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Viernes, 17 de abril de 2009

CINE › LA MUERTE EN VIVO, DE BILL GUTTENTAG, CON EVA MENDES

Un reality para pegarse un tiro

 Por Horacio Bernades

4

LA MUERTE EN VIVO
(Live!, EE.UU., 2007).

Dirección y guión: Bill Guttentag.
Intérpretes: Eva Mendes, David Krumholtz, Jay Hernández, André Braugher, Katie Cassidy y Paul Michael Glaser.

Los títulos de distribución en la Argentina no hacen más que acentuar la ligazón de La muerte en vivo con Poder que mata, aquella popular película de los ’70 en la que un conductor de noticiero terminaba suicidándose en cámara. Si allí la muerte era indirectamente inducida por las inescrupulosas autoridades de la cadena, treinta años más tarde todo se ha vuelto más descarnado, y de lo que se trata es de montar un reality en el que los concursantes jueguen a la ruleta rusa. También en vivo, claro; dónde estaría la gracia, si no. Como aquel film escrito por Paddy Chayefsky y dirigido por Sidney Lumet, La muerte en vivo (Live!) es un film de tesis, en el que todo está al servicio de una única idea: la de que la televisión es la consagración del Mal. Como no hay quien no lo sospeche o intuya desde antes de entrar al cine, La muerte en vivo resulta –como Poder que mata– una de esas películas de las que el espectador sale convencido de lo que ya sabía al entrar.

El cerebro del Mal es aquí Katy (la siempre bestial Eva Mendes), gerenta de programación que no tiene mucho que envidiarle a Núñez, el personaje de Mirtha Busnelli en Los exitosos Pell$. Todo es previsible: la cadena para la que Katy trabaja soporta una fuerte competencia de los canales rivales, urge encontrar un batacazo y los creativos se trepanan los sesos para dar con él. Tiene que ser un reality: las cifras de rating no dejan dudas sobre ello. ¿Pero un reality sobre qué? Alguno sugiere una “carrera espermática”, con una receptora bien dispuesta y dos donantes varones compitiendo para demostrar quién tiene los espermatozoides más ligeros. Otra programadora está convencida de las ventajas de la mamoplastia, que permitiría verificar tamaños, saciar voyeurismos y añadirle el plus de ese favorito de la teleaudiencia: las operaciones en vivo. Hasta que alguien menciona la ruleta rusa y Katy abre los ojos como dos huevos fritos: con un premio de cinco millones de dólares para cada sobreviviente, ¿quién podría resistirse a empuñar la pistola y probar?

Dirigida por Bill Guttentag (realizador y productor con antecedentes en el documental televisivo), La muerte en directo es una película elemental. Dicho esto en todos los terrenos: el ideológico, el dramático y hasta el técnico y profesional. Con un elenco poco destacado y una puesta en escena como por default, a las falencias proverbiales del género “de denuncia” (guión de hierro, concepción de la película como ilustración de ideas previas, inconsecuencia de lucrar con lo mismo que se denuncia) le suma una falta de sorpresas dramáticas, de variantes, de tensión, que ni el Lumet de Poder que mata, ni el Stanley Kramer de Herederás el viento, ni el Costa-Gavras de Z o Desaparecido se hubieran permitido jamás. Los exitosos Pell$ muestra lo mismo pero mejor, porque ahí hasta los más perversos son simpáticos, débiles o divertidos. Con lo cual logra una ambigüedad que en películas como La muerte en directo parecería palabra prohibida.

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