludir el peronismo ya no sólo en la política argentina sino en la literatura?

–El peronismo es estructuralmente ambiguo y la ambigüedad es literaria. El peronismo introduce una maldición en la política argentina: las masas, el pueblo, la movilización, pero también una edad de oro. En general, muchas utopías esperan lo que nunca se tuvo, nadie espera que vuelva lo que ya tuvimos. Cuando la literatura es intensa, tiene esa maldición. Hay libros que son como fuerzas naturales, como meteoritos, huracanes, y el peronismo se parece a un huracán.

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Corti es el magistrado que en 2004 permitió que se reabriera la muestra de León Ferrari.
Imagen: Arnaldo Pampillon
 
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