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Lunes, 22 de septiembre de 2008

CINE › LA COMPETENCIA OFICIAL EN EL FESTIVAL DE SAN SEBASTIáN

El vínculo con las tradiciones

Los primeros films proyectados mostraron una cercanía demasiado manifiesta con el canon cultural de los países de origen.

 Por Horacio Bernades

Desde San Sebastián

Sobre la marcha, el cine argentino suma una función especial en San Sebastián. Finalizada la recorrida festivalera de La rabia, que completó tres exhibiciones en la sección Horizontes Latinos, mañana toma la posta Leonera, mientras que en los últimos días de festival, a fines de esta semana, se apiñan en la programación El nido vacío (que se presenta el viernes en Competencia Oficial), la ópera prima Amorosa soledad (que lo hará en la paralela Zabaltegui) y La sangre brota, de Daniel Fendrik, que viene de su bautismo internacional en Cannes, en mayo pasado. A todo ello se le ha añadido una proyección especial de Aniceto, de Leonardo Favio, respondiendo a un deseo personal del propio realizador, que desafiando su fobia a los aviones (y sus trastornos físicos) aterrizará por aquí en estos días. Fuera de programación, la exhibición de Aniceto tendrá lugar el miércoles, en un lugar tan atípico como las propias películas del autor: se la verá, entre mantarrayas y tiburones, en el acuario de esta ciudad.

Una verificable relación con sus respectivas tradiciones cinematográficas y culturales presentan las primeras películas proyectadas en Competencia Oficial, en esta 56ª edición de San Sebastián. Lo que Two-Legged Horse parecería evidenciar es, más precisamente, el paso de una tradición a otra por parte de su realizadora, Samira Makhmalbaf. La manzana, su recordada ópera prima de hace diez años, mostraba a la joven cineasta (21 años en ese momento) como discípula aventajada de lo que podría llamarse “escuela Kiarostami”, filmando una historia mínima, despojada y pudorosamente emocional, con dos niños por protagonistas. En sus siguientes films (Pizarrones y A las cinco de la tarde, estrenada en Argentina tiempo atrás) los niños siguieron siendo protagonistas. Pero las historias iban pasando del despojamiento a la alegoría política, como si Samira empezara a tomar demasiado en cuenta lo que el público europeo espera de un film proveniente de Oriente Medio. Ahora, en Two-Legged Horse, los niños aparecen como víctimas de toda la crueldad universal. Sobre todo de la de su directora.

En Two-Legged Horse, un viudo de cierto dinero, que vive en la zona más devastada de Afganistán, contrata a un chico para que se haga cargo de su hijo tullido, mientras lleva a atender a su otra hija, que sufre de una discapacidad congénita mucho peor, a la India. Al tullido le faltan las piernas, porque se las arrancó de cuajo la misma mina que hizo volar a su madre en pedazos. ¿Quién queda a cargo de él? Un espástico, por supuesto, que vive adentro de una herrumbrada bomba yanqui. Y que además de espástico resulta ser masoca. Sí, entre el cojo y el otro se establece una relación sado-maso, que termina con la conversión del segundo en el caballo de dos piernas al que alude el título en inglés. Si Ben Stiller (ver más abajo) llega a verla, seguro que filma la remake. En el caso de la danesa Fear Me Not, la tradición de referencia es la de cierto cine europeo, en particular nórdico, que tiende a exorcizar la angustia existencial generada por la sociedad de hiperconsumo.

Teniendo al frente dos de los rostros más identificables del cine danés (Ulrich Thomsen y Paprika Steen, veteranos del Dogma), el realizador Kristian Levring (proveniente del mismo movimiento) construye una variación escandinava de Jekyll & Hyde. En ella, el protagonista comienza a darles rienda suelta a sus más bajos instintos, tras haberse sometido a una prueba experimental en un experimento farmacológico. Trabajando sobre los impulsos criminales que se agitan en el propio interior familiar, la película genera la misma clase de inquietud tremenda y larvada que suscitan los films de Michael Haneke (Funny Games, Caché). A diferencia de ellos, no termina de animarse, reculando ante la sombra del tabú. El final es también el problema de Frozen River, ópera prima de la estadounidense Courtney Hunt, que durante dos tercios del metraje logra recuperar tanto el feeling como el abordaje visual del cine indie más áspero y realista de los ’70. Ubicada en el norte más helado y solitario del estado de Nueva York, Frozen River tiene por protagonista a una familia que afronta temperaturas de 34 bajo cero en una casa de zinc, legado del padre, un jugador compulsivo que se fue con la poca plata que tenían. La madre, que sólo puede poner en la mesa de sus hijos un plato de popcorn y un vaso de Tang, para salir de ésa va hasta la reserva vecina, pistola en mano, como un cowboy entrando en territorio indio para contrabandear pieles.

Si el cowboy es en esta ocasión una dama armada, con un Spirit negro por montura, las pieles son inmigrantes ilegales paquis y prostitutas chinas, y los indios, auténticos mohawks. Pero Frozen River deriva al territorio del thriller y allí lima su aspereza, rematado con uno de esos finales esperanzadores que le quitan la esperanza a cualquiera. Hasta ahí, la señora Hunt había tenido las suficientes agallas como para reconectar con toda una tradición perdida (no sólo para Hollywood, sino para el propio cine indie), con una protagonista, Melissa Leo, que recuerda inconfundiblemente a la Gena Rowlands de Gloria, con su pistola y permanente faso en la boca. La tradición que el británico Michael Winterbottom continúa en Genova es la que él mismo construyó, a lo largo de una de las carreras más prolíficas del cine contemporáneo. Antes que un autor, Winterbottom es un filmador de películas, que suele aplicar a fábulas de anticipación como Código 46, dramas políticos como In This World o A Mighty Heart y celebraciones eróticas como Nine Songs un mismo estilo de cámara en mano, mucho montaje y discontinuidad dramática y visual. Ese estilo se aplica esta vez, con la misma indiferenciada fluidez de siempre, a Genova, drama familiar en la que un padre y sus hijas intentan dejar atrás la trágica muerte de la madre, en esa ciudad italiana.

En el párrafo anterior, si algo no corresponde es la palabra “drama”. Genova lo rehúye deliberadamente, narrando en su lugar algo que no se parece a la vida misma, como dice el lugar común, sino a la nada misma. Una nada bonita y bien filmada, claro, como corresponde al autor. O filmador. La belle personne es la nueva película de Christophe Honoré, cuya anterior Les chansons d’amour cerró el último Bafici. La tradición con la que la película dialoga es la muy francesa del amor cortesano, trasladando a la actualidad, y en clave adolescente, el clásico La princesa de Clèves, escrito por Madame Lafayette en tiempos del Antiguo Régimen. Protagonizada por alumnos de un secundario con orientación en Humanidades, La belle personne empieza como un vaudeville y termina como una tragedia, cuando un chico demasiado sensible queda atrapado, como una mosca, en la red de amores y engaños que se teje de una punta a la otra. No hay en el film una mirada moralizadora sobre esa infidelidad adolescente, que es vista como una suerte de fatalidad joyeuse. Con una víctima, claro, ¿pero no la hay en toda guerra?

Hablando de guerra, pasaron por aquí Ben Stiller y su amigote Robert Downey Jr,, que en plan de promoción de Una guerra de locura (que se exhibe en el festival, fuera de competencia) tomaron por asalto la conferencia de prensa, convirtiéndola en algo así como “The Ben & Bobbie Show”. Empezaron haciendo chistes sobre el acento del traductor al inglés (“me distrae, porque habla en australiano”, dijo Stiller en cuanto apoyó el culo en la silla), terminaron haciéndolos sobre Banderas, Bardem y otras mitologías locales, y dejaron a todo el mundo despatarrándose de risa. Los organizadores deberían haberlos contratado para que hagan una presentación diaria, y todos felices y contentos. La mala noticia es que no lo hicieron.

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Frozen river, ópera prima de la estadounidense Courtney Hunt, lima su aspereza sobre el final.
 
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