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Jueves, 15 de diciembre de 2005

CINE › “KING KONG”, ENTRE LA PANTALLA GRANDE Y EL VIDEOJUEGO

El gigantismo llevado al extremo

La superproducción de Peter Jackson quiere competir en potencia y tamaño con el propio gorila y descuida el aspecto erótico del tema

 Por Luciano Monteagudo

Estrenada en marzo de 1933, en la misma semana en que el presidente Franklin Delano Roosevelt ordenaba el cierre de los bancos a causa de la crisis económica, la versión original de King Kong se convirtió instantáneamente no sólo en un viaje hacia la evasión y la aventura, sino también en uno de los grandes mitos de origen de la historia del cine. A partir de entonces, el arquetipo erótico de la Bella y la Bestia quedaría incorporado al inconsciente colectivo del siglo XX según las imágenes primarias concebidas por Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack. Setenta y dos años después, en el mundo globalizado post 11 de septiembre, el director neocelandés Peter Jackson, cebado por el éxito a escala planetaria de su trilogía dedicada a El señor de los anillos, decidió exhumar uno de sus sueños de infancia y revivió en sus propios estudios en Nueva Zelanda la figura monumental de Kong, multiplicando su tamaño y alcance como no lo había hecho hasta ahora ninguna de las remakes o sucedáneos del producto original.
No deja de ser sintomático que éste émulo transoceánico de George Lucas y Steven Spielberg, que supo evitar el síndrome de Titanic que paralizó a James Cameron, haya elegido una figura asociada a la idea de gigantismo para llevar adelante ese proyecto alternativo a Hollywood, pero que no por ello deja de utilizar sus técnicas y hasta sus recursos (el financiamiento proviene de la Universal Pictures). Hay una evidente voluntad entre demiúrgica y megalomaníaca en Peter Jackson: desde que se inició con películas gore de bajo presupuesto, a fines de los años 80, no ha cesado de levantar su propio imperio, al punto de que ahora sus estudios en los suburbios de Wellington, la capital de Nueva Zelanda, ya son conocidos como Jacksonville o Wellingwood.
Ahora bien, si esta tendencia al bigger is better pareció muy funcional a la colosal saga de J. R. R. Tolkien, no necesariamente es el caso con la nueva versión de King Kong. Es paradójico, pero en la película original el tamaño módico de la producción de la RKO hacía engrandecer aún más las dimensiones míticas de Kong, que perduran hasta nuestros días. Aquí, por el contrario, pareciera que la superproducción de Jackson quiere competir en potencia y tamaño con el propio gorila. Es la película misma la que se golpea orgullosa el pecho en demostración de poder, y no el pobre Kong, que se ve empequeñecido por el despliegue de producción, de extras, de monstruos y de efectos digitales.
Se podría decir que este nuevo King Kong sufre de acromegalia, de un exceso de secreción de hormonas de crecimiento que determinan el sobredimensionamiento del proyecto. Empezando por su duración... Lo que al film original le llevaba apretados 100 minutos, a esta remake le toma los primeros 70 mostrar al mono cara a cara, hasta sumar 187 minutos totales de proyección (títulos incluidos). Considerando que en líneas generales –y a diferencia de la fallida producción de De Laurentiis de 1976, que se tomaba muchas licencias– el film de Jackson sigue fielmente el guión y los personajes de la película original, la conclusión obvia es que allí donde antes había síntesis y eficacia narrativa, aquí hay, por lo menos, exceso, desborde, lastre.
Ese lastre, por supuesto, no es casual. No podría serlo en un producto a esta escala, tan calculado para su impacto masivo en todos los mercados. Quizás haya mucho de autocomplacencia y un director que no fuera su propio productor seguramente hubiera escuchado más a su montajista, suprimiendo escenas y digresiones de esas que después engordan el lanzamiento en DVD. Pero hay otros motivos detrás de esos sobrantes y reiteraciones que plagan la nueva versión: junto con Batman Begins (otro estreno de esta temporada), el King Kong 2005 es una de las primeras películas que se producen simultáneamente con su videojuego, en este caso encargado al francés Michel Ancel, uno de los especialistas más cotizados en la materia.
Es muy evidente, entonces, que la duración excesiva que tienen las aventuras del realizador Carl Denham (Jack Black, que exagera su composición de un Orson Welles de pacotilla) y toda su troupe de cineastas y mercenarios en la Isla Calavera, obedece a esta necesidad de dejar “instalados” en la memoria del espectador futuros juegos de computadora. Eso sucede, por ejemplo, en la larguísima secuencia de la estampida de dinosaurios –que evoca peligrosamente a Jurassic Park– o en el ataque de las arañas gigantes, que es inquietante en sí mismo pero demasiado largo y explícito: están pensadas más en función del joystick que de la gran pantalla del cine.
Esta nueva forma híbrida que paulatinamente está ganando a las grandes superproducciones no les hace perder modestia, sin embargo. Peter Jackson no se priva de citar largos pasajes de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, e incluso le hace explicar a un personaje que esa “novela es mucho más que una historia de aventuras”, una referencia dedicada obviamente a envanecer a la película misma. Tampoco faltan in jokes dirigidas a la industria del cine, entre las que se incluye el trazo grueso con el que pinta a los moguls de Hollywood, que habrán sido –y quizá sigan siendo– mala gente, pero nunca imbéciles.
Hay, sin embargo, un punto esencial donde falla este nuevo King Kong, algo que hace a la identidad del mito, y es en su enfoque de la relación entre el gorila y Ann Darrow (Naomi Watts), la rubia neoyorquina que cambia precipitadamente la jungla de asfalto por una selva antediluviana del Pacífico y, sin quererlo, se trae como souvenir un admirador descomunal dispuesto a subirse a la cima del mundo –el Empire State– con tal de conquistarla. Lo que en el film original era erotismo puro –el mono oliendo el perfume de la chica o quitándole, con gestos precisos, los restos de su vestido hasta dejarla desnuda–, aquí es mero romanticismo. Lo que en su momento era misterio, amour fou, pulsión, inconsciente liberado, aquí pasa en cambio a ser un domesticado atardecer en Technicolor, con la pareja mirándose a los ojos como dos viejos novios.

5-KING KONG
EE.UU., 2005
Dirección: Peter Jackson.
Guión: Fran Walsh, Philippa Boyens y Peter Jackson, basado en un argumento de Merian C. Cooper y Edgar Wallace.
Fotografía: Andrew Lesnie.
Música: James Newton Howard.
Producción: Peter Jackson y otros para Wignut Films y Universal Pictures.
Intérpretes: Naomi Watts, Jack Black, Adrien Brody, Thomas Kretschmann, Colin Hanks, Jamie Bell, Evan Parke, Lobo Chan, Kyle Chandler, Andy Serkis.

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El bigger is better fue muy funcional a la colosal saga de Tolkien, pero no es el caso con la nueva versión de Kong.
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